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De verdad, ¿Cuál oposición?

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

El presidente necesita contrapesos. Andrés Manuel López Obrador va a gobernar mejor si enfrenta actores sociales, políticos e ideológicos que equilibren efectivamente el poder ganado tras la contienda electoral.

Todo buen gobierno requiere contrapesos sólidos e inteligentes. Esta condición es necesaria -inclusocuando se triunfa de manera contundente, como ha sido el proceso por el cual llegó a Palacio Nacional el político tabasqueño. Muchos mexicanos no sufragaron por él así que esas voces y esa fuerza existen, el problema que enfrentan en su incapacidad para articularse.

Y es que, para ser efectiva, la oposición requiere solidez discursiva e ideológica. Los dirigentes y las figuras derrotadas electoralmente pueden erigirse en contrapesos si trascienden el discurso fácil de descalificar mecánicamente a su adversario, alentados por el tráfico caótico de las redes sociales que se han convertido, para ellos, en zonas de confort.

De hecho, ante la sumisión que gran parte de su gabinete tiene es que el presidente necesita adversarios reales, más allá de los periodistas e intelectuales críticos o incluso los que él mismo se inventa, porque la democracia es un continuo necesitado de oxígeno y éste se libera cuando hay debate permanente, pero sobre todo sustancioso. Buscarle defectos o errores, incluso insultar al presidente no significa crear oposición.

Hace contrapeso quien camina bajo otro modelo de desarrollo, con otros principios, incluso con otra cosmogonía. En México quizá un ejemplo acotado de oposición, pero oposición real por su radicalidad antisistema, sean las bases zapatistas chiapanecas que han fijado límites territoriales y autónomos muy concretos desde que el movimiento del EZLN irrumpió en 1994.

¿Qué pasa, entonces? ¿Por qué los opositores derrotados no logran articularse y sumar fuerzas para hacerle frente al presidente y a su partido? De entrada, porque no piensan ni sienten igual. Pesan en sus ánimos emociones particularizadas y cóleras individuales. Definitivamente, mientras haya oposiciones divididas, desprestigiadas, saturadas de soberbia, el inquilino del palacio nacional gobernará imponiendo sus reglas y visión de desarrollo.

Por lo anterior es que la reciente presentación del proyecto Futuro 21 generó un momentáneo sentido de interés hasta que cayó la careta y se comprendió que, detrás de dicha iniciativa, está el Partido de la Revolución Democrática o lo que queda, ya que la mayoría de sus dirigentes y militantes decidieron sumarse a la iniciativa de López Obrador mientras que otros se hicieron a un lado sin filiación momentánea. ¿Alguien puede creer que de Futuro 21 salga un contrapeso presidencial? Sus cuadros o líderes destacados, algunos gestados en otros partidos, carecen de credibilidad, pero sobre todo de consistencia y no la pueden tener cuando al frente del PRD persiste el mismo sector que lo llevó a su derrota y virtual desaparición del espectro político nacional. Sí, la corriente Nueva Izquierda es un lastre en dicho partido. Para comprender la dimensión de Futuro 21 hay que observar la configuración de sus figuras prominentes para constatar que, efectivamente, no construyen ni de chiste el movimiento que López Obrador requiere de interlocutor.

Diferente se proyecta el Partido Acción Nacional que en las elecciones locales recientes demostró capacidad electoral para enfrentar al partido del presidente en las urnas. Aguascalientes, Tamaulipas, Durango, Baja California y Puebla siguen siendo bastiones panistas; los tres primeros le dieron importantes triunfos municipales. Desde esta perspectiva, su capacidad de movilización y su proyección ideológica se ofertan con mayor nitidez frente a la opinión pública que Futuro 21.

Lo anterior lo sabe el PRD que, en un desesperado intento por dejarse de desgranar, ha decidido sumar sus pocos legisladores al frente opositor impulsado por Acción Nacional en la Cámara de Diputados junto con el Partido Revolucionario Institucional y Movimiento Ciudadano; como se sabe, Morena cuenta con mayoría simple y puede aprobar muchas iniciativas de ley.

En la encuesta nacional de junio, la consultora Investigaciones Sociales Aplicadas (ISA) reveló que el 40 por ciento de electores no tiene definido por qué partido votará en las elecciones intermedias pero el 30% asegura que lo haría por Morena; el 14% por el PAN; el 10% por el PRI y solo el 5% por lo que queda del PRD. Sobre este último número se pretende hacer crecer a Futuro 21.

¿Entonces? ¿Un frente de diputados haría contrapeso? Definitivamente no porque el poder legislativo está en manos del presidente, a pesar de las divisiones internas de Morena cuyos líderes disputan las prebendas y los escenarios de sus carreras políticas.

Territorialmente, empero, podría haber un bloque sólido y contundente para enfrentar a López Obrador si se unifican los gobernadores de oposición que son mayoría. Morena solo tiene presencia en la Ciudad de México, Tabasco, Chiapas, Veracruz, Puebla, Morelos y -dentro de unos días- tomará el poder en Baja California. Un frente de mandatarios opositor sería algo serio y realmente un efectivo contrapeso presidencial. Ese escenario, no obstante su potencial, tampoco parece tener condiciones para concretarse por infinidad de motivos, entre ellos que los gobernadores a su vez han construido agendas personales.

La actual administración presidencial ha ofrecido infinidad de oportunidades para que sus opositores se organicen y le obliguen a gobernar mejor. El desabasto sistemático de medicamentos y la falta de vacunas, son algunos ejemplos de esos errores no capitalizados.

El protagonismo presidencial, tras su primer informe de gobierno, difícilmente puede entenderse sin la ausencia de una oposición fuerte, que se niega a mirarse humilde, articulada pero sobre todo abierta a nuevos protagonistas.

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