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Caduco sistema de partidos

Humberto Musacchio

Humberto Musacchio

La República de las letras

Las elecciones del pasado domingo muestran nuevamente que el actual sistema de partidos está en crisis terminal. De las seis entidades donde hubo comicios, sólo Tamaulipas y Durango tuvieron una participación superior al cincuenta por ciento de su electorado, aunque dicha asistencia no es para echar las campanas a vuelo, pues en el estado fronterizo el número de votantes fue de 53.3% del padrón y en Durango de apenas 50.4 por ciento. 

 

Si así de pobres fueron las cifras en esas entidades, en las otras cuatro los números deben ser preocupantes para nuestra clase política, pues en Hidalgo la afluencia de electores fue de 47.5% del padrón; en Aguascalientes, 45.9; en Quintana Roo, de 40.4, y en Oaxaca de apenas 38.7% de los potenciales votantes. En resumen, la asistencia a las urnas cayó más de 11% respeto de la elección anterior.  

En Aguascalientes, baluarte panista, el triunfo de los azules fue con 42.9% de los sufragios propios más un triste 7.5% del PRI y 3.2% del PRD; en Durango, el PRI obtuvo 34.8%, con 16.1% del PAN y 2.7% del PRD. Para el PRI debe resultar muy dolorosa su derrota en Hidalgo, pues por primera vez en su historia cayó, al obtener sólo 23% de la votación y, con sus aliados, apenas 32.1 por ciento. En Oaxaca se produjo un fenómeno similar, con sólo 21.9% de los votos para el PRI, más 6.7% de sus aliados. En Quintana Roo, la coalición PRI-PAN-PRD no llegó ni a 18% de la votación y en Tamaulipas, donde estuvo reñida la contienda, la misma alianza tuvo menos de 18% de las papeletas. 

 Peor le va a la chiquillada en el recuento, pues, en Aguascalientes, PT y Verde no consiguieron ni siquiera uno por ciento de los votos; en Quintana Roo, PRI y PRD apenas captaron 2.9% de las boletas cada uno; en Hidalgo, el PRD tuvo 2.5% de los votos; el PT, 2.7%, y el PVEM, un miserable 1.1%; en Durango, al PRD le tocó únicamente 2.7% y al Verde, 2.5%; en Tamaulipas, los del llamado sol azteca recibieron 1.4%, y en Oaxaca, el PVEM quedó en último lugar, con 2.1% de la votación. En suma, ya se escuchan cantos fúnebres para el PRD y el PT, mientras que el PVEM, otro partido rémora, apenas se salva por el 19.8% de los votos que se le acreditan en Quintana Roo. Aun así, la chiquillería, incluidos los verdes, se encamina, irremisiblemente, a la tumba, lo que incluye al partido mercancía, el PVEM, que cada día tiene menos qué vender. Que Dios los bendiga. 

Para el PRI, el futuro es incierto. Con Alito en la dirección partidaria, cada proceso electoral significa una caída mayor que pronto puede incorporarlos a la chiquillería. A la insignificancia de su dirigente formal hay que agregar las defecciones de quienes buscan refugio en Morena, la inexistencia práctica de los sectores que conformaban al partidazo y la pérdida de presencia del sindicalismo charro, que todavía mueve la patita. 

 En Morena, los vítores y las porras no alcanzan a disimular cierta preocupación. La derrota de Marina Vitela en Durango dio pie para que los partidarios de José Ramón Enríquez, quien contendió con ella por la candidatura guinda, armaran la bronca y culparan por el resultado a Ignacio Mier y a Mario Delgado, aunque se supo de varios seguidores del precandidato morenista derrotado por Vitela que apoyaron abiertamente o soterradamente a la trinidad PRI-PAN-PRD. 

Las inconformidades forman parte de la vida interna de cualquier partido, pero lo ocurrido en Durango es un aviso de lo que le espera a Morena cuando se decida la candidatura a la Presidencia y presenciemos la división de los guindas. 

Lo cierto es que estamos ante una crisis profunda de nuestro sistema electoral. El trasiego de cuadros de la oposición hacia Morena no augura, como creen algunos ingenuos, una nueva y larga era de priismo sin PRI, sino que es una evidencia de la falta de principios y lealtades. Porque los actuales partidos, incluido Morena, no entienden ni se proponen satisfacer las necesidades de las mayorías ni ofrecen solución a los grandes problemas nacionales. Hace falta una renovación general de programas, militancia y dirigentes, pero no la veremos en este sexenio. 

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