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La fiesta de mañana

Joselo

Joselo

CrockNICAS MARCIANAS

¿Qué vestido se pondrá la pobre chica? Mañana, 2 de marzo, es el cumpleaños de Lou Reed. Si no se hubiera muerto hace cinco años, seguramente lo festejaría con una fiesta. Tal vez no como aquellas a las que solía ir en The Factory, rodeado de travestis, transexuales, heroinómanos y demás viciosos, con Andy Warhol presente, dándole fama efímera (15 minutos) a cualquiera que se tomara una foto con él. No sería una bacanal, pues la vida de Lou Reed, a sus 71 años, cerca de su muerte, ya no era así. De todos modos, muy a su pesar, la fama se le quedó. Lou Reed fue el cantautor que le dio voz a todo ese submundo de Nueva York, relató historias de personajes a los que jamás tendríamos acceso, criaturas de la noche con gustos y vidas que se alejan de lo que la sociedad considera “normal”. Cada canción es un cuento, un relato, un disco es una novela. De no haber sido músico, Lou Reed hubiese sido escritor. Por eso muchos críticos reseñaron sus discos no como música rock, sino como obras literarias. Para nosotros, cuya lengua materna no es el inglés, ahí están las traducciones, que nos acercan a su obra: Lou Reed. Atraviesa el fuego (Reservoir Books, 2000).

Lou Reed era una persona contradictoria, buscaba la fama, pero, al mismo tiempo, huía de ella. Así nos lo cuenta Anthony DeCurtis en su biografía Lou Reed. Una vida (Editorial Planeta, 2018): “La guerra entre estas dos alternativas —la de rechazar el éxito y acogerlo— lo enfurecería siempre, y alimentaría las adicciones que casi lo terminan matando. Su precario equilibrio entre ambos continuaría hasta alcanzar una personalizada forma del éxito que le permitía, simultáneamente, ser reverenciado y percibido como el epítome de la rebelión”.

Todo el mundo sabía que Reed era un adicto. Sus canciones lo delataban. En una época, finales de los 60, principios de los 70, las revistas inglesas lo ubicaban como el segundo en la lista de las estrellas de rock con más posibilidades de muerte prematura. Keith Richards era el número uno.

Cuando Walk on the Wild Side se convirtió en su canción más famosa, Lou Reed declaró: “al menos ahora se olvidarán de Heroin”. Esta canción, incluida en el álbum seminal Velvet Underground & Nico, es una oda a dicha droga, atrayendo a muchas personas a consumirla. Con el tiempo, Lou Reed la dejó de cantar en sus conciertos. Lester Bangs, en una reseña del tercer álbum de la Velvet Underground, escribió: “¿Cómo definir a un grupo como éste que pasa de Heroin a Jesus en dos cortos años?”. Lou Reed buscaba la redención. Aunque no en la religión cristiana. Lou creía que el rock and roll podía salvarte. “Incluso en sus momentos más optimistas”, nos dice su biógrafo DeCurtis: “Reed siempre se vería entre los condenados: el adicto, el perverso, impulsivamente cruel, el loco. Elevarse por encima de esa condición original es el motivo de todo su trabajo, que incluye Heroin y Jesus.

 

I don’t know just where i’m going But i’m gonna try for the kingdom if I can.

 

Laurie Anderson, la pareja de Lou Reed cuando éste murió, dijo que apenas un minuto después de que dejara de respirar, se contactó con Mingyur Rinpoche, el instructor de budismo tibetano de la pareja, para dar inicio a los 49 días de rezo del powa, que son las plegarias de la práctica de la muerte consciente. En esta etapa, el espíritu o, digamos, la energía, se prepara para reencarnar en otro cuerpo.

¿Dónde estará ahora el alma de Lou Reed? ¿En qué o quién habrá reencarnado? ¿Habrá compuesto alguna canción a sus cortos cinco años? Quizá ya no necesite buscar la redención, ya es feliz. Esperemos que así sea. Entonces la pobre chica de la canción All Tomorrow’s Parties ya no debe preocuparse por el vestido que debe llevar. La ropa no importa, el alma siempre va desnuda.

 

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