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LeBarón y Langford, ¿por qué?

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

El presupuesto básico de cualquier investigación, desde periodística hasta criminal, se basa en unas pocas preguntas: quién, cuándo, dónde y, sobre todo, porqué y para qué. Todo esto viene a cuento porque después de la reunión que mantuvo el presidente Andrés Manuel López Obrador con los integrantes de las familias LeBarón y Langford, se dijo que tanto el FBI como la Fiscalía General de la República tienen ya prácticamente resuelta la investigación sobre el crimen que dejó seis niños y tres mujeres muertos en un ataque cometido en la frontera entre Sonora y Chihuahua.

Los asesinos materiales son integrantes del cártel de La Línea, una derivación del cártel de Juárez, han sido identificados y la mayoría ya están detenidos, dos de ellos en Estados Unidos. El caso, en ese sentido, parece estar a punto de ser resuelto y, sin embargo, persisten las dudas, sobre todo por una pregunta que no es respondida por nadie, ni siquiera por los criminales detenidos: ¿por qué?, ¿por qué matar a mujeres y niños indefensos y quemar los cuerpos?, ¿qué es lo que realmente está en el fondo de esta historia?

¿Para qué hacerlo? Los asesinos recibieron órdenes y dispararon, pero es imposible que no se estuvieran dando cuenta que no mataban sicarios de un grupo rival sino a niños y mujeres que, incluso, se bajaron de sus camionetas para que vieran quiénes eran. Aun así los mataron, pero ¿por qué quemaron las camionetas con los niños del primer ataque?, ¿por qué dejaron ir, aunque estuvieran heridos, a los otros niños?, ¿por qué muchos de los asesinos materiales de La Línea fueron a buscar asilo a Estados Unidos (unos once según fuentes extraoficiales)?, ¿por qué sólo dos fueron detenidos y los otros enviados de regreso a México sin avisar a las autoridades mexicanas?.

El crimen de los niños y mujeres de las familias LeBarón y Langford está muy lejos de darnos todas las respuestas pese a que estén detenidos muchos de los principales asesinos materiales. Es un crimen que sigue sin tener una explicación lógica y que no admite, por inverosímil, el de la simple confusión.

¿Qué estuvo detrás?, ¿el narcotráfico, los yacimientos de litio en eterna disputa entre estas comunidades y los pobladores de la zona?, ¿la pelea por el agua o las rutas?, ¿la religión?,  ¿pleitos familiares? ¿Por qué en una zona plagada de enfrentamientos y violencia se aventuraron mujeres y niños solos por unos caminos alejados de cualquier protección?

El caso de los niños y mujeres asesinados de las familias LeBarón y Langford está a punto de convertirse en cosa juzgada, los responsables materiales están ya en prisión y sufrirán las condenas correspondientes, pero aún, nadie termina de responder y responderse las dos principales preguntas de cualquier investigación: por qué y para qué.

 

 


LUCHA INTERNA          
La lucha interna en ciertas áreas del gobierno es inocultable y se da en muchos ámbitos diferentes.

La semana pasada fue evidente entre la Fiscalía General de la República y la Unidad de Inteligencia Financiera, de Alejandro Gertz Manero y Santiago Nieto, respectivamente. Lo es entre muchos de quienes manejan las áreas económicas con los responsables de áreas energéticas, como Rocío Nahle y Manuel Bartlett. Entre quienes reclaman un alineamiento bolivariano pese a que es evidente que el presidente López Obrador no quiere enfrentarse ni remotamente a Estados Unidos.

Pero la confrontación de la embajadora en Washington, Martha Bárcena, con el canciller Marcelo Ebrard ha alcanzado otros niveles, se ha tornado pública y luego de la extraña historia de la silla de la embajadora en la reciente reunión de embajadores y cónsules (la embajadora aseguró en redes que la habían sentado al fondo del salón, entre los embajadores no titulares. Protestó públicamente y no fue hasta que el Presidente le pidió que se sentara en la primera fila no se movió de su lugar, pese a que, desde el inicio, le habían ofrecido acomodarla en otro lugar, pues los asientos no estaban asignados en el salón de reuniones) se ha sumado ahora una campaña de descalificación contra uno de los principales operadores de Ebrard, Javier López Casarín, orquestada, aseguran, por Héctor Agustín Ortega Nieto, quien trabajaba en la jefatura de oficina del excanciller Luis Videgaray.

La razón de esa campaña, basada en algunos datos reales, junto a otros falsos, es sencilla. López Casarín no sólo es uno de los principales operadores de Ebrard, es también uno de los potenciales reemplazantes de Jesús Seade en la subsecretaría de América del Norte y es quien mantiene buena parte de los hilos en la comunicación del secretario Ebrard con la Casa Blanca. Hilos que la embajadora quiere manejar, olvidando que el interlocutor con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y su gente, es el canciller, quien es el verdadero objetivo de esta campaña.

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