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Golpe de Estado o Estado fallando

José Luis Valdés Ugalde

José Luis Valdés Ugalde

Andrés Manuel López Obrador no sabe, porque no lo sabe, lo que es un golpe de Estado en México y, me imagino, que tampoco lo quiere. Entonces, ¿por qué lo invoca? El golpe de Estado es, técnica y políticamente, muy complejo de entender. Un golpe de Estado es un acontecimiento tremendo, generalmente exigido por sectores amplios de una sociedad nacional. Es una forma de intervención política violenta que conduce al caos y en cuyo proceso las fuerzas armadas toman el control del Estado, derrocando al régimen de gobierno civil en el poder. Es un movimiento pragmático pero también político, como el ocurrido en Chile en septiembre de 1973, cuando amplios sectores de la clase media, con apoyo propagandístico y material de Washington, clamaron por el derrocamiento del gobierno democrático de Allende, acción posible gracias a la traición de Augusto Pinochet y el oficialismo militar que él encabezó. Hay que decir que, a diferencia del trato que el presidente López Obrador ha dispensado al ejército, Allende fue un presidente leal y correcto con las fuerzas armadas. Nunca, sino hasta el momento en que la traición fue evidente, las agravió en forma alguna. En este sentido, más allá del debate ideológico, fue un mandatario republicano y sobrio. Andrés Manuel, por su parte, no está demostrando ser lo mismo en relación con el Ejército, al que ha expuesto y humillado de diversas formas ante la opinión pública.

De acuerdo con la clásica definición de Olivier Brichet (Étude du coup d’État en fait et en droit, París, Domat-Montchrestien y F. Loviton, 1935), “el golpe de Estado es un acto de autoridad brusco e ilegal, aunque reflexivo, en contra de las competencias de las autoridades constituidas”. No es un simple evento, se trata de un acontecimiento que cimbra a una nación entera. El objetivo básico inicial del golpe es neutralizar los medios coercitivos del Estado. El golpe de Estado es un asalto directo y fulminante al poder que paraliza el Estado y lo deforma. Es una técnica de usurpación del poder, propia de sociedades que están en una fase difícil de democratización, como ocurrió en el Cono Sur y no debiera hacerse en México, en donde el esfuerzo democratizador sigue su curso. Se trata, pues, de una acción armada y política, a la vez que desbarata. No compone. ¿Se cumplen en México las condiciones para el golpe de Estado con el que el Presidente –no el ejército- nos quiso asustar? Si no fuera así, por qué Andrés Manuel lo hizo, qué elementos o pruebas –que no nos ha mostrado– tenía para hacer tan temeraria declaración.

No olvidemos que en México la institución militar, que no la presidencial, es, junto a la Guadalupana y la UNAM, una de las tres más populares entre los mexicanos. Nos guste o no, y aun con los hechos anómalos, de corrupción y represión en los que se han visto involucrados oficiales y sectores de la tropa, el Ejército es la institución del Estado que más cerca se ha mantenido de las poblaciones más recónditas de la República. Se trata de la institución que mejor le tiene medido el pulso al clima sociopolítico en el que se ve inmersa la sociedad civil.

López Obrador se volvió a equivocar y nos puso en riesgo. Como menciono líneas arriba, es visible que en el Ejército hay desacuerdo con el Ejecutivo por la fallida estrategia de seguridad, asunto caro para un Ejército al que se ha metido hasta las orejas en su implementación. Esto, suado a la economía o la cohesión social, el Ejército se mantiene alerta, preocupado y actuante, pero de ninguna manera significa que vaya a romper con casi un siglo de lealtad a la de por sí enclenque institucionalidad republicana de la nación.

Tras los asesinatos de elementos de la fuerza pública en Michoacán y Guerrero, del Culiacanazo, en medio del cual el Presidente obligó a su General Secretario a divulgar el nombre del encargado de la fallida operación, y de la masacre en contra de la familia LeBarón, que a su vez trajo consigo una grave confrontación con EU, en donde ya se está estudiando clasificar estos actos criminales como actos terroristas con la implícita amenaza de intervención directa “a la Siria”; el Presidente insiste, tercamente, en su máxima, “abrazos, no balazos”, lo cual permitirá que permanezca la amenaza a la que se nos somete. No es de sorprender que el Ejército esté molesto, toda vez que es la fuerza más expuesta a estos fallos. Es de esperarse que la gallardía impere y el Presidente se mueva de esa zona de confort que es la agresividad pasiva y recupere las riendas del Estado que pierde en forma tan dramática como veloz. De no evitar que el Estado falle, éste se puede volver fallido.

 

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