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La dignidad

Juan José Rodríguez Prats

Juan José Rodríguez Prats

Política de principios

 

Un poder impotente puede generar tensiones peligrosas

que abran vías de escapatorias insólitas y sorprendentes.

                Roger Bartra

 

La palabra más fecunda en la historia, después de amor, libertad y justicia, creo yo, es dignidad. Evoca reflexiones éticas, políticas, jurídicas. Es una idea telúrica, diría algún pensador. Implica libre albedrío, vergüenza, respeto a uno mismo, darse el lugar que uno cree merecer. Emparentada con el honor, con el deber, con el prestigio, con el concepto de persona. Es ingrediente del heroísmo y del valor.

Lucrecia, 510 años a.C., se suicida al ser violada por Tarquinio El Soberbio (último rey de Roma) y para que nadie usara su nombre para justificar su deshonor. Su sacrificio provocó una rebelión y el nacimiento de la república. En una tragedia de Sófocles (441 años a.C.), Antígona justifica haber sepultado a su hermano caído en el campo de batalla y señalado como traidor de Tebas, alegando haber escuchado la voz de su conciencia para cumplir con su deber. La oración fúnebre pronunciada por Pericles al finalizar las guerras del Peloponeso (404 a.C.) constituye una definición insuperable de democracia sustentada en la confianza y la responsabilidad. El deslumbrante discurso de Pico de la Mirandola (1496) “Sobre la dignidad” enfatiza la capacidad del hombre para discernir lo bueno de lo malo. Immanuel Kant definió la Ilustración (1784) como la salida del hombre de su culpable minoría de edad.

Perdón por este arbitrario ejercicio de memoria histórica para arribar a nuestro siglo XXI, en el que la dignidad retorna a ser una idea de noble inspiración y de vigencia globalizada. Stephane Hessel (2010), uno de los redactores de la Declaración de los Derechos Humanos y víctima de la represión del Estado totalitario, escribió un breve texto, “¡Indignaos!”, una actualizada convocatoria a la participación responsable y a no quedarse en la estéril inconformidad.

He ahí lo que está en juego en la campaña política que inicia en nuestro país. Respetar al ciudadano como persona y no como mercancía. Insistir en una relación política de calidad humana y no una situación meramente clientelar, como sucede en México.

Pocos gobiernos han tenido tan malos resultados a la mitad de su periodo con la casi certeza de que prevalecerá la incapacidad de corregir, como el actual. Ante esa realidad sería inexplicable que la votación lo favoreciera. Ahí radica la alta peligrosidad que afrontamos.

Difiero de quienes consideran a nuestro actual Presidente con enorme poder. Yo lo considero seriamente limitado por su ineficiente gabinete. Soslayar la experiencia, habilidad y perfil en la designación de los funcionarios ha sido una gravísima falla.

Aunque López Obrador ha insistido en no intervenir en su partido, la elección (es un decir) de sus candidatos, la falta de operación política y la ausencia de un discurso político congruente, convincente y mínimamente verosímil de su dirigencia no auguran una campaña exitosa. Por el contrario, se percibe una derrota inminente. Evitarla es hoy la prioridad del líder de la 4T. Sus declaraciones, sus amenazas, sus descalificaciones son ostentosas. Alarma la irresponsabilidad para deteriorar instituciones y para derrochar recursos en el afán de ganar votos.

El pasado domingo inicié campaña por el VI Distrito federal en Tabasco como candidato por la Alianza por México. En mi entidad, la campaña de Morena la está haciendo José Ramiro López Obrador, hermano del Presidente. Está en su derecho, el problema es que se ha convertido en un moderno Santaclós: ofrece todo y, sin el menor recato, utiliza los programas sociales y las estructuras gubernamentales para otorgar apoyos. En 1994, Andrés Manuel y yo (candidatos a la gubernatura) hicimos campaña contra el partido de Estado. Al ser avasallados, protestamos. Hoy le exijo congruencia.

Sí, ésta es una defensa de la dignidad ciudadana. Desde la Declaración de los Derechos del Hombre, en 1789, las ideas son las mismas: derechos humanos y división de poderes.

 

 

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