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El Nueve

Joselo

Joselo

CrockNICAS MARCIANAS

Pasó hace 30 años. Tocamos por primera vez en El Hijo del Cuervo, un 27 de mayo de 1989, frente a familiares y amigos. También asistieron personas que no conocíamos y que, para nuestra suerte, nos vieron tocar.

Uno de los meseros que trabajaba ahí le contó a Rogelio Villarreal y a Mongo sobre nosotros: “¡Tienen que verlos! Están muy cagados. Son chistosos, pero hay algo en ellos que les puede gustar. Vengan el próximo sábado que vuelven a tocar”. Desconozco si Rogelio y Mongo estuvieron ahí el siguiente sábado que tocamos en el Hijo del Cuervo, pero fue gracias a ellos que nos conectamos con toda la movida que estaba sucediendo en ese entonces en el Disco Bar 9, de la Zona Rosa.

Rogelio Villarreal, escritor y periodista contracultural, y Mongo, artista visual, tenían una revista: La Regla Rota, y estaban a punto de lanzar otra: la Pus Moderna. También programaban eventos en el disco Bar 9, así que nos invitaron a tocar en el coctel de la presentación de la revista Moho, que publicaban Naief Yehya y Guillermo Fadanelli. Fue un martes de 1989 cuando nos presentamos por primera vez en el Bar 9, junto con los creadores de la revista Moho, quienes hicieron un performance: todos vestidos de obreros, overoles y cascos, construyeron una estructura en medio de la pista del bar. Más tarde subimos nosotros, Quique con su tololoche, Meme con su melódica y caja de ritmos, y yo con mi guitarra acústica para darle al zapateado. Rubén, que apenas estaba a punto de convertirse en Pinche Juan, dejó con la boca abierta a todos los asistentes con su voz y baile desenfrenado. Éramos unos polluelos, como decía mi padre.

Sí, pero unos pequeños pollitos que ya habían descubierto la vida nocturna en la tan amada y odiada a la vez Ciudad de México, antes llamada Distrito Federal. Y, claro, uno de mis lugares favoritos era el 9. Al pagar la entrada te daban cinco boletos en papel revolución que podías cambiar por cinco bebidas. Me hubiera quedado con uno de recuerdo, para mostrárselos ahora, pero la verdad es que era yo muy borracho y, al igual que todos, los canjeaba feliz mientras alcanzaba el estado de embriaguez correcto, que ahora sólo es un recuerdo lejano en mi memoria.

Lo que más me gustaba del Bar 9 era la música. El jueves era el día rockero y pude ver a La Maldita, Santa Sabina, Café de Nadie, Simples Mortales, Amantes de Lola, Eku Kale (o como se escriba), que eran unos africanos que tocaban a cada rato ahí y todos bailábamos como desenfrenados cuando cerraban con la célebre Free Nelson Mandela, original de los Specials.

De mis noches en el Nueve salieron varias canciones de Café Tacvba: La Zonaja y El Baile y el Salón, por ejemplo. Noche oscura, que compusieron Rubén y Meme, también tiene que ver. Mi mamacita santa nos veía salir de antro casi todos los días, y es que en el Nueve había eventos los martes y los jueves para bugas como yo, pero a veces también iba los miércoles para ver a Jaime Vite hacerla de Pablito Ruiz o Lola La Grande. Por salir tanto de noche y llegar tomado, mi madre me dijo una vez: “Deberían ponerle a su grupo Bar Tacvba, ¡no Café Tacvba!”.

La epopeya del Disco Bar 9 está relatada en dos libros: Tengo que morir todas las noches, de Guillermo Osorno (Debate, 2014), y en la recién publicada autobiografía de Henri Donnadieu, La noche soy yo (Ed. Planeta, 2019). Rogelio Villarreal dice en el prólogo de éste último: “Henri estaba en contra de todos los guetos, incluyendo el de los homosexuales, y en el 9 puso a los jóvenes gays de clase alta a bailar con roqueros, artistas y punks. Ese pequeño y apretado lugar fue la catapulta del rock en español que aún hoy se escucha en México y más allá de sus fronteras”.

No sé qué se habrá sentido ir al CBGB a finales de los 70 en su apogeo punk, pero no me importa, ¡yo fui al Nueve!

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