El regreso de Lula

Luiz Inácio Lula da Silva tomará posesión el próximo 1o de enero. Enfrenta un reto formidable para unificar una polarizada sociedad

Brasil es un país fascinante, no sólo por sus bellezas naturales, sino por tener una sociedad multirracial, un enorme territorio, con la reserva natural más grande del mundo, una economía vibrante por ser una potencia exportadora con una clase empresarial ambiciosa (exportan a más de 80 países, entre ellos a casi toda África).

Todo ello al tiempo de tener una población que disfruta de la vida con buen humor y entusiasmo como lo demuestra su inigualable habilidad futbolera, su música, que recorre el mundo donde millones han disfrutado el ritmo desparpajado y alegre de la bossa nova y la samba de sus espectaculares carnavales.

También tiene los problemas que enfrentan la totalidad de los países latinoamericanos: una alta concentración del ingreso, que se traduce en millones de sus ciudadanos en extrema pobreza (las tristemente célebres favelas, barrios que rodean las grandes ciudades donde viven hacinados millones de familias). Recomiendo para acercarse a este tema la película Ciudad de Dios.

Las estadísticas oficiales reconocen altos índices de violencia criminal, un elevado consumo de drogas, de pandillas, delincuencia organizada a lo que se agrega la tradicional corrupción de su clase política.

El pasado 2 de octubre, los brasileños eligieron por tercera vez como su nuevo presidente a Luiz Inácio Lula da Silva, mejor conocido como Lula.

Lula, de 77 años, es un político excepcional con una muy larga carrera cuyo prestigio rebasó las fronteras de su país.

En uno de sus primeros actos oficiales, el presidente Barack Obama, al reunirse con el presidente brasileño confesó que “desde hace tiempo soy su gran admirador”.

La carrera política de Lula no ha sido fácil. En 2017 fue acusado de corrupción, pasó 580 días en prisión, al tiempo que su compañera política Dilma Rousseff, famosa por combatir activamente al régimen militar, fue también separada del cargo de presidenta acusada del mismo delito.

Un experimentado diplomático mexicano, quien prestó sus servicios en ese país durante varios años, me comentó que la corrupción es un componente esencial de la política brasileña, bastante parecida al caso mexicano.

El resultado de las elecciones celebradas en una segunda vuelta el pasado 30 de octubre, le dio el triunfo al sindicalista por una diferencia de 1.8% del total de los 118 millones de votos emitidos. Este será su tercer mandato luego de gobernar Brasil durante dos periodos consecutivos entre 2003 y 2010.

El presidente en funciones, Jair Bolsonaro, no quiso reconocer su derrota y se limitó a declarar que “cumplirá con lo que la Constitución marca”, lo cual fue suficiente para desactivar lo que se perfilaba como una peligrosa revuelta de sus millones de seguidores.

Lula tomará posesión el próximo 1o de enero. Enfrenta un reto formidable para unificar una polarizada sociedad.

Los analistas políticos de ese país estiman que esta elección marcará un hito en la historia ya que el “bolsonarismo” llegó para quedarse, un símil al peronismo argentino.

Los años en la brega pública han hecho de Lula un pragmático, que a la vez que ganarse la confianza del poderoso sector empresarial, debe ahora cumplir con las expectativas de su base política, los sindicatos y la clase trabajadora.

El presidente Joe Biden lo felicitó por el “ejercicio democrático” que le dio el triunfo, y ofreció trabajar con él para seguir ampliando las profundas relaciones entre ambos países. Lula ha visitado México y conoce muy bien nuestras realidades económicas y políticas; parece tener una buena relación con el presidente López Obrador, como la tuvo con todos los anteriores mandatarios mexicanos.

Más allá de ideologías, la lección de Lula es un mensaje de aliento a la democracia en la región y se suma a los movimientos progresistas de centro izquierda que hoy gobiernan en Chile, Colombia, Uruguay, Argentina, Bolivia, Perú.

Habrá que ver si lo mismo sucede en México en 2024.

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