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Protección consular

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Se suma la propuesta de reducir los salarios y las prestaciones de los mandos superiores de la burocracia. Se pretende que se sumen a esta medida los integrantes de los poderes Judicial y Legislativo. El anuncio de esta medida ha generado todo tipo de reacciones, tanto a favor como en contra. No pretendo comentar las bondades y riesgos que ello conlleva, sino concentrarme en un sector del gobierno que me parece que requiere una reflexión aparte: la red consular mexicana en Estados Unidos.

Dentro de las muchas tareas nobles que ha tenido nuestra diplomacia a lo largo de su historia, pocas destacan tanto como la del ejercicio de la protección consular. En mi trabajo de varios años en el tema migratorio, presencié por parte de los cónsules presentes en la frontera o en el interior de nuestro vecino del norte innumerables actos de orientación y defensa de nuestros paisanos en ese país.

Actos que en otras condiciones pueden pasar como menores, en el ambiente actual que enfrentan los mexicanos indocumentados estas acciones adquieren una enorme importancia: entregarles un pasaporte, un acta de nacimiento, una matrícula, impedir su deportación o la separación de sus familiares, asesorarlos para llevar su caso a los tribunales, rescatar los cuerpos de seres queridos fallecidos en los desiertos de Arizona o ahogados en el río Grande, apoyar el envío de su cadáver a sus pueblos de origen son sólo botones de muestra de las acciones que día a día se repiten decenas de miles de veces en los consulados mexicanos en Estados Unidos.

Para entender mejor la importancia de su labor, recomiendo la lectura del libro del embajador Daniel Hernández Joseph, Protección consular mexicana, escrito con la autoridad que le da ser un reconocido cónsul la mayor parte de su carrera en el Servicio Exterior; o también La Protección y Asistencia de México en el Mundo, realizado por el Centro Gilberto Bosques del Senado de la República.

La merecida fama de nuestra política exterior se debe a una visión progresista, visionaria, fundada en la defensa de la paz, la solución pacífica de los conflictos y el respeto a los derechos humanos. No en balde se le otorgó el Premio Nobel de la Paz al embajador Alfonso García Robles. También en otros contextos es reconocido el valor con el que embajadores mexicanos salvaron la vida de miles de perseguidos por las dictaduras chilena (Gonzalo Martínez Corbalá) y uruguaya (Vicente Muñiz).

En cambio, me parece que falta difundir y reconocer la silenciosa tarea que han llevado a cabo los cónsules que trabajan en Estados Unidos durante décadas. Hoy, ante la brutal ofensiva que el presidente Trump ha desatado contra los migrantes sin papeles y los mexicanos que intentan cruzar su frontera como indocumentados, la actividad consular merece todo nuestro apoyo.

Para destacar el valor de este trabajo presento de manera breve sólo dos de las muchas historias que conocí de manera directa:

•Una pareja estadunidense convenció a los padres de una menor de edad de un modesto poblado veracruzano de prestarles a la niña con el argumento que trabajaría en su casa, pero “iría a la escuela y aprendería inglés”; con dolor, los padres aceptaron. Al llegar a Laredo, la realidad fue muy distinta, la niña fue esclavizada, atada con una cadena a su cama y golpeada con frecuencia. Unos vecinos denunciaron sus llantos, lo que llevó a la policía a rescatarla. El cónsul Hernández Joseph intervino, logró que se enjuiciara a esos criminales, internó a la menor en un hospital, localizó a sus padres y los llevó a recogerla. El caso fue difundido en los medios y en unas semanas, la niña recibió miles de flores y regalos de cientos de niños de muchas partes de ese país.

•En las cárceles de Estados Unidos hay cientos de mujeres consignadas por tráfico de pequeñas cantidades de droga; son víctima de engaño, extorsión o amenazas por narcotraficantes que las usan para introducir la droga. Muchas de ellas ni siquiera sabían que eran portadoras de la misma y reciben sentencias de cinco a siete años de cárcel. Para apoyarlas, el consulado en San Francisco, previa hábil negociación con el director de la cárcel, organizaba posadas decembrinas: les llevaban piñatas, regalos, comida y música mexicana (por cierto, me tocó en una de estas fiestas escuchar el último disco del momento del ahora, aún más célebre, Luis Miguel). Además, el personal consular escribía las cartas que las presas enviaban a sus familiares.

Sí a la austeridad, sí a terminar con lujos y excesos, pero tareas como las descritas en este espacio deben ser reconocidas con mayores recursos, más personal, más abogados que pelean por nuestros connacionales ante los tribunales, más difusión de los valores de la comunidad mexicana, de sus aportaciones al bienestar de los ciudadanos de ese país; en suma, más capacidad para defender a nuestro migrantes de las mentiras, injusticias y atropellos que me temo, seguirán en los próximos años.

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