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Sin política exterior

José Luis Valdés Ugalde

José Luis Valdés Ugalde

En el aniversario del natalicio de Simón Bolívar, el presidente López Obrador dio un discurso memorable. Tanto por el hecho en sí (celebrar con justicia la memoria del Libertador), como por su carácter inocuo. La narrativa de política exterior de este gobierno carece de contenidos y de visión estratégica. Todo se reduce al simplismo trasnochado de una política que si bien tuvo cierta vigencia decadente en los años setenta y ochenta, fue inefectiva e inútil para permitir que México avanzara en la consecución de sus objetivos de desarrollo sostenible. Fue y es, la de hoy, una política exterior sostenida en el pasado y por impulsos normativos fuera de época; tal es el caso de la retórica de no intervención basada en el 89 constitucional. Generalmente la narrativa internacionalista o hemisférica de México ha funcionado como relleno de la agenda doméstica y como sustituto de ésta cuando no funciona la mecánica de los consensos. Y ahora no es la excepción. El gobierno se asoma al ámbito internacional y desde éste al continental para encubrir su incapacidad para construir una política interna de consensos y equilibrios eficazmente balanceados. Y de esto tampoco se salva la política exterior de AMLO, que se ha caracterizado, precisamente, por no ser una política eficaz y eficiente.

Tal es el caso del conjunto de propuestas que el Presidente hizo. Ante el hecho objetivo del deterioro al que la OEA ha estado sometida por años, el gobierno responde con simplismo y sugiere su desaparición, no su reforma y restructuración, al tiempo que hace una apología del régimen cubano y de su valiente combate por la sobrevivencia, ignorando que es un régimen represivo y dictatorial. El decadente principismo de la política exterior mexicana sigue en la línea de la nostalgia por sistemas políticos decadentes como el cubano, el ruso, el venezolano o el nicaragüense, demostrando con esto que nuestro país no se encuentra preparado para ascender de nivel en el escenario internacional, hoy triplemente complejo. En el nombre del antiintervencionismo chovinista y ramplón, México se olvida de preservar sus intereses centrales. Y todo en el nombre de una política que en algún momento tuvo trascendencia durante la Guerra Fría. Hoy en día el mundo ha cambiado drásticamente y las condiciones objetivas de la confrontación bipolar (en donde aún naufragan Cancillería y Palacio Nacional) han cambiado radicalmente, siendo otros los ingredientes del conflicto internacional. Hoy, el gobierno de México, como nunca en su historia, tiene un actuar regresivo e irresponsable al no atender como se merecen las nuevas realidades del entorno global.

AMLO arenga ante el demonio imperial: “es ya inaceptable la política de los últimos dos siglos, caracterizada por invasiones para poner o quitar gobernantes al antojo de la superpotencia; digamos adiós a las imposiciones, las injerencias, las sanciones, las exclusiones y los bloqueos”. Y antes afirma, “nos conviene que Estados Unidos sea fuerte en lo económico y no sólo en lo militar”. Se reivindica y se celebra la hegemonía económica de EU, pero se incurre en la contradicción de disociarla de su hegemonía política tanto a nivel global como regional. Y al mismo tiempo se propone que paremos el ascenso hegemónico de China. ¿A quién le habla el Presidente con esta mescolanza de dichos? Ante esto, AMLO dice algunas cosas interesantes, pero irrealizables en el contexto de su política doméstico-global: “no podemos cerrar nuestras economías… lo mejor es ser eficientes, construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestras identidades. No debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo no lacayo de nadie, sino mediador, a petición de las partes, en asuntos de derechos humanos y de democracia”. Suena bonito, pero es contradictorio y ahistórico. Si se quiere fundar un nuevo orden como el europeo en AL, se debería atender la problemática en casa. Por ejemplo, en el ámbito de la economía abierta, garantizar la certeza jurídica a los inversionistas en energías sostenibles y modernizar o eliminar a dos costosos elefantes como la CFE y Pemex; y en el ámbito regional, a propósito de los derechos humanos y la democracia a la europea, se le podría plantar cara a los tiranuelos bananeros de Nicaragua, Cuba y Venezuela. No hacerlo equivale a exponernos a la clásica tomadura de pelo que en materia de política exterior nos ha hecho el gobierno mexicano. O sea, el cuento de nunca acabar.

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