Logo de Excélsior                                                        

Callar o exiliarse

Luis de la Barreda Solórzano

Luis de la Barreda Solórzano

Supongo que goza de sueños húmedos en los que aparece a la vez como comisario y fiscal de la cuarta transformación, haciendo comparecer a los expresidentes, a los gobernadores insubordinados, al alcalde y los líderes agrarios que defienden el agua de la presa La Boquilla, a los empresarios no incondicionales y a los críticos del gobierno al que sirve. Haciéndolos comparecer no ante un juez de derecho en un proceso en el que tendrían las garantías de defensa, sino ante un tribunal popular reunido en asamblea multitudinaria cuyas resoluciones no se fundamentan en la ley, que él considera un estorbo para la justicia revolucionaria, sino en el ánimo vindicativo, y se toman a mano alzada.

Lo imagino, en su sueño, leyendo excitado las imputaciones que él mismo ha redactado, las que le dicen al tribunal lo que sus integrantes quieren oír. Cada una de las imputaciones es saludada por el clamor de la multitud. Cada que menciona el nombre de un acusado se levanta una oleada de insultos, se alzan puños, se distorsionan rostros. Los que antes de esta transformación estaban contra la pena de muerte, contra el exilio y contra todo otro castigo que no sean los civilizados y previstos en la ley, se dejan llevar por el furor del momento, por las palabras del acusador implacable que instigan, retumban, agitan, braman, revientan, masacran, le dicen a la muchedumbre erigida en tribunal revolucionario que el momento del pueblo por fin ha llegado.

Fuera de su universo onírico, en la vigilia, señaló en un mitin que quienes promovieron y aprobaron la reforma energética serían fusilados en el Cerro de las Campanas por su traición a la patria, fusilados como Maximiliano, Tomás Mejía y Miguel Miramón. ¿Era una broma? Alguna vez lo escuché decir que su héroe favorito es Fidel Castro, a cuyas órdenes se fusiló a miles de cubanos sin previo juicio o con farsas de juicios, mientras multitudes desfilaban aullando: “¡Paredón!”

En otra ocasión, una vez que se modificó la ley exclusivamente para que él pudiera ser director del Fondo de Cultura Económica, se solazó en la humillación de quienes no estuvieron de acuerdo con esa reforma legislativa a modo: “Se las metimos doblada”, festejó. No recuerdo otra celebración tan zafia y grotesca de parte de un funcionario. ¡Y miren ustedes que sería el director de una de las editoriales más importantes de América Latina! No le bastaba la maniobra de los legisladores para hacer factible el capricho del presidente: para que el triunfo fuese totalmente disfrutable era preciso afrentar a los opositores aun envileciéndose.

Hace unos días conminó a Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze en términos ominosos: más les vale que se queden en su esquina o que vayan cambiando de país. “Más les vale” es una expresión que, como observa Román Revueltas, “parece una advertencia, si no es que amenaza pura y simple” (Milenio, 15 de septiembre). ¿Alguien se hubiera figurado que un funcionario podría decirle a un connacional que se callara o se exiliara y seguir en su cargo? Porque lo más escandaloso es que el Presidente no desautorizó la admonición de Paco Ignacio Taibo II, quizá porque, como ha advertido Jesús Silva-Herzog Márquez, López Obrador “nos ha dicho de mil formas que los adversarios de su proyecto no son mexicanos con ideas equivocadas o propuestas inconvenientes. Son traidores” (Reforma, 14 de septiembre).

Eso es inadmisible porque, como apunta Arturo Pérez-Reverte: “Una república necesita un presidente culto, sabio, respetado por todos. Un árbitro supremo cuya serenidad y talante lo sitúen por encima de luchas políticas, intereses y mezquindades humanas” (Milenio, 13 de septiembre). En este país cabemos todos: los mexicanos por nacimiento y los que sin serlo han encontrado aquí su segunda patria, como el propio Taibo II. Vivo en México y espero seguir haciéndolo, por lo que quiero que mi país sea un lugar habitable.

Por eso hay que luchar contra el miedo y el desaliento. En esa lucha son indispensables los intelectuales. “El intelectual no puede resolver bonitamente en su cabeza o en la página en blanco aquello que en la realidad se resiste a la armonía, pero puede y debe negar su complicidad legitimadora a las tercas incrustaciones del horror en marcha” (Fernando Savater, Perplejidad y responsabilidad del intelectual).

Comparte en Redes Sociales