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Un elogio del error

José Elías Romero Apis

José Elías Romero Apis

Esta es la 12ª reflexión de mi pequeña serie sobre los elogios de lo no elogiable. Los errores de los gigantes pueden servirnos, no así los errores de los enanos. Cuando se equivoca un elegido, decide viajar a la India y se topa con América. Cuando se equivoca un petiso, se pasa el “alto” y se topa con el Metrobús. Así es la política.

El primero, con su error, asentó el teorema de la redondez del planeta, cambió la visión del mundo y estableció una nueva relación de los hombres con el universo. El segundo, con su error, bloqueó el crucero, cerró el paso a los convoyes que seguían y destruyó su automóvil. Se aprende más de los errores de los titanes que de los aciertos de los pigmeos. Así es la política.

Para Kätser y Confucio son tres los principales métodos de aprendizaje de la humanidad.

El primero de ellos es la imitación. A este método se debe la enseñanza básica del comportamiento humano. En la escuela de la vida, la imitación es el preescolar y la primaria.

El lenguaje, la idiosincrasia y la cultura primigenia son un producto esencial de la imitación.

Éste es, además, el más sencillo de todos, pero, por el contrario, es el menos eficiente para el aprendizaje de alto nivel. La imitación es muy formativa del comportamiento, pero muy poco ventajosa para el desarrollo del pensamiento. Por eso, el sabio, el héroe y el santo deben muy poco de su formación al ejercicio imitatorio.

El segundo método es el acierto, bien sea en su forma de  éxito o en su modalidad de victoria. En la escuela de la vida, el acierto es la secundaria y la preparatoria. Aprender en medio del éxito o de la victoria es un aprendizaje delicioso, tal como suele ser la dicha juvenil de la educación media. Es una enseñanza formativa, pero incompleta.

El acierto casi nunca admite examen ni diagnóstico. Nike es una buena maestra, pero siempre termina engañada y confundida por Aristos. Por eso, casi siempre creemos que obtuvimos la victoria porque somos los mejores y esa suele ser la única conclusión de nuestras tesinas de este ciclo pedagógico. Bella ensoñación, pero peligrosa.

El tercer método de aprendizaje es el error, bien sea en su forma de fracaso o de derrota. En la escuela de la vida, el error es la profesional. Aprender del fracaso o de la derrota es un aprendizaje doloroso.

Es, ésta, una enseñanza pesarosa, pero provechosa. El error es muy buen maestro, pero muy caro. Brinda la enseñanza de fondo y la más completa. Con ella culmina lo que nos brindó la imitación y el acierto. Pero el precio de sus colegiaturas es muy alto en sufrimiento, en pérdida y hasta en vergüenza.

También existe una especie de beca de posgrado. Nos permite hacernos de los beneficios de la enseñanza por el error ajeno. El aprendiz observador puede acudir a esta aula superior sin pagar de su propio peculio. El costo ya fue pagado por otros. No habrá estipendio para él, sino tan sólo beneficio didáctico. He allí el mérito de la educación gratuita de alto nivel. Aprender viendo como los otros incurren en su desliz, su traspié, su resbalón o su tropezón.

Dos advertencias sobre el error. El error enseña, pero es una bebida de moderación. Un poco de error puede servir. Una alta frecuencia en el error puede destruir. El que se equivoca una vez al año es un experimentado. El que se equivoca una vez al día es un pendejo.

Hay quienes no merecen el perdón por sus errores. Uno de ellos es el político, quien no tiene permiso para el error porque el profesional no puede equivocarse. Yo me podría equivocar en un juego de dominó porque no soy un tahúr profesional y porque sólo me dañaría a mí mismo.

Pero no me puedo equivocar en un proceso ni en un amparo ni en una consulta porque soy un abogado profesional, cobro por mi trabajo y no puedo perjudicar a mis clientes. Así como no se puede equivocar el cardiólogo ni el ingeniero ni el piloto. Con esto aclaro que no me considero infalible, sino que me considero irredento.

Las abuelas decían a sus nietos que echando a perder se aprende, pero no lo decían a sus nietas para que no aprendieran mucho.

 

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