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Tercer año, tercero

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

La concentración masiva convocada por el presidente López Obrador con motivo de los tres años de su gobierno me hizo recordar las prácticas del antiguo régimen priista.

Era una manera de demostrar el control político que se ejercía en todo el país, dejaba claro la omnipresencia del “señor Presidente”. Basta echar una mirada a las fotografías de Luis Echeverría o López Portillo caminado del brazo con los líderes sindicalistas, los jerarcas del PRI, legisladores, gobernadores, artistas y líderes de opinión. Todos arropando al “jefe” que aparecía en el balcón de Palacio a agradecer su cariño en un Zócalo a reventar.

Tiempos aquellos donde el 100% de las Cámaras de Diputados y Senadores eran del mismo partido, cuando el célebre dedazo presidencial elegía desde los presidentes municipales, gobernadores, y obviamente, a los secretarios de Estado, dentro de los cuales se encontraba él o los (imposible pensar en las candidatas) posibles candidatos a suceder al líder en funciones.

El sistema operó con eficiencia, en un juego de balances ideológicos con gobiernos más orientados a la “izquierda” y otros a la “derecha”, pero, en realidad, todos hacia el “centro”. Había que respetar reglas no escritas: no dar la menor señal de aspirar a Los Pinos (hoy al Palacio Nacional), como definió con su peculiar humor y agudeza política el impertérrito líder Fidel Velázquez, “el que se mueve no sale en la fotografía”.

“El milagro mexicano” duró más de lo que muchos hubieran querido y, por supuesto, menos de los que hicieron de él su forma de vida. Asistir a las asambleas del partido en el poder era un ritual con códigos no escritos: trajes oscuros, corbatas rojas o negras, zapatos lustrados, corte de pelo y bigote del día anterior, sonrisa a la prensa, concurso por ganar las primeras planas con la frase más ocurrente o, más bien pagada… muchos de ellos con riqueza inexplicable haciendo honor a que “un político pobre es un pobre político” (Hank González dixit).

A la vez, había el cuidado de alentar la participación en las principales funciones del gobierno a las mentes más ilustradas, a intelectuales de alto vuelo y especialistas en sus áreas de responsabilidad: José Vasconcelos, Lázaro Cárdenas, Jesús Reyes Heroles, Luis Yáñez, Antonio Ortiz Mena, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, entre muchos otros.

Hay una anécdota que describe lo anterior, que me fue contada por mi amigo y jefe, Francisco Suárez Dávila, sobre cómo Lázaro Cárdenas designó secretario de Hacienda a su padre, don Eduardo Suárez: éste último fue llamado a la oficina del presidente sin saber el motivo, Cárdenas le pidió aceptar la titularidad de la importante secretaría, a lo que Suarez le agradeció la distinción, pero le hizo ver que ese puesto era relevante para el país y apenas se conocían; Cárdenas le dijo: “en efecto, no lo conocía personalmente, pero deme la oportunidad de conocernos, usted es la persona mejor preparada para este puesto”. Desarrollaron no sólo una fructífera relación de trabajo, sino una larga amistad.

López Obrador inicia la segunda parte de su mandato. Se han hecho valoraciones críticas y positivas de su gestión. Las encuestas reflejan un apoyo mayoritario a su persona, lo cual no deja de sorprender a la luz de sus magros resultados, mismos que han sido desmenuzados con rigor por María Amparo Casar en su columna de Excélsior titulada Querido, pero reprobado.

Es un excelente resumen de las buenas intenciones y atinada identificación de las principales carencias que sufrimos, que contrastan con los pobres resultados obtenidos en el impulso a la economía, el combate a la pobreza, a la corrupción y, sobre todo, a la violencia criminal.

En la concentración que tuvo lugar en el Zócalo en días pasados, el Presidente pronunció un discurso agresivo, retador, mandó “al carajo” a sus opositores ante el clamor emocionado de sus seguidores.

Me pregunto, ¿hacia dónde quiere llevar el Presidente al país?, ¿no es consciente que enfrentamos una coyuntura particularmente riesgosa en términos de la convivencia social que puede despertar al “México bronco”?, ¿podemos esperar que modere sus discursos, y privilegie un llamado a la concordia y solidaridad?

Son tiempos que demandan una visión de Estado, incluyente y serena. De lo contrario, debemos esperar que la oposición encuentre la narrativa que hoy no tiene para convencer a los electores en 2024 que su mejor opción es regresar a la antigua práctica del péndulo, que menciono arriba, y opte por un gobierno de unidad y no de división.

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