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“¡Ánimo y buen humor!”

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

México atravesaba por tiempos turbulentos que le tocó sortear a este funcionario público excepcional: la primera crisis de deuda externa que se expandió después a muchos países, la expropiación de la banca por el presidente López Portillo en un acto irreflexivo, el colapso de los precios del petróleo; a lo que se sumaban las tensiones políticas dentro del gabinete por la sucesión presidencial de 1988.

En ese entorno tuve la fortuna de trabajar cerca del licenciado Silva Herzog y cultivar una amistad entrañable que perduró hasta el pasado 6 de marzo, cuando falleció a sus 81 años.

En estos tiempos donde prevalece un desprestigio generalizado hacia los gobiernos, los políticos y sus partidos; cuando la sociedad reclama con razón la falta de oportunidades, la inseguridad, la impunidad y la ausencia del Estado de derecho; la partida de don Jesús me hizo pensar que necesitamos figuras como él, con la autoridad moral para dar certidumbre, respeto y autoridad a los funcionarios públicos.

Formado en la Universidad Nacional Autónoma de México, educado en la tradición liberal y progresista de su padre, hizo del servicio público su compromiso y vocación. Era conocido y reconocido por su absoluta integridad, su agudeza mental, su espíritu alegre y confiado, pero a la vez como un pragmático, con una intuición natural para la negociación con propios y extraños. Como titular de las finanzas públicas se ganó el respeto de los banqueros internacionales; renegociar la deuda externa de México incluyó fuertes discusiones con el Departamento del Tesoro estadunidense, donde sostuvo con firmeza los intereses del país y llevó al extremo de la negociación el acuerdo que mejor defendía los intereses de México.

Después, como embajador en Washington, fui testigo de su defensa inamovible en contra de la discriminación y maltrato a los migrantes mexicanos. En una ocasión visitó al gobernador de California, Pete Wilson, quien como Trump ahora logró su elección con base en ofender y distorsionar la imagen de los mexicanos. Silva Herzog le reclamó esa actitud de tal manera que el citado gobernador viajó a Washington a la fiesta del 15 de septiembre para saludar y presentar sus respetos al embajador mexicano.

Con sorna me repitió en varias ocasiones: “Con los gringos, como decía mi abuelita: entre más te agachas más se te ven los calzones”.

Su trato amable era parejo, no tenía distingos. Igual se tratara del ministro de Finanzas de China, del presidente del Banco Mundial o de Trino, su peluquero en el Centro Deportivo Chapultepec, donde diario hacía ejercicio. Una anécdota vale de muestra. El día que falleció su padre, al salir del velorio nos dirigimos a las oficinas de la Secretaría de Hacienda en Palacio Nacional, el secretario manejaba y en un semáforo lo reconocieron unos mecánicos de un taller automotriz, le tocaron en la ventana para decirle: “Jefe, lo sentimos mucho, nuestro pésame y en lo que sirva, nuestro respeto”, fue la única vez que no pudo contener su emoción y se le nubló la mirada al agradecerles su gesto.

Es muy probable que para muchos de mis amables lectores les sea desconocida la historia de este mexicano excepcional. Han pasado 30 años desde que renunció a la Secretaría de Hacienda y casi 20 de que dejó la embajada de México en Estados Unidos, su último cargo público. Sus amigos nos sorprendíamos cuando a lo largo de todo este tiempo y hasta hace un mes que comimos por última vez, la gente lo saludaba con cariño, le pedían permiso para tomarse una foto con él, expresarle su respeto. 

Me pregunto: ¿Cuántos secretarios de Estado tienen ese reconocimiento social?

En el pasado reciente, manifestaba su creciente preocupación por lo que sucede en México. En ocasiones expresaba enojo y frustración por la debilidad del gobierno, por las disparidades económicas, por el peligro que representa el Presidente actual de Estados Unidos.

El contenido de esta colaboración no sólo lo anima mi sentimiento de gratitud y afecto personal, la pérdida de un amigo, sino también de un ejemplo de lo que un funcionario público debe ser.

Tenía en su oficina un cuadro con la frase pronunciada por Benito Juárez en 1852 cuando era gobernador de Oaxaca: “Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”.

Echaremos de menos su presencia y ejemplo, descanse en paz.

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