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2018, la izquierda que se esfumó

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

 

En México la izquierda está fuera del debate político. No aparece en el discurso de los candidatos presidenciales ni en los partidos tradicionalmente asociados a dicha filiación, que la ocultan o disimulan para buscar el sufragio moderado y conservador.

Parece broma, pero los partidos que habíamos considerado de izquierda bajaron de sus plataformas electorales los rasgos ideológicos que les dieron rumbo y consistencia. Se quedaron sin identidad. Estaban obligados a construir una plataforma única, pero sus pugnas no lo permitieron.

En la bitácora reciente de nuestro pasado, resultado lejano e irrepetible del histórico Frente Democrático Nacional (FDN) que en 1988 disputó de manera competitiva al Partido Revolucionario Institucional (PRI) la silla presidencial al aglutinar militantes de partidos formados en el comunismo, el socialismo, el nacionalismo y el populismo, así como sindicatos, gremios sociales y campesinos, universitarios, artistas e intelectuales.

Abanderada por el ex gobernador michoacano Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, aquella plataforma emergente de fuerte contenido social y humanista hizo temblar al priismo. No obtuvo el triunfo en un proceso complicado y señalado como fraudulento, pero se mantuvo incluso frente a la cooptación gubernamental de tres de los partidos frentistas (el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, el Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional y el Partido Popular Socialista).

Tras el abandono de esos institutos políticos, el excandidato del FDN convocó a la creación de uno nuevo con la suma de diversas corrientes aglutinadas en el Partido Mexicano Socialista: Partido Mexicano de los Trabajadores, Partido Socialista Unificado de México, Partido Patriótico Revolucionario, Movimiento Revolucionario del Pueblo, Unión de la Izquierda Comunista y Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, a las que posteriormente se sumaron cuadros directivos del Partido Socialista de los Trabajadores.

De hecho, es importante recordarlo y subrayarlo, el PRD en realidad fue el nombre con el cual se rebautizó al PMS. Dicho de otra manera: el PMS cedió su registro y patrimonio al nuevo PRD. Luego de 20 años, la consolidación de corrientes internas dentro del perredismo, su burocratización y el rumbo del partido, generaron disputas por el mando por lo cual varios cuadros encabezados por Andrés Manuel López Obrador renunciaron para fundar, a su vez, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), convertido en la actualidad en el mayor adversario electoral del PRD, lo cual generó condiciones de rivalidad que han contribuido al aturdimiento discursivo de la izquierda.

De esta manera es como los hombres y las mujeres que hace 30 años construyeron una plataforma alternativa de desarrollo, así como los jóvenes que han heredado aquel legado, parecen hoy actores desideologizados por cuanto conforman alianzas coyunturales sin postulados ni doctrina. Resulta inaudito pero el PRD y Morena van divididos frente al PRI, insistiendo en una fórmula adversa, como sucedió el año pasado durante los comicios del Estado de México.

La decisión del PRD ha sido caminar al lado del derechista Partido Acción Nacional postulando a su presidente nacional, Ricardo Anaya, como abanderado presidencial. En esta singular mancuerna cuentan con el respaldo del Movimiento Ciudadano (MC), de orientación socialdemócrata, con el cual el PRD ciertamente ha tenido mayor afinidad. Compiten por la Presidencia bajo el nombre de Por México al Frente.

Por su parte, Morena y el Partido del Trabajo (PT) aceptaron la incorporación electoral del Partido Encuentro Social (PAS), de abierto perfil conservador y valores religiosos. La coalición fue llamada Juntos Haremos Historia.

Estas alianzas hicieron lo impensable: el abandono discursivo de las izquierdas como alternativa para el país. Una medida equivocada porque su histórica plataforma ideológica es indispensable para equilibrar la gobernanza y construir cimientos que permitan ofrecer calidad de vida en la población, la distribución del crecimiento económico, así como reformas progresistas e incluyentes. Ese silencio reduce propuestas para distribuir mejor el PIB, fortalecer el consumo, tanto como el acceso a vivienda, salud y educación, la regulación de los mercados financieros y económicos, la protección de la naturaleza y sus ecosistemas.

El crecimiento de México necesita rediseñarse igualmente con la agenda de los derechos humanos que desde distintas plataformas emergentes la sociedad civil reclama en el actual proceso electoral. Otros contenidos que no se están debatiendo electoralmente pero que han sido impulsados por las izquierdas son la interrupción legal del embarazo, la reproducción asistida, el uso recreativo de sustancias, la eutanasia, el derecho al matrimonio y a la adopción en parejas del mismo sexo.

Si los que deberían proyectarse como políticos de izquierda no lo hacen, mucho menos los de derecha o aquellos que se están presentando como independientes van a hacerlo. Quizá por ello los foros de la izquierda se concentran en los ámbitos académicos, artísticos e incluso periodísticos. Pero como todo es posible, podría sucederque luego del 1 de julio, ya concretada la elección presidencial, las izquierdas recuperen su discurso. Incluso si se alzan con la victoria es deseable que recuperen su identidad y que conjuguen los principios de inclusión, para coexistir con “los otros” aceptando su crítica, pero sobre todo trabajando horizontalmente.

Mucha razón tenía Carlos Fuentes cuando afirmó que “la izquierda en el poder debe admitir siempre la existencia de otra izquierda fuera del poder”. Esa izquierda -decía el escritor- tiene como función resistir al poder “incluso cuando el poder está en la izquierda”. Y es que, gane la coalición donde se encuentra Morena o gane la del PRD, de ninguna manera podrá festinarse el triunfo de nadie si dicha corriente ideológica se queda en el limbo discursivo. Porque siempre que haya derecha la izquierda estará obligada a permanecer. Es parte de nuestra historia.

 

 

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