¿Circo o Estado?
El Presidente ha dado instrucciones a Ricardo Monreal y a Morena de hacer pasar una iniciativa para extender la numeralia de la SCJN a 16 ministros, con la argucia de que se requiere una tercera sala que vele por el problema de la corrupción.
La tendencia sadista es el deseo de hacer a otros sufrir o verlos sufrir. Este sufrimiento más frecuentemente es sufrimiento mental. Su objetivo es dañar, humillar, avergonzar a otros o verlos en situaciones embarazosas y humillantes.
Erich Fromm, El miedo a la libertad
En los circos pueblerinos cada una de sus funciones tiene su orden; salen a escena los payasos, acróbatas, contorsionistas y los domadores con sus vetustas bestias. No falta el maestro de ceremonias que pone el orden anunciando la función. Fue un deleite ser testigo infantil del espectáculo circense. Éste ya no es el caso del circo de la política que hoy nos intoxica más que nunca. Me referiré al nuestro, con el presidente López Obrador a la cabeza y al que escenifica Donald Trump. Ambos se caracterizan por una degradación profunda y por ser un absoluto caos, incluso de vergüenza ajena ¡Cuán parecidos resultan ser ambos circos! Y ambos conductores del circo. Existen múltiples niveles de semejanza entre Trump y AMLO que refieren tanto al despropósito político como a la falta de oficio. Los ejemplos abundan.
El conflicto con la verdad histórica es uno de ellos. Ambos han inventado una “realidad alterna”, misma en la que se basan quienes son capaces de defender al líder con furia y violencia física o verbal. La verdad absoluta está con ellos cual divina trinidad, trátese del crecimiento del PIB, hechos o dichos, Corea del Norte o el huachicol: son los “otros” y sus instintos conspiracionistas lo que está detrás de la maledicente opinión. En este rubro la prensa es el enemigo número uno; para Trump es CNN, para AMLO es la prensa fifí. Agresión y confrontación. Trump es un agresor en jefe. Amenaza, descalifica a oponentes y colaboradores por igual, llamándolos mentirosos, gordito y hombre cohete (a Kim Jong-Un) o perras (a las mujeres que lo denuncian por abusador). Y AMLO no se queda atrás. Se han identificado 84 descalificaciones contra sus contrapartes o adversarios. Algunas de ellas: pirrurris, achichincle, alcahuete, blanquito, farsante, mafiosillo. En ambos casos, una guerra desde el poder de los “nosotros” contra los “otros” bastante rústica. Además, desautoriza a sus ministros, de Hacienda para abajo, hasta llegar a Alfonso Durazo, a quien le acaba de tumbar los datos sobre asesinatos, del portal del Secretariado Ejecutivo del Seguridad Pública, después de la confrontación de Jorge Ramos en una muy reciente “mañanera”. Narcisismo autoritario. En 2017, 27 siquiatras y sicólogos de EU publicaron The Dangerous case of Donald Trump¸ en el que señalan: “sus discursos y acciones indican que no es capaz de tolerar diferentes puntos de vista, lo que lleva a tener reacciones de rabia”. Son conocidas las explosiones iracundas de Trump y las peligrosas implicaciones que esto tiene en sus políticas públicas. Sobre AMLO no tenemos una evaluación similar, pero sí contamos con evidencia de cómo puede despreciar con intolerancia verbal (aunque declare que éste es un país de libertades) a los otros, que, ante el derecho al desacuerdo, prefieren callarse antes de verse más humillados. Ejemplos de esto hay muchos, pero destaca (al igual que con Trump), su guerra contra la disidencia, las libertades de prensa y opinión.
Centralización del poder. Trump ha intentado –sin éxito– arrasar con los contrapesos y con varias de las disposiciones constitucionales que hacen a EU uno de los enormes atractivos políticos. En esta tarea ha intentado sin éxito fulminar la autonomía del poder judicial, que sigue siendo la instancia de mayor resistencia al autoritarismo del magnate. En México no. El presidente ha dado instrucciones a Ricardo Monreal y a Morena de hacer pasar una iniciativa para extender la numeralia de la SCJN a 16 ministros, con la argucia de que se requiere una tercera sala que vele por el problema de la corrupción.
Nada más inexacto.
El fondo del asunto es tener control ejecutivo sobre el tercer poder, toda vez que ya tiene el legislativo a su disposición. ¿División de poderes? ¿Inicio de una era autoritaria más? Por último, el nacional populismo soberanista identifica a ambos líderes. En ambos discursos se oferta una sobredosis de patria. AMLO se une para mal, no sólo a los Orbans del mundo que atentan desde el i-liberalismo en contra de la única arquitectura política que nos queda, y amenaza así, con terremotos constitucionales aterradores. Ambos líderes tendrán que definirse y escoger entre Patria y Estado, o circo ambulante de degradación política.
