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La acusación de López-Gatell

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

La acusación del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, contra los padres de niños con cáncer desprovistos de los medicamentos indispensables para seguir luchando por mantener el frágil hilo del que penden sus vidas es, ya no digamos asombrosa, sino miserable.

Lo menos a lo que la decencia obliga hacia esos progenitores y sus vástagos es una sentida disculpa y, por supuesto, todas las gestiones posibles, y aun las imposibles, para enmendar cuanto antes ese desabasto. Es responsabilidad de las autoridades sanitarias.

Según López-Gatell, las protestas de los padres configuran una “narrativa golpista” posicionada como parte de “una campaña más allá del país, de los grupos de derecha internacionales que están buscando crear una ola de simpatía en la ciudadanía mexicana”. Ese tipo de generación de “narrativas de golpe” a veces se ha conectado en Latinoamérica —dice el subsecretario— con golpe de Estado.

López-Gatell es el responsable —junto con sus jefes, el secretario de Salud y el Presidente de la República— del manejo que dio el gobierno mexicano a la pandemia de covid-19, manejo tan deficiente que, hasta el momento, ha dejado una estela macabra de alrededor de 600,000 familias enlutadas. Esas muertes, ¿no lo han hecho perder la tranquilidad, el apetito? ¿No ha perdido el sueño como Macbeth?

¿Y los fallecimientos de niños que se han visto privados de su tratamiento contra el cáncer no le han provocado angustia, desazón, amargura? Si él tuviese un hijo con cáncer —no lo quieran los dioses— que se quedara sin las medicinas que pueden prolongar su existencia, aliviar sus dolores, o aun curarlo, ¿no protestaría con indignación? ¿O guardaría dócil silencio para que nadie lo acusara de golpista?

“Sólo vemos —dijo el subsecretario en Canal 22 (convertido, como bien lo califica Carlos Marín, en vulgar medio de propaganda)— a 20 personas haciendo manifestaciones y cerrando el aeropuerto. Son las mismas 20 personas desde que empezó el sexenio”. ¿No sintió vergüenza López-Gatell al escucharse? Así fuera un solo padre el que protestara, el motivo de su inconformidad tendría que ser atendido con todos los esfuerzos y las diligencias necesarias.

En el capítulo “Mis dioses” de La voluntad disculpada, Fernando Savater invoca a los dioses en que no cree pero que su piedad imagina y reconoce, entre ellos “al dios que privó del sueño al asesino Macbeth, para enseñarle qué es lo que realmente mata quien mata a otro hombre” (Taurus).

¿Y aquel que sabe que un manejo profesionalmente responsable de la pandemia y una gestión adecuada para el indispensable abasto de medicamentos hubiese salvado cientos de miles de vidas, puede conciliar el sueño sin dificultades, cierra los ojos por las noches sin que lo atormenten los fantasmas de las víctimas y sus deudos?

Pocas cosas podemos imaginar más tristes y crueles en la vida que un niño con cáncer. Y un niño con cáncer y sin los medicamentos que requiere su enfermedad es algo atroz. Un padre que no lucha con todos los medios a su alcance por su niño no merece ser padre. ¿Golpista por actuar con dignidad y coraje?

Más lejos ha llegado López-Gatell: es una mentira, se atrevió a decir, que los niños con cáncer no tengan medicamentos. Pero entonces, ¿por qué el mismísimo Presidente de la República ha prometido en sus comparecencias matutinas, una y otra vez, que esos medicamentos están por llegar? ¿Podría el Presidente prometer que va a llegar algo que ya está aquí?

No le deseo a López-Gatell insomnios apesadumbrados, tormento que no resolvería el problema, pero creo, como muchos mexicanos, que no debería continuar en su cargo y, desde luego, me sumo a la exigencia de que no le vuelvan a faltar sus medicinas y tratamientos a un solo niño con cáncer, independientemente de que sus padres se manifiesten o no.

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