Autómata
Dentro de la ciencia ficción hay una temática en particular que se ha explotado desde los inicios del cine y que en los últimos tiempos se ha hecho cada vez más frecuente. Se trata del ancestral temor del género humano hacia las inteligencias artificiales creadas por ...
Dentro de la ciencia ficción hay una temática en particular que se ha explotado desde los inicios del cine y que en los últimos tiempos se ha hecho cada vez más frecuente.
Se trata del ancestral temor del género humano hacia las inteligencias artificiales creadas por él mismo, es decir, la paranoia de que los robots, máquinas, computadoras, etcétera, se nos salgan del huacal.
Podríamos tapizar esta columna de títulos relacionados con el apocalipsis del futuro que describen la mayoría de los autores, y la relevancia que adquieren los robots e inteligencias artificiales en el pesimista panorama en el que todos parecen coincidir que es nuestro destino seguro.
Desde Metrópolis de Fritz Lang de 1927 hasta Her de Spike Jonze de 2013, se cuentan por decenas las propuestas, unas malas otras peores, pero de las que se rescatan joyas como las dos citadas, 2001. Odisea del Espacio, Blade Runner, Terminator, Matrix, Inteligencia artificial, etcétera.
Los españoles están poniendo su grano de arena con un título que se estrena hoy: Autómata, película hablada en inglés y coproducida por Bulgaria, Estados Unidos, España y Canadá en 2014.
Dirigida, escrita y producida por Gabe Ibáñez, desgraciadamente no alcanza a aportar algo nuevo al género, proponer nuevas preguntas, o realmente emocionar al espectador.
A la vez, considero, que pudo haber sido una muy buena película.
Para la historia de Gabe Ibáñez, nuestro futuro, 2044, no tan lejano por cierto, se vislumbra como un verdadero desastre.
Resulta que por violentas explosiones y erupciones solares, la Tierra ha entrado en un drástico cambio climático que ha llevado casi al exterminio del género humano, del que se calcula que a lo mucho sobreviven 21 millones de personas.
Hay altos niveles de radiación y contaminación, las ciudades recuerdan mucho a Blade Runner, la lluvia es peligrosa, la desertificación amenaza con apoderarse de la superficie del planeta, todo parece estar invadido por una densa nube de humo, polvo, oscuridad, mezclada con los hologramas gigantescos que ahora se usan en la publicidad.
Desde hace varios años se construyeron robots llamados “peregrinos”, para facilitar en lo posible la vida a los humanos y cuya convivencia con ellos se fundamenta en dos principios que beben de las Leyes de la Robótica de Isaac Asimov: deben preservar la vida humana y no pueden modificarse a sí mismos.
El deterioro de las condiciones ambientales los va relegando y algunos quedan casi en proceso de convertirse en chatarra.
Antonio Banderas es Jacq, una suerte de agente de seguros de la empresa que fabricó los robots, que se dedica a investigar reclamos.
Un día recibe un reporte de otro agente que disparó contra un “peregrino” que estaba escondido, en una actitud sospechosa que llevó al agente a pensar que se estaba modificando a sí mismo.
La investigación conduce al descubrimiento de que algunos robots han podido revertir ese principio, lo que representa una grave amenaza para la supervivencia de la humanidad.
De ahí en adelante el guión es caótico y desarticulado.
Los personajes secundarios no tienen tiempo de adquirir un peso en la historia, Melanie Griffith está insertada a fuerza y su personaje es irrelevante.
Banderas se pierde tratando de parecerse a Harrison Ford e invocando a Ridley Scott.
Lo mejor: el diseño de arte, la fotografía, y el trabajo casi artesanal para la creación de los robots. Fuera de eso: lo mismo con lo mismo.
A la memoria del querido Víctor Bustos, de quien ayer Facebook me recordó bruscamente que hubiera sido su cumpleaños.
