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La tragedia del PAN

Juan José Rodríguez Prats

Juan José Rodríguez Prats

Política de principios

           Vivimos sin sentir el país a nuestros pies.

           Nuestras palabras no se escuchan a diez pasos.

           Mandelstam

El Partido Acción Nacional ha perdido la capacidad de la indignación. Su ímpetu inicial de corregir y enmendar se fue languideciendo. Un sistema pervertido lo engulló en la medida en que
sus militantes paladearon el sabor egoísta del poder.

Hoy enfrenta una amenaza que puede ser el final de sus principios: elegir una dirigencia con opciones descalificadas por falta de autoridad moral. Muchos somos culpables.

Los “sepulcros blanqueados relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre repugnante y vomitiva en su interior” (Evangelio según san Mateo), son sinónimo de ocultamiento de corrupción.

Christlieb Ibarrola hablaba de “los meones de agua bendita”. No se manchan, tienen los valores en la lengua, pero a la hora de actuar, los postergan so pretexto de someterlos a profunda meditación.

Los desertores del deber: “Mejor me voy, yo no me ensucio, la política denigra; tengo mejores cosas que hacer; de haber sabido no vengo”. No sé quién les hizo creer que esto era un cuento de hadas.

Antonio Gramsci manifestaba su odio a los indiferentes: “La indiferencia es parasitismo, es cobardía, no es vida. La indiferencia es el peso muerto de la historia (…) creo que vivir quiere decir tomar partido, ser partidista”.

También están los mercaderes, los oportunistas, los convenencieros. Perdón mi amargura, amable lector, pero es un lamento impotente ante la crisis de una noble institución creada por hombres buenos, de principios humanistas para impulsar la democracia en México.

Sostener que proteger al PAN consiste en impedir que la verdad se conozca, que se consientan actos probados de corrupción para evitar el escándalo, que se escondan los cadáveres en el baúl del sótano, sin importar sus fétidos olores, de seguir escondiendo la basura debajo de la alfombra, es no entender.

Es imitar al avestruz, ocultar la cabeza y dejar a la intemperie nuestras miserias. Insistir que la ropa sucia se lava en casa sin que nadie se entere es violar la Constitución que declara a los partidos como entidades de interés público.

Es terminar siendo cómplice del delito de encubrimiento, es perder identidad para convertirse en una forma de crimen organizado.

Condenar al que se atreve a formular una crítica o señalar algo inmoral es perder la conciencia y ya no distinguir entre el bien y el mal.

¿Qué debe hacer un militante cuando comprueba que un “correligionario” incurrió en graves actos de corrupción? Ahí entra en juego la diferencia entre lealtad y sumisión, entre congruencia con la doctrina e interés mezquino.

Soy testigo de los graves actos de corrupción de Marko Cortés Mendoza. Como delegado del PAN en el estado de Michoacán, los denuncié en abril y mayo del 2011 en el Comité Ejecutivo Nacional.

Consta en actas. No recibí apoyo, Gustavo Madero y Cecilia Romero lo protegieron. Por la prensa me enteré de mi remoción como delegado.

Hoy Marko Cortés aspira a ser presidente del partido. ¿Debo callar? ¿Debo evitar el conflicto? ¿Debo “proteger” al partido? En días pasados Cecilia Romero, mediante oficio, amonestó a Manuel Gómez Morin por señalar un acto de corrupción. Patético.

Hay algo peor, el triunfo de Marko Cortés significaría entregar el Partido Acción Nacional a Moreno Valle y a la mayoría de los gobernadores.

Dejaría de ser un instrumento de la sociedad para devenir un aparato gubernamental con la función de ungir candidatos designados por los hombres del poder.

Cuando André Malraux escuchaba decir que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, solía exclamar: “Los pueblos eligen a quienes se les parecen”. Existe un auténtico panismo.

Si los resultados se dan como los pronósticos anuncian, sería la negación de toda esperanza, sería una traición transgeneracional.

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