Logo de Excélsior                                                        

López Obrador y la caja de Pandora

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

 Andrés Manuel López Obrador necesitará un Estado fuerte para implementar su proyecto de nación. Como titular del poder ejecutivo reque­rirá estructuras de mando sólidas, es decir, una plataforma operativa bien aceitada y coordinada.

Su arribo al poder precisa un Estado fuerte, pero también creíble. Y para ser verosímil desde esa instancia operativa se necesita construir cer­tidumbre, confianza, así como suficiencia.

Sin embargo, parece que el presidente electo está impulsando condiciones para asumir el poder desde un mando si no débil, al menos acotado: ha dicho que se gestionará un Estado descentra­lizado operativamente aunque centralizado en el manejo del gasto, supervisado con rigor, lo cual puede llevarle a la inmovilidad.

También ha señalado el presidente electo que el Estado va a renunciar a su área de inteligencia, tanto como a la difusión institucional. Por si fuera poco, señaló que disminuirá sueldos e incremen­tará jornadas laborales a quienes le ayudarán a gobernar. No se requiere mucha prospectiva para advertir que estas medidas constituyen un debi­litamiento de facto.

La configuración de este escenario, en conse­cuencia, se proyecta como un contrasentido. Es muy posible que existan elementos de engrane entre el propósito de hacer más con menos, pero éstos no se advierten, no por el momento. ¿Cuál será el mecanismo que garantizará los cambios ofrecidos desde una estructura de gobierno dis­minuida en tamaño y recursos? ¿Cómo se va a ejecutar el plan de trasladar burócratas a ciudades lejanas a su actual centro de trabajo? Vaya reto.

De ninguna forma aquí se supone que reducir el tamaño del aparato estatal e incluso de la bu­rocracia improductiva represente un desacierto, pues durante años se han liberado plazas, sueldos y prestaciones excesivas a decenas de miles de trabajadores “al servicio del Estado”, mediante convenios oscuros y abiertamente corrompidos con estructuras sindicales.

También es verdad que los sueldos de funcio­narios colocados en las cúspides de secretarías, dependencias y otros organismos llamados autó­nomos contrastan con los salarios mínimos. Por supuesto que se trata de situaciones inadmisibles por cuanto han dañado al erario y pervertido la prestación de servicios.

 López Obrador sabe que la burocracia en su conjunto es un lastre financiero y que si no la de­pura va a estorbarle en su gobierno. Lo que resulta difícil es advertir si ha dimensionado la capacidad de resistencia de su equipo para llevar al país por otros caminos y al mismo tiempo doblegar a la burocracia representada en sindicatos enquistados dentro del presupuesto. No existen precedentes de cambios profundos y conceptuales al interior de gremio de trabajadores al servicio del Estado. ¿Qué haría usted si hereda una estructura así?

Debe advertirse -en contraste- que no todo es podredumbre dentro del aparato estatal donde se han formado excelentes y comprometidos traba­jadores, mujeres y hombres que hacen posible la operación de infinidad de servicios así como otras intervenciones que contribuyen a organizar, or­denar y distribuir infinidad de programas sociales.

Por eso mismo, si el presidente electo logra te­jer una red de empleados públicos y funcionarios verdaderamente comprometidos con su agenda política, estará encabezando una administración histórica pero, para lograrlo, limpiar la casa no es suficiente; hay que edificarle nuevas habitaciones, pues la inversión en infraestructura pocas veces se emplea para mejorar servicios.

La burocracia y en general el aparato de Esta­do es una bomba caliente que puede estallar, en especial ante la confianza que supone domesti­carla y, mejor aún, hacerla productiva.

Han transcurrido los dos primeros meses posteriores a su triunfo por lo que la pregunta se obliga: ¿está López Obrador abriendo la Caja de Pandora del Estado Mexicano? ¿Podrán él y su equipo concretar los ofrecimientos de eficiencia y productividad que corresponde garantizar al aparato burocrático?

Con un Estado acotado no la va a tener fácil el nuevo presidente. El servicio público es comple­jo y dado que sobre él se soportan las decisiones ejecutivas para todo el país, la percepción de que se busca desmantelarlo podría derivar en una generalizada preocupación, aunque en el fondo se busque su eficiencia.

Andrés Manuel llegará a Palacio Nacional como un presidente fuerte. ¿De verdad quieren él y sus colaboradores tomar decisiones desde un aparato operativo disminuido?

Pasan los días, se acumulan las preguntas. En tres meses tendremos las primeras respuestas.

Comparte en Redes Sociales

Más de Ignacio Anaya