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Votos sin sustento ideológico ni rumbo

Ignacio Anaya

Ignacio Anaya

Ningún partido político mexicano ha sido consecuente con su Declaración de Principios. Sus líderes y legisladores se conducen a través de pragmatismos de dudosa consistencia ideológica. De hecho, en nuestro país el poder se pelea al margen de fundamentos teóricos que definan ideales, objetivos o formas de vida.

Tal pragmatismo contradice de manera específica el espíritu de la Ley General de Partidos Políticos -vigente desde mayo de 2014- donde se plantea que debe haber congruencia de los partidos con sus principios ideológicos sean éstos de carácter político, económico o social. El valor de la Declaración de Principios es tan importante, de acuerdo con esta disposición, que a partir de ellos deben formularse el programa de acción y los estatutos de cada instituto.

Sin embargo, los políticos juegan de otra manera. La actual inconsistencia ideológica se ha modelado durante décadas siguiendo patrones de pragmatismo y cálculo electoral. Los principios ideológicos de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional sólo existen en el papel. Antagonistas históricos, desde hace buen tiempo ambos impulsan la construcción del mismo modelo financiero y económico; acaso sólo se proyectan diferentes al momento de disputarse los cargos de elección para... ¡ofrecer lo mismo!

Los llamados partidos “pequeños” operan de manera análoga y más que trabajar para promover los ideales que les dieron forma tratan de sostener el registro ante la autoridad electoral, sumándose a otras fuerzas sin importar ideales ni trayectorias de esos aliados emergentes. Esto hay que subrayarlo: se desprenden en la práctica de sus ideologías con el propósito de mantener el registro, que en buen castellano significa presupuesto millonario.

Las alianzas, coaliciones o frentes electorales suscritos entre partidos con ideologías disímiles han sido una constante en las últimas décadas. Lo más patético es que actores antagónicos históricos como el PAN y el Partido de Revolución Democrática han sumado esfuerzos para candidatear expriistas que no lograron la nominación de su partido. Son muchos los ejemplos de gobernadores electos por este tipo de alianzas que, al final de cuentas, triunfan para dirigir el destino de entidades federativas sin visos de rumbo ideológico.

Este escenario está profundizándose y así lo registra el proceso de preparación para las elecciones presidenciales del próximo 1 de julio, donde la ideología es lo que menos sigue importando a los partidos políticos.

De un lado está la coalición parcial integrada por los partidos PRI, Verde Ecologista de México (PVEM) y Nueva Alianza, por el cual dichos partidos dejan de lado sus principios al postular como candidato presidencial al exsecretario de Hacienda, José Antonio Meade, sin militancia partidistas y quien se presenta como abanderado ciudadano. El priismo incluso modificó estatutos para elegirlo, mientras que el propio INE solicitó revisar el nombre de la coalición inicialmente llamada “Meade ciudadano por México”.

Del otro lado aparece el convenio de coalición parcial signado por Morena, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES) para postular como su mismo abanderado presidencial al fundador y dirigente de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Aquí el factor de unidad no sólo gravita en torno a las ideas del tabasqueño sino de su propia persona. El nombre de esta propuesta es “Juntos haremos historia”, una afirmación temeraria por cuanto la historia la haría, de ganar, López Obrador pero sólo él porque los partidos chicos, el PT y el PES, tampoco van detrás de ninguna definición ideológica sino del carisma del abanderado. Por último es importante citar la también coalición parcial “Por México al Frente” integrada por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, que decidieron respaldar al presidente del primero, Ricardo Anaya, quien se perfila como un prospecto pragmático frente a las ideologías no sólo de su propio partido, sino de la coalición. La renuncia gradual del perredismo a sus principios liberales ha permitido entender, quién lo dijera, por qué les resulta importante tener un candidato de la derecha.

¿Qué significa lo anterior? Para siete de los nueve partidos políticos con registro no fue necesario postular como su candidato presidencial a un militante formado en sus filas y en consecuencia representante de sus Declaraciones de Principios. Esto significa que la ideología no importa, que van tras los sufragios y no por un proyecto de nación. ¿Se trata lo anterior de una respuesta a la coyuntura política nacional? No lo creo. Las ideologías están vigentes en el país, aunque solo se mantienen en ámbitos intelectuales, académicos y artísticos.

En el contexto, las elecciones presidenciales del 2000, de 2006 y de 2012 revelan que el acomodo de los partidos al elegir abanderado ha sido consecuencia de cálculos políticos más que definiciones ideológicas. Este 2018 va por la misma ruta. Y si bien aún falta conocer el nombre de quienes lucharán por la presidencia del país bajo la batuta de la llamada “candidatura independiente”, quienes logren cumplir con los requisitos de registro sólo serán actores fugados de los principios partidistas en los que crecieron. Así viene el proceso electoral. Sin consistencia ideológica en los aspirantes y consecuentemente en los votantes, que se manifestarán mediante sufragios pragmáticos, ni rumbo preciso.

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