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Candidatos frustrados, candidatos incómodos y candidatos agredidos

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

Ser candidato dejó de ser fácil, sobre todo en los partidos viejos. Ahora ni siquiera en el ámbito plurinominal se tiene garantizado el acceso a un puesto de representación popular y por si fuera poco la población es mucho más crítica; cada vez menos ciudadanos permutan o regalan su sufragio.

Divisiones al interior de cada partido, migración de militantes de una fuerza a otra, antecedentes personales que se convierten en lastres, amena­zas del crimen organizado, poca o nula visibilidad pública, mayor marcaje periodístico así como el desafió cambiante en las tendencias de las redes sociales, son algunos indicadores que obligan a repensar la viabilidad de postularse para competir electoralmente.

En las elecciones del 1 de julio se votarán miles de cargos (la presidencia, ocho gubernaturas inclui­da la Ciudad de México, el Congreso de la Unión, congresos locales y ayuntamientos). Se trata de un proceso electoral masivo, muy competitivo en donde surgirán ganadores necesariamente, aunque muchos llegarán a sus cargos con golpes, porrazos, heridas y otras cicatrices que, quizá, nunca puedan sanar.

Los candidatos más dañados serán aquellos que aspiran a los mejores cargos. Muchos de quienes pierdan pero también muchos de quienes ganen, van a concluir esta experiencia con niveles de desacreditación importantes a los que deberán de dedicar tiempo y recursos para restañar. Y es que una contienda rompe con la privacidad de cual­quier abanderado político; lo exhibe, lo calumnia y prácticamente lo desnuda.

¿Hay candidatos incómodos? Podría decirse que sí, pero en realidad la incomodidad es una construcción política, ya que el piso parejo que todos tienen al recibir la aprobación del Instituto Nacional Electoral para participar en los comicios se va perdiendo conforme cada partido establece puntos débiles en sus adversarios, de tal manera que los dimensiona en función de un elemento central: la desacreditación.

La lógica establece que al desacreditar una pro­puesta se acredita otra. Y esa dinámica es la que más se observa en el actual proceso. La descalifi­cación del adversario es el principal mecanismo para quitarle sufragios. Pero este recurso también se emplea dentro de los partidos para evitar la no­minación de compañeros militantes. Es decir: se quitan créditos entre camaradas y luego se extiende la medida en demérito de contrincantes.

Existe otro amago para los candidatos y éste tiene que ver con su seguridad personal. Hace unos días la Secretaría de Gobernación informó que 34 abanderados han sido asesinados en el actual pro­ceso electoral, casi todos por el crimen organizado con sus cuotas para autorizar o no campañas en demarcaciones distritales por ellos controladas. Estos ataques se han perpetrado prácticamente contra aspirantes a alcaldías o regidurías en once estados, si bien la mayoría se concentra en Gue­rrero, Guanajuato y Jalisco.

Aspirar a un cargo de elección popular, por otro lado, tampoco es sencillo cuando ya se tie­ne la nominación autorizada por el INE, porque el candidato necesita de proyección mediática individual y no todos reciben de sus partidos los tiempos y recursos en las prerrogativas entregadas por la autoridad electoral.

Con frecuencia se sacrifican candidaturas dé­biles en abono de otras que tienen posibilidad de ganar. Además casi todos los spots se concentran en la candidatura presidencial.

Definitivamente ser candidato hoy día ya no es fácil. La legislación establece, por ejemplo, el principio de equidad de género por el cual existen mujeres pero también hombres que no pueden aspirar ni a una suplencia porque le corresponde al otro sexo.

También cuando se forman coaliciones se reduce el número de aspirantes porque las candidaturas deben repartirse entre los partidos aliados.

Son múltiples los factores que dificultan ac­ceder a un cargo de elección popular, así se bus­que con una postulación de mayoría o por la vía plurinominal.

La dinámica que los candidatos están proyec­tando configura no solo una crisis en la construc­ción de la carrera política, también revela que ni la trayectoria partidista ni la buena imagen garan­tizan la postulación.

El pragmatismo en que están envueltos los partidos los lleva a sacrificar militantes de carre­ra por candidatos externos o independientes que cuentan con mejor imagen pública.

La condición de candidato independiente, debe subrayarse, tampoco es fácil. Los requisitos esta­blecidos en la legislación complican el registro de quienes busquen acceder a los cargos de elección por la vía libre.

El actual proceso electoral lo tiene documen­tado pues solo en el los actuales solo 28 de 240 aspirantes a contender sin partido lograron el aval del INE.

Por todo lo anterior debe subrayarse que contar con una candidatura no resulta garantía de mucho. Algunos analistas han estimado la renuncia en el país de mil candidatos formalmente acreditados ante el temor de perder la vida. Candidatos frus­trados, incómodos y agredidos.

¿Qué más falta para documentar nuestro optimismo?

 

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