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Apropiarse de la frontera sur

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

No se trata de un fenómeno migratorio ni tampoco de derechos humanos. El arribo de miles de extranjeros por la frontera sur requiere atención y solución, pero desde una perspectiva geopolítica. En este sentido, ya se dio el primer paso y ha sido diplomático al colocar el balón en la cancha de los países que expulsan migrantes.

El rotundo fracaso de la administración anterior en materia migratoria fue, precisamente, por ausencia de esa perspectiva. La decisión de mantener abiertas las puertas para que las caravanas de migrantes cruzaran libremente hasta llegar a la frontera norte fue una medida política, pero sobre todo irresponsable, porque ya se sabía que el gobierno norteamericano iba a negarles el ingreso.

Sembrar expectativas falsas, como política de Estado, ¿constituye una violación a los derechos humanos? Eso lo dirá la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. No obstante, las migraciones o desplazamientos masivos tienen una dimensión mucho mayor, porque son asunto de seguridad interior. El seguimiento noticioso de la caravana de miles de hondureños, que en octubre del año pasado ingresaron masivamente al estado de Chiapas para buscar llegar a Estados Unidos, así lo documentó.

Definitivamente no se puede aplicar el viejo principio de laissez faire, laissez passer. A finales del 2018, cuando le quedaban pocas semanas para concluir su mandato, el hoy expresidente Enrique Peña Nieto abrió la llave y dejó correr el agua. Cerrarla no iba a ser fácil y no lo fue hasta que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador recibió de Donald Trump la amenaza de aplicar elevados aranceles a las exportaciones mexicanas por no detener el flujo masivo de migrantes que cruzan México para entrar a Estados Unidos.

Aunque muchos en un arranque de nacionalismo pidieron enfrentar comercialmente al poderoso vecino del norte, se tomó la decisión de enfrentar la amenaza por el camino diplomático; por vez primera en mucho tiempo pudo mirarse el bosque separando las relaciones comerciales de los procesos migratorios. La visión del canciller Marcelo Ebrard resultó, por esto, muy aleccionadora, demostró que pueden resolverse retos o un ultimátum desde una perspectiva geopolítica. Establecer filtros efectivos para ordenar las solicitudes de refugio o ingreso temporal, realizar la detención de migrantes no autorizados para ingresar a México y la devolución a sus países de origen, así como el envío de la recientemente creada Guardia Nacional como elemento disuasivo en la frontera sur, son medidas duras e inesperadas y por ello inicialmente cuestionadas que, al paso del tiempo, le darán razón. Y será así porque no había otro camino.

Y es que el control del flujo migratorio -que no lo hubo durante los últimos sexenios- debe entenderse en abono a la gobernabilidad propia, algo diferente a quererse congraciar con los intereses y la agende de otro país. ¿Y qué con el marco jurídico? La Ley de Migración y diversas disposiciones del Estado de Derecho ciertamente son vanguardistas aunque desconectadas de la correlación de fuerzas, la coyuntura, el factor político, el nivel de desarrollo económico e incluso las circunstancias geográficas que influyen los procesos migratorios. Por eso, si el Secretario de Relaciones Exteriores hubiera tomado decisiones basado en el espíritu jurídico habría fracasado rotundamente.

Nadie propone en este artículo ignorar los principios que, de acuerdo con la ley, deberían regir toda decisión en la materia. Pero a la luz de las medidas tomadas, que disminuyeron en las últimas semanas de manera significativa, el flujo migratorio desde Centroamérica, el gobierno debió omitir algunas disposiciones -de la citada ley- como evitar usar la condición migratoria irregular para configurar delitos, ofrecer equidad en la prestación de servicios a los extranjeros y reconocerles derechos adquiridos sólo por haber ingresado al país.

Desde una perspectiva geopolítica el fenómeno migratorio se matiza cuando se reconocen los factores que le dan dimensión y perspectiva, como la complicada posición que tiene México frente a dos realidades diametralmente opuestas; 1) la vecindad con el país más influyente del planeta y sus políticas xenófobas y racistas hacia las naciones del sur; 2) colindar con una región históricamente rezagada del desarrollo y en permanente éxodo hacia el norte.

El territorio nacional, sin embargo, tiene más linderos. De un lado los que se delimitan con los mares y océanos, del otro los límites aéreos y, particularmente, las fronteras artificiales, en especial las que establece el comercio.

Pensar o suponer que, frente a la convulsa región en la que se desarrolla, a México le basta con aplicar los principios de la gloriosa y vieja política exterior equivale a obsesionarse en comprender por qué los árboles están sembrados en un lugar específico sin dimensionar la cartografía del bosque.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración, del primero de enero al 27 de julio, se ha detenido y presentado ante dicha autoridad un total de 121 mil migrantes de diversas nacionalidades, la mayoría de Centroamérica. En estos siete meses casi 57 mil hondureños (el 47% de los detenidos) han sido remitidos a las estaciones migratorias. Por otro lado, en lo que ha transcurrido del 2019 un total de 16, 371 hondureños solicitó asilo a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. Honduras, evidentemente, no es el único país del que proceden los migrantes, pero es el que más casos acumula en el presente año y por ello el mejor ejemplo de por qué Ebrard decidió impulsar un programa de generación de empleo allá. Quizá como pocos, el canciller comprende la relevancia política de recuperar el domino del Sureste.

 

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