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El uso del miedo, ¿hasta dónde?

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Ese día murieron cerca de tres mil personas inocentes, entre ellas unos 15 mexicanos que hubieran sido mucho más si los terroristas hubieran actuado un poco más temprano; ya que en esos maravillosos edificios laboraban a lo largo de la noche cientos de migrantes mexicanos lavando ventanas, baños, pasillos y oficinas; quienes se retiraban al amanecer.

La osadía del líder terrorista más famoso del siglo XX, Osama bin Laden, inauguró así una nueva era, no sólo en lo que hace a la seguridad nacional de Estados Unidos, sino del mundo entero. No obstante que la organización terrorista Al-Qaeda había ya atacado embajadas y barcos estadunidenses, el estrellar aviones con cientos de pasajeros y destruir enormes edificaciones con miles de personas tuvo una dimensión que cimbró al mundo entero.

Cambiaron para siempre las reglas de operación de la industria aeronáutica, de aeropuertos, controles y criterios para emitir visas, y procedimientos de tránsito migratorios. Cuántos no hemos renegado de él, mientras esperamos el lento tránsito por las largas filas de acceso a los aeropuertos para ser inspeccionados, pasar por arcos de seguridad, quitarnos zapatos, cinturones, anillos, relojes; depositar monedas, computadoras, pelearnos porque un agente aduanero o migratorio nos interroga como sospechosos o nos quita un desodorante por exceder el tamaño establecido.

El pasado 21 de marzo del año en curso, el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos emitió una nueva regulación por la cual prohíbe a pasajeros que aborden aviones de ciertas líneas comerciales con destino a Estados Unidos que salgan de los aeropuertos de Jordania, Egipto, Marruecos, Turquía, Arabia Saudita, Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos que lleven con ellos computadoras portátiles, cámaras, libros electrónicos, reproductores de DVD o aparatos de juego electrónicos. El tamaño máximo autorizado de cualquier dispositivo electrónico que se quiera introducir en esos vuelos no podrá ser mayor al de un teléfono portátil.

En su instrucción, las autoridades dicen que cuentan con “inteligencia creíble” que los grupos terroristas continúan buscando formas muy agresivas para llevar a cabo nuevos ataques, que incluyen el uso de explosivos encubiertos en aparatos de uso diario. Informan de casos en los que se utilizó una lata de refresco con explosivos en un vuelo en Egipto, una computadora portátil en Somalia, componentes para armar una bomba en pleno vuelo escondidos en ropa e impresoras convertidas en artefactos explosivos.

El mismo texto reconoce que esta medida “sólo afectará a diez de los 250 aeropuertos en el mundo con vuelos directos a Estados Unidos, por ende, sólo un pequeño número de vuelos será afectado y el número exacto variará día a día”. Esta medida entró en vigor sólo 96 horas después de que la directiva fue emitida con una vigencia indefinida.

Esta medida extraordinaria, que tuvo, en mi opinión, poca resonancia en los medios y en las redes sociales, genera una gran incertidumbre en cuanto a su origen y operatividad. ¿Qué “inteligencia” los hizo tomar esta medida? Parece casi obvio que si los terroristas consideraban en sus planes usar esos aeropuertos y esas líneas aéreas, ahora simplemente usarán otros. ¿Qué explicación podrán dar las autoridades que emitieron esta medida? ¿Se imagina usted los problemas logísticos para implementarla? ¿Quién responderá si se pierde una computadora portátil con información privada y sensible? Hay que recordar que a los terroristas del 11 de septiembre de 2001 les bastaron unos simples cutters para controlar a los pasajeros.

Los ingleses hicieron suya la iniciativa y parece que los canadienses lo harán pronto. ¿Seguirá la Unión Europea? ¿Rusia? ¿Cómo reaccionarán los países afectados con esta decisión de Trump que les pone etiqueta de peligrosos o de amenaza terrorista; por ejemplo Arabia Saudita, su aliado más importante en el mundo árabe?

La tragedia sucedida en Londres esta semana demuestra que, cuando una persona decide morir en aras de una convicción religiosa fanática, basta un auto rentado y un cuchillo de cocina para generar terror, muerte y desasosiego.

Inglaterra tiene uno de los servicios de inteligencia y seguridad más profesionales del mundo, Londres es vigilada mediante decenas de miles de cámaras que monitorean sus espacios públicos, desde el Metro, los estadios y los parques, hasta los edificios públicos, museos y lugares históricos como son el Parlamento y el famoso Big Ben, símbolos escogidos por el terrorista para perpetrar sus actos. Todo eso no fue suficiente para que un ciudadano británico, influenciado por una ideología extrema, demostrara la futilidad de todas esas medidas.

Estamos viviendo cuestionamientos al orden establecido, son tiempos de incertidumbre y radicalismos. Las medidas adoptadas por el gobierno de Trump —de prohibir transportar dispositivos electrónicos mayores a celulares en aviones procedentes de ciertos países— no abonan a la seguridad, sino que alimentan el miedo, que es el fundamento de su forma de gobernar.

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