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¿Se puede impulsar la paz con el crimen organizado?

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

 

La detención y posterior liberación de Ovidio Guzmán López ha generado cambios relevantes en la política de comunicación social del presidente Andrés Manuel López Obrador.Al divulgar información reservada y, de paso, reconocer la capacidad de respuesta del crimen organizado, se allana el camino hacia la transparencia en temas cruciales para la seguridad del país.

Nunca se había hecho público un informe sobre operativos militares. El pasado 17 de octubre la Secretaría de la Defensa Nacional y la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, de manera conjunta, decidieron atender la solicitud del gobierno norteamericano para detener bajo una orden de extradición al hijo de Joaquín Guzmán Loera, actualmente sentenciado a cadena perpetua. Ovidio está acusado de conspiración para traficar cocaína, metanfetaminas y mariguana a los Estados Unidos. El informe militar revela que la detención de Ovidio Guzmán se hizo sin violencia, pero que se le debió liberar debido a una inusual respuesta armada de decenas de sicarios coordinados y bien pertrechados que rompieron los cinturones de seguridad, secuestraron a varios militares e incluso invadieron la unidad habitacional donde viven sus familias.

La interpretación de estos hechos, pero también la especulación e incluso la descalificación hacia la estrategia del gobierno federal para enfrentar al crimen organizado -que cuenta con brazos armados y los moviliza-, hace del Cártel de Sinaloa un referente sine cuanon para dimensionar las rutas por las que, en adelante, habrá de llevarse la estrategia nacional contra dichos grupos, buscando evitar la confrontación y las muertes innecesarias. El presidente López Obrador ha insistido en evitar los “daños colaterales” en esta lucha. Incluso ha sido enfático al afirmar que ya no hay “guerra” contra los cárteles. En este sentido, es revelador el video del ejército en donde Ovidio, detenido y bajo control de las fuerzas armadas, llama a uno de sus hermanos para pedirle detener las movilizaciones y el ataque de los sicarios. Si bien la movilización de sicarios continuó, el alto al fuego se concretó después de un acuerdo por el cual se le liberó, lo que trajo en consecuencia también la liberación de los militares secuestrados.

Y ese es el punto de inflexión. Porque la decisión de soltar al hijo del Chapo no sólo evitó una confrontación armada en la que inevitablemente habría muchos muertos, incluso civiles, sino también creó un impasse por el cual se abre la posibilidad de establecer mecanismos que, en un escenario hipotético, pudieran llevar al desarme de los grupos criminales, así como su salida de los negocios ilícitos con el escenario de una amnistía.

La realidad hoy, no obstante, parece otra. El contragolpe armado del Cártel de Sinaloa reveló el control que de facto tiene sobre la capital sinaloense, a cuya corrompida estructura policiaca o de alguna otra esfera del servicio público debe pagar bastante bien por cualquier delación.

Y es que la movilización intempestiva de sicarios pertrechados no sólo tendría que explicarse por errores en el operativo para detener a Ovidio, que los hubo y se han reconocido. Hay que realizar más lecturas, por ejemplo, que personal infiltrado adscrito a posiciones estratégicas del gobierno en esa entidad hubiera dado un chivatazo del operativo con lo cual se dispusieron las condiciones que permitieron negociar la liberación del detenido.

Por eso es necesario plantear que si los sicarios se movilizaron de manera coordinada y que si pudieron llegar a un acuerdo es porque también han madurado. Las horas dramáticas de fuego y el temor de la población recogido con videos a través de las redes sociales, son materia atractiva para la crónica periodística, pero deben trascenderse en abono de lecturas prospectivas, por ejemplo, si Guzmán Loera habría dejado de tener valor para la sobrevivencia del grupo criminal y de cómo éste puede coexistir en adelante con un gobierno que no quiere hacerles la guerra pero que está buscando mecanismos distintos para acotarlos en su fortaleza financiera y en la modificación de los activos que han hecho crecer el mercado en el cual inciden.

Para dimensionar el anterior contexto es necesario tener presente cómo se efectuaron las detenciones de Joaquín Guzmán Loera, rostro y emblema histórico del Cártel de Sinaloa, quien llegó a convertirse en el hombre más buscado por el FBI y la Interpol. La primera captura se realizó en 1993, la segunda en el 2014 y la tercera en 2016. En total, el Chapo estuvo preso más de 14 años, pero entre la primera y la tercera captura se mantuvo libre bajo condiciones precarias. Por razones que habría de hurgar, lo cierto es que el capo no escogió Culiacán como refugio. Que se le hubiera detenido en Mazatlán y luego en Los Mochis, pero también que viviera a salto de mata en la sierra de Sinaloa y Durango, constituyen indicadores de que este personaje habría perdido el liderazgo al interior del cartel, que obviamente siguió activo, pero sin duda bajo esquemas de dirección distintos, pero sobre todo de mando.

¿Quién dirige ahora esta estructura criminal? No es Ovidio. Y resulta ocioso buscar la respuesta hoy. Mejor hay que reconocer que la inteligencia criminal existe, por lo cual mantener el anonimato de su estructura operativa puede ser una medida de audacia por parte del Cártel de Sinaloa.

La complejidad de los basamentos en que descansa el crimen organizado cruza varias rutas y plantea consecuentemente muchas preguntas en materia de seguridad.

Una de ellas es si a la entidad sede del cártel se le está valorando acertadamente en materia de inseguridad. En la plataforma Semáforo Delictivo, Sinaloa presentó datos poco significativos durante septiembre, en especial en los indicadores asociados al crimen organizado. En el caso de los homicidios, formó parte de las 12 entidades que registraron homicidios por arriba de la tasa nacional, pero muy por debajo de diez de esas entidades. Cuál puede ser la respuesta ante una pregunta tan concreta como la siguiente: ¿por qué Sinaloa proyectaba una relativa calma teniendo en su ciudad capital un brazo armado tan efectivo?

No es momento de querer encontrar la “verdad”. Pero sí de preguntarnos qué tanto sería posible construir la paz en el contexto del crimen que sigue organizado, se mueve y amenaza.

 

 

 

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