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Tráfico, trata de personas

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Ojalá que el acuerdo con la señora
Harris no se quede en buenas
intenciones. Requerirá voluntad política, recursos financieros, rutas de trabajo
con metas medibles.

En la reciente conversación entre el presidente López Obrador y la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, se abordó el tema del tráfico y la trata de migrantes como un asunto que demanda no sólo la atención, sino, además, la activa cooperación entre ambos países.

Los grandes contingentes de nacionales centroamericanos que han llegado a la frontera común es ya una crisis impostergable de atender. Hace años no se veía tal número de familias y de menores de edad no acompañados, atrapados en las ciudades fronterizas mexicanas, en espera de ser admitidos. Hay también miles de paisanos que piensan que, con la llegada de Biden, las cosas cambiaron y ahora sí lograrán pasar.

No es la primera vez que este lastimoso asunto es parte de la agenda bilateral. En 2001, cuando los presidentes Vicente Fox y George W. Bush acordaron iniciar negociaciones para alcanzar un eventual acuerdo migratorio, el tema fue incluido en la ambiciosa agenda mejor conocida como la “enchilada completa”, definida como tal por el canciller Jorge G. Castañeda.

Los migrantes de otros países que se internan por la frontera sur de manera clandestina incurren en múltiples riesgos, transitan por nuestro territorio donde, en muchas ocasiones, son asaltados, golpeados, violados o retenidos por la delincuencia organizada hasta que sus parientes, ya sea en sus lugares de origen o en Estados Unidos, paguen su rescate. Peor aún, son presa de las mismas autoridades mexicanas que los extorsionan para dejarlos continuar su camino.

Una vez que logran llegar a la frontera con Estados Unidos, caen en las manos de bandas criminales que, o bien les ofrecen “pasarlos del otro lado” a cambio de miles de dólares que se ven obligados a pagar por adelantado, sin garantía de lograr su objetivo, o bien aceptar su explotación como forma de pago de esos “servicios”. Por supuesto que los paisanos que emigran también sufren de este terrible abuso.

 La trata de personas es un delito internacional de lesa humanidad que viola los derechos humanos. Es considerada una forma moderna de esclavitud y la Organización Internacional de las Migraciones la ubica en el tercer lugar de todos los delitos a nivel mundial, sólo después del tráfico de armas y de drogas. Se estima que el negocio para los criminales que la promueven y explotan genera ingresos por ¡32,000 millones de dólares anuales!

Las víctimas son parte de los grupos más vulnerables: niños, niñas, migrantes indocumentados, indígenas, campesinos, trabajadores informales, jóvenes analfabetas que lo único que buscan es una oportunidad de mejorar sus posibilidades de acceder a una vida digna.

En una ocasión entrevisté en Nuevo Laredo, Tamaulipas, a un señor de edad avanzada detenido por las autoridades migratorias mexicanas en Monterrey. Era guatemalteco, venía con un nieto de 12 años. Declaró que su intención era llevarlo a Los Ángeles, donde sabía que los deportistas son reconocidos y les ofrecen becas y estudios, “mi nieto es campeón de carrera de 100 metros, ganó el campeonato en el pueblo” y me enseñó una modesta tarjeta de cartón como medalla de ese triunfo.

Había pagado a un traficante cinco mil dólares. Viajaron en el contenedor de un camión de carga durante muchas horas, los bajaron en la noche en los linderos de un río que les dijeron era la frontera con Estados Unidos, del otro lado se veían las luces de altos edificios, lo cruzaron y esperaron a que llegara el día para seguir su camino. Al empezar a llegar gente, le extrañó que hablaran español, no era otro país, era el río Santa Catarina, que cruza Monterrey…

Ojalá que el acuerdo con la señora Harris no se quede en buenas intenciones. Requerirá voluntad política, recursos financieros, rutas de trabajo con metas medibles, institucionalizar el diálogo para compartir inteligencia que permita desmantelar a las organizaciones criminales y procesar a sus integrantes. Una práctica tan arraigada obliga a ser consistentes y tener mirada de largo aliento, no una mera “llamarada de petate”.

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