Sobre las cuerdas

Recomiendo a mis amables lectores buscar los videos de las peleas de Mohammed Ali, en mi opinión uno de los más grandes atletas de la historia. En varias de ellas, sus oponentes lo lograban acorralar, lo ponían “sobre las cuerdas” y parecía inminente su derrota. Sin embargo, de manera sorpresiva y genial, lograba evadir la esquina donde parecía sometido y pasar a la ofensiva con una serie de golpes rápidos que en cuestión de segundos derrumbaban a su contrincante. 
 

En mis entregas anteriores he escrito sobre las derrotas sufridas por el presidente Trump, que titulé Primero, Segundo y Tercer round con la idea de que su manera de gobernar parece obedecer a una personalidad agresiva, irascible e impulsiva, que ha desconcertado al sistema político de Estados Unidos e, inclusive, a sus homólogos de otros países.

Esta última semana sus decisiones lo han puesto “sobre las cuerdas”. Despidió de manera abrupta al director del FBI con argumentos falaces que han dado pauta para sospechar que lo hizo porque vio en el señor Comey, quien también es republicano, un riesgo a su mandato por el rumbo que pretendía seguir en la investigación sobre la influencia del gobierno de Putin en la campaña presidencial que lo llevó a la Casa Blanca. Después recibe en la Oficina Oval al canciller ruso y a su controvertido embajador en Washington, del cual se sospecha que es un espía consumado. En esa reunión estuvieron presentes dos o tres de sus más cercanos colaboradores y dio acceso a los reporteros rusos, pero no a la fuente que atiende a la Casa Blanca por parte de los principales medios de comunicación de Estados Unidos. Se dice ahora que compartió con ellos información sensible que la inteligencia israelita entregó a sus colegas estadunidenses, confirmando la irresponsabilidad y ligereza con la que asume su puesto. Como si no fuera suficiente el desconcierto que creó el despedido del señor Comey, se supo que éste escribió una nota en la que describe con detalle la conversación que tuvo con Trump, en la cual este último le pidió “dejar a un lado” la investigación sobre el entonces consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, por sus vínculos poco claros con Moscú. De comprobarse lo anterior, se podría configurar el delito de obstrucción de justicia, pues Trump habría abusado de su autoridad para tratar de influir en una delicada investigación de seguridad nacional.

En la columna editorial de David Leonhardt en The New York Times, el 17 de mayo de este año, este prestigiado analista describe con detalle el proceso que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon en 1974. Su artículo parte de la premisa que es prematuro saber si Donald Trump será sujeto a un juicio político. La Constitución de Estados Unidos establece que el Presidente “podrá ser removido de su oficina mediante un juicio político —impeachment— por haber sido encontrado culpable de traición, corrupción u otros delitos graves o menores”. Para ello se requieren 2/3 de los votos de la Cámara de Representantes, la cual hoy está dominada por los republicanos y, hasta ahora, los legisladores de ese partido continúan siendo fieles a Trump.

Recuerda que sólo dos presidentes recientes de Estados Unidos estuvieron en riesgo de ser llevados a juicio político: el citado Nixon y Bill Clinton. En el caso de este último, los representantes votaron en favor, pero el Senado declinó continuar con el proceso, porque Clinton tenía una aprobación pública de 72%, que contrasta con el 39% con el que cuenta Trump en la actualidad.

En el caso de Nixon, fueron cuatro largos años de una dura batalla legal y política que marcaron la historia política de ese país. Se le acusó de ordenar el espionaje de las oficinas de la Convención Demócrata, el famoso Watergate, nombre del edificio donde se llevó a cabo la intrusión. The Washington Post fue el que dio a conocer las maniobras ilícitas del mandatario, quien no tuvo más opción que renunciar antes de ser formalmente enjuiciado.

Sólo un presidente estadunidense ha sido enjuiciado por el Congreso, Andrew Johnson, en 1868, por haber despedido a su secretario de Guerra por “disentir de sus políticas”. Una situación similar a la que se acaba de presentar con Trump, quien corrió a Comey por la misma razón.

Trump parece no entender que el cargo que ocupa es un mandato, que le otorgaron los ciudadanos con su voto, el cual conlleva como una de sus primeras obligaciones defender y garantizar el respeto a la Constitución y a las leyes de su país. A esto se suma el ataque sistemático a los principales medios de comunicación, lo que va en contra de la libertad de expresión, otro de los pilares de la democracia americana. También insultó a la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, al descartar sin miramiento alguno, el informe que le presentaron los principales funcionarios responsables de ese delicado campo, donde aportaban evidencias suficientes para comprobar la injerencia rusa en la campaña presidencial.

Lleva menos de cinco meses en el poder y ha creado un ambiente de creciente preocupación en los medios políticos y sociales de su país. Tal vez confía en que sigue siendo aplaudido con fervor cuando se presenta ante su base electoral, confiada en que les cumplirá sus promesas de campaña o lo aclama sólo porque comparte su ideología nacionalista y xenófoba.

Todo lo anterior da pauta para preguntarnos: ¿Podrá Trump, como Mohammed Ali, librarse de esta acometida, que lo tiene “sobre las cuerdas”? ¿Sorprenderá al mundo con los reflejos y golpes certeros con los que Ali reiteró una y otra vez ser invencible? ¿No convendría a México dilatar las negociaciones pendientes, para saber si nuestra contraparte sobrevivirá a este round? ¿O si tendremos que enfrentar a otro contrincante, quizás aún más peligroso, el vicepresidente Mike Pence?

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