Breve historia del miedo: el acecho de la derecha antidemocrática
El siglo XXI es testigo de que una derecha inmoral y también un populismo conservador están zangoloteando las débiles instituciones democráticas del mundo moderno
La historia quedó sitiada por un destino instaurado —para mal— por las acciones de una clase política que olvidó la ética democrática. Esa derecha y este populismo multifacético tienen como propósito desmantelar el Estado administrativo y político que pervive bajo el sello de la democracia liberal. Son, por definición, extremistas y antidemocráticos, al tiempo que son (paradoja incluida) producto del sistema democrático liberal, el cual pretenden liquidar, tal cual se emprende el asesinato sicoemocional del padre; y así, comérselo vivo, pero preservándose a sí mismos, en tanto nuevos poderes de facto. Esta derecha es retrógrada. Misógina, machista, xenófoba, racista, soberanista, autoritaria e intolerante, rallando en el neofascismo. Es también antisistémica, pero sin proyecto institucional, salvo el que le insinúa desordenadamente y al oído, al mismísimo diablo societal que representa: su horda populista resentida y anticivilizatoria.
Anuncia que no cumplirá nunca con débiles acuerdos del pacto democrático. Rompe con las normas de la convivencia y amenaza, desde el chantaje, al opositor. Es neofascista, no lo olvidemos. No cree en la democracia representativa, se vale de ella y a partir de ella despliega su demagogia soberanista que intenta cautivar y seducir, a sectores desprotegidos, no sólo porque padecen estos la inmoralidad democrática de sus líderes, sino también por su enfermiza incontinencia emocional. El público al que se dirige esta facción ideológicamente ambulante, está emocionalmente compungido: es resultado de una invalidez político-emocional que le ha corroído por décadas. Dicho público es un subproducto (semihuérfano) del fracaso relativo del proyecto democrático capitalista. Es aquí mismo que esta derecha se ha fortalecido.
El empoderamiento de la derecha antidemocrática es consecuencia de los vacíos dejados en el seno del Estado y por las debilidades infringidas en su estructura, por un lado, por la crisis de valores ético-político-culturales, consecuencia del mal actuar de las élites políticas que al corromperse se alejaron de la democracia representativa, en consecuencia de sus descontentas bases electorales, y por el otro, debido a la pauperización de una fracción de sectores medios, poco educados e ilustrados, que no han podido alivianar su condición económica desde el nacimiento de la Cuarta Revolución Industrial (tecnológica). Esta base social radicalizada se ha convertido en el sustento de esta nueva fuerza populista soberanista. Lo mismo en Austria que en Alemania, Rusia, Suiza, Holanda, Suecia, Francia, Polonia, Hungría, República Checa, Brasil (¿México?) y ahora EU se ha instalado en forma firme y amenaza con ir creciendo gradualmente. Se equivocaron aquellos que desde el fin de la Guerra Fría creyeron consolidado el capitalismo democrático acompañado por una sociedad civil preñada de valores y objetivos progresistas o, al menos, alejada de las políticas conservadoras. Se trató de un espejismo que fue desvelándose en la misma medida en que los actores políticos activos en el poder fueron degradando su valor —y el de la política democrática— en el mercado democrático. La suposición de que el progresismo de la sociedad civil del poscomunismo prevalecería así nomás, fue errónea y, al contrario, una nueva fuerza cívica fue forjándose: el activismo social conservador —quizá espoleado por la trágica experiencia comunista en los países del Este— devino en una sociedad civil conservadora que libró las barreras ideológicas y logró asociarse con fuerzas antiliberales que les dieron cobijo y empoderaron hasta volverlos poder constituido, tal y como es el caso de Trump. Es decir, los personeros de la antipolítica sacaron su justa tajada en esta reyerta y son hoy, posados sobre esta base societal, una fuerza política más activa del presente y del mediano futuro de la cruzada del antiliberalismo democrático.
Hay que decir que la confirmación del extremista juez Brett Kavanaugh para formar parte de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) de EU, significa un paso gigante del trumpismo para imponerse en el interior mismo del poder equilibrador de mayor importancia en ese país y proseguir con su misión devastadora. La nominación de Kavanaugh parece haber proyectado este plan destructor y antidemocrático, al grado de que Trump podría conservar una mayoría en el Senado, aunque no en la Cámara de Representantes. La pregunta es, si esta venganza de la historia continuará o podremos erradicarla a favor del futuro promisorio del bien y el sentido común democrático. Lo veremos en noviembre en EU.
