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Morena: la difícil conversión

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

Los partidos se crean para buscar el poder, pero, en ocasiones, los partidos se forman desde el poder. Entre estos, son casos paradigmáticos el Partido Comunista de la Unión Soviética y, por supuesto, el PNR-PRM-PRI, pues, una vez asesinado Álvaro Obregón, su sucesor, Plutarco Elías Calles, reunió a cientos de pequeños partidos, a grupos con líderes carismáticos y a caciques de todo tipo en el Partido Nacional Revolucionario, en el que se impuso una disciplina y una retórica cuyos restos todavía se asoman de vez en cuando desde el fondo del pozo donde se halla el que fuera llamado “el invencible”.

Morena, como su nombre original lo indica, no es propiamente un partido, sino que se definía como Movimiento Regeneración Nacional y eso sigue siendo: un movimiento encabezado por un líder carismático que decide lo fundamental. Fue por el espontaneísmo movimientista, por el fuerte liderazgo y el indudable arrastre popular de Andrés Manuel López Obrador que Morena llegó al poder.

Para los líderes carismáticos resulta más conveniente, por lo menos en cierta etapa, encabezar un movimiento y no un partido, pues éste presupone normas más rígidas y una estructura de mando determinada, con un programa amplio y preciso, normas que garanticen capacidad operativa y democracia interna y, por supuesto, una ideología identificable, esto es, una concepción del país y del mundo y una ética que guíe las actividades de los militantes y la organización de sus bases de simpatizantes.

Tales condiciones no impiden, pero al menos limitan, los virajes dictados por la cabeza principal, que en su propio beneficio y para aportar estabilidad a su gobierno y a las instituciones requiere del respaldo de un partido. Ese es precisamente el reto que ahora enfrenta Morena, su reingeniería para convertirse en un partido formalmente estructurado, con militancia permanente, una ideología identificable, más allá de sus lemas de ocasión, liderazgos legitimados por elecciones internas y una organización nacional apta para incidir en cada aspecto de la vida social.

Por lo visto hasta ahora, no parece estar claro el rumbo que seguirá el morenismo. El pasado fin de semana debió celebrar elecciones en 122 distritos para conocer a quienes irán como delegados al Congreso Nacional, sin embargo, en 20 de esos distritos las asambleas fueron suspendidas por diversos incidentes y, en varios casos, por violencia pura, que incluyó robo de urnas, golpes, acusaciones recíprocas, acarreos y hasta la presencia de pistoleros, como ocurrió en Jalisco.

Pese a lo anterior, Héctor Díaz-Polanco, presidente de la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia (sic), de Morena, declaró que los incidentes “están dentro de los parámetros y fueron positivas las primeras jornadas del proceso”. Igualmente, avaló el padrón, pese a las inconsistencias denunciadas en varios distritos, lo que fue motivo de no pocos enfrentamientos.

Yeidckol Polevnsky atribuyó las irregularidades y la violencia a “gente que se está entrometiendo” y lo penoso, agregó, “es que están dejando fuera” a los verdaderos morenistas, lo que, de ser cierto, mostraría una más de las debilidades de la forma movimientista. Como todo indica que el proceso desembocará en su relevo, la Dama de los Mil Nombres llamó a reponer el proceso, pues lo que está en juego es precisamente la dirección de Morena y la posibilidad de ganar cargos públicos para los líderes y simpatizantes de cada fracción.

El propio AMLO tendrá que llamar al orden, pues el riesgo de una división está presente. Los aspirantes a la dirigir la organización se están dando con todo y no parece haber mística ni identidad entre los contendientes. Resulta obvio que si Morena quiere y puede convertirse en un partido digno de ese nombre, tendrá que optar por un funcionamiento semejante al de muchos partidos europeos, en los cuales son los personajes más relevantes los que determinan colectivamente el rumbo a seguir y las medidas a adoptar. Son los llamados partidos de barones y baronesas que quizá no sean lo más democrático, pero que garantizan la estabilidad del colectivo político.

Si le interesa conservar el poder más allá de López Obrador, Morena tendrá que convertirse en un partido digno de ese nombre. Tal es el reto.

 

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