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¿Qué tan periodístico es filtrar documentos?

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

¿Cuáles son las pautas del periodismo de inves­tigación? La pregunta resulta pertinente tras la detención en Londres del australiano Julian Assan­ge, fundador de la organización Wikileaks, quien perdió la protección ofrecida durante seis años por la embajada de Ecuador en Gran Bretaña y ahora pagará 50 semanas de prisión por violar el régi­men de libertad condicional en que se encontraba, antes de solicitar asilo al gobierno ecuatoriano.

El infierno para Assange le espera en Estados Unidos, país que reclama su extradición acusado de conspiración criminal por infiltrarse en sus siste­mas, obtener información clasificada y documentos divulgados a diversos periódicos a finales del 2010.

Aunque fue un hit periodístico esa filtración masiva, lo cierto es que la jugosa materia prima que ha dado y sigue dando pauta para la elaboración de miles de noticias, reportajes y análisis, de ninguna manera puede considerarse producto del periodismo. Assange no investigó; Assange hackeó. Abrió la puerta encriptada del Departamento de Estado con la ayuda de Bradley Manning (hoy Chelsea Manning), ex analista de inteligencia militar, quien de acuerdo a fuentes periodísticas podría haber entregado a la plataforma de Wikileaks hasta 700 mil documentos, incluidos secretos de las guerras contra Irak y Afganistán, plasmados en cables clasificados. Estos contenidos valiosos para cualquier periodista y para las áreas de inteligencia de los demás países, se proyectaron en la opinión pública evidenciando los oscuros mecanismos con que opera el gobierno norteamericano, incluido el espionaje realizado desde sus embajadas.

Estamos frente a dos hechos concretos: 1) el hackeo masivo de información clasificada y, 2) la liberación de contenidos con los que después se hizo mucho periodismo. Por ello, es necesario retomar un debate ya iniciado hace tiempo en torno a cuáles pueden ser los “méritos” en el periodismo de investigación basado con material filtrado que, además, ni siquiera se estaba buscando. Son necesario valorarlo porque en los últimos años la filtración y el anonimato los elementos que están acompañando no solo una cantidad extensa de noticias sino hasta los contenidos divulgados en redes sociales. ¿Este será el periodismo con el que vamos a lidiar en adelante? Fijo posición.

El ejercicio del periodismo solo puede ser subjetivo. La parcialidad en la redacción de contenidos o en la formulación de opiniones tiene un barniz ideológico inevitable. No hay reporteros, editores, jefes de información, fotógrafos o camarógrafos que carezcan de principios que se reflejan en su trabajo.

Desde la teoría académica lo ideal sería ponderar contextos y equilibrar cada noticia, cada opinión, cada imagen y cada bite. Eso es lo que se esperaría de periodismo en un inexistente mundo ideal, donde se valore la integridad del periodista, siempre profesional y ecuánime, con audiencias educadas y demandantes de contenidos que les permitan tomar decisiones en función de sus intereses los cuales, se supone, serían plurales por idearse este escenario en sistemas democráticos, en caso de que efectivamente los hubiera.

Pero si lo ideal no existe en la vida más perfecta imaginada, mucho menos en el periodismo de nuestra cotidianidad porque hacer periodismo implica competir por encontrar o construir una noticia. También exige buscar, crear y sostener audiencias; vender publicidad; ganar nichos de mercado y hacer más con menos, ya que la información en todo este régimen de competencia es mercancía. Hacer periodismo tiene costos económicos para quien lo produce como para quien lo consume.

Lo anterior plantea la necesidad de reconocer que en la actualidad el periodismo sea de información, investigación u opinión compite entre sí, que necesita exclusivas y -sobre todo- que tiene viabilidad en la medida que pueda venderse. Bajo este sentido las filtraciones adquieren valor agregado.

Sin embargo, el uso indiscriminado de filtraciones supone un reto ético y editorial, particularmente para los medios cuando difunden reportajes o noticias basadas en este recurso. Y es que una cosa es obtener información resultado de filtraciones y otra publicar filtraciones que no se han buscado.

En este último escenario es donde las revelaciones de Wikileaks plantean la interrogante, particularmente editorial: ¿divulgo algo porque me llegó? ¿Lo hago porque es muy importante el contenido aunque no lo haya buscado? Es obvio que al darle curso a una filtración no buscada, todo medio asume responsabilidades ajenas, desplazando al tercero que haya facilitado la información, muchas veces desde el más profundo de los anonimatos.

Este escenario requiere de una posición consensuada al interior del medio de comunicación, por más pequeño que sea, ya que divulgar una filtración genera invariablemente efectos que pueden repercutir en la imagen del medio divulgador con impactos financieros, políticos o credibilidad.

Assange es un personaje singular; inteligente y experto en sistemas. Ciertamente no tuvo miramientos éticos respecto del impacto que generaría la revelación de información resguarda en perjuicio de terceros. Por ello los principios editoriales deben ponderarse, sobre todo aquellos que resguardan posturas de independencia, frente a la tentación de exclusivas y ruido mediático. Los medios se deben a sus directrices, eso, desde mi perspectiva, es el punto de partida para tomar decisiones frente a las filtraciones.

 

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