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Pompeo, Trump y el desafío interior

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El libro de memorias de Mike Pompeo, el exsecretario de Estado de Donald Trump, así como los discursos de éste, incluso el pasado fin de semana sobre el tema migratorio, deben ser tomados como lo que son: piezas de una estrategia electoral enfocada en 2024, más allá del hecho, puntual, que pudieran estar revelando datos, sobre todo en el libro de Pompeo, que efectivamente sí se dieron aunque probablemente no en el contexto en el que el exsecretario y hoy, como Trump, aspirante a la candidatura republicana, dice.

Comencemos por un tema central: el envío de soldados, 28 mil, a la frontera. Por supuesto que Trump hizo esa amenaza, fue pública y por supuesto que el gobierno mexicano se allanó a ella. No sé si el canciller Marcelo Ebrard le pidió, como con el programa Quédate en México y, según dice Pompeo, que no se hiciera público. Puede ser, pensar que cualquier acuerdo en política debe hacerse público es, por lo menos, ingenuo.

Pero el caso es que el error de origen no es ése y no lo señalan ni Pompeo ni Ebrard. El pecado original en el tema migratorio, en lo que concierne a México, fue la declaratoria del presidente electo López Obrador de abrir las fronteras e incluso, cuando Alejandro Encinas estaba encargado del tema migratorio, impulsar el tránsito y las caravanas hacia la frontera norte, me imagino que como una forma de presionar a la Unión Americana y a un gobierno de Trump que, desde la campaña en 2016, insistía en la construcción del famoso muro. Eso detonó la oleada migrante, endureciendo aún más al trumpismo, donde Pompeo era de las alas más radicales, y en ese contexto se dieron aquellas amenazas y el giro de 180 grados en la política migratoria de nuestro país.

Pero lo que no se dice, como hemos insistido en muchas oportunidades, es que desde muchos ámbitos internos, pero sobre todo desde las Fuerzas Armadas, se insistió en que esa política de fronteras abiertas no sólo era insostenible, sino que era un desafío ya no sólo para la seguridad pública e interior, sino también para la seguridad nacional.

Ningún país puede abstenerse de tener un control sobre sus fronteras, y más aún sobre flujos migratorios de cientos de miles de personas que ingresan en forma cotidiana al país en forma ilegal. Menos aun cuando, nos guste a o no, tenemos en la frontera sur una serie de naciones amigas, pero que viven en un terremoto político, social y de seguridad. Cuando nuestra propia realidad está marcada por la operación de fuertes grupos criminales que no tardaron en hacerse cargo de esos flujos migratorios, y cuando tenemos en el norte una frontera común de tres mil kilómetros con la principal potencia mundial, que ha hecho de su propia seguridad, siempre y más aún desde el 11-S, el tema central de su agenda, dentro y fuera del país. Eso se llama, diría Kissinger, real politik.

Sumémosle a eso que en la Casa Blanca se encontraba un energúmeno como Donald Trump, que amenazaba con atacar México, declarar a los grupos del narcotráfico en México como terroristas para poder agredirlos militarmente (ver el libro Furia de Bob Woodward), establecer aranceles altísimos o, de plano, cerrar la frontera, y vemos que la decisión de llegar a un acuerdo que cubría una necesidad de seguridad nacional de México y, al mismo tiempo, una exigencia de la Casa Blanca no es en ningún contrasentido.

Por supuesto que en todo eso hay aspectos muy controvertidos. El principal, el doble lenguaje del gobierno federal y sobre todo del presidente López Obrador respecto a Trump, a la política migratoria, a la forma de implementar esos acuerdos. Al respecto hay varios capítulos vergonzosos, sobre todo el no tener la honestidad de transparentar la relación, los intereses, las exigencias y los beneficios que implican ser parte de América del Norte.

Tanto con los acuerdos de Quédate en México como con el Título 42, que dejaron en México a más de dos millones y medio de migrantes que solicitaron asilo en Estados Unidos entre marzo del 2020 y diciembre del 2022, lo que llama la atención es que no se hayan establecido convenios, aunque sea para financiar ese drama social, económico, de seguridad en las fronteras que implicaba, e implica hoy día, destinarle enormes recursos. Trump tiene razón en una cosa: movilizamos 28 mil soldados, acogimos dos millones y medio de migrantes que querían ir a Estados Unidos, y no les costó ni un peso. Sin duda, puede haber habido otros beneficios políticos, como que el presidente Trump siga diciendo que López Obrador es “su amigo, aunque sea comunista”, y que ello no se haya reflejado en presiones duras de Trump (como comienza a haber en el gobierno de Biden) en temas energéticos, políticos, de seguridad, comerciales y de derechos humanos.

El libro de Pompeo deja ver también las tensiones, reales, desde antes de asumir el poder, entre distintos grupos de la 4T, en particular entre el canciller Marcelo Ebrard y los grupos más cercanos, personal y familiarmente, al presidente electo, que seguían viendo con desconfianza al futuro canciller. La designación de la embajadora Martha Bárcena, una diplomática muy cercana a López Obrador y familiar de su esposa Beatriz, como embajadora en Washington en los primeros meses del gobierno, fue parte de ese juego. La pregunta que queda es hasta dónde, al día de hoy, influye aún esa desconfianza recíproca.

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