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El lado oscuro

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

La tercera fue la salida forzada de su gabinete del general Michael Flynn, quien era su principal asesor en materia de seguridad nacional, reconocido como extremista e irracional en las fuerzas armadas y en la comunidad de inteligencia, de donde fue despedido.

Es más, me gustaría escribir de otro tema, no seguir tratando de explicar y compartir con mis amables lectores lo que significa la llegada de Donald J. Trump a la Casa Blanca. Pero su frenética forma de actuar, sus abruptas decisiones, sus expresiones públicas cada vez más
radicales, siguen dando material para analizar, pues es mucho lo que está en juego y es necesario entender lo que pasa.

Se ha escrito con profusión en los medios nacionales e internacionales sobre lo que Trump pretende. Se cuestiona su locuacidad, si está mentalmente sano, su carácter explosivo, su superficialidad, su falta de disciplina a los protocolos básicos de la política, la diplomacia y la seguridad nacional como la entendemos desde hace décadas; sus ataques crecientes contra los medios de comunicación y la influencia de su familia. ¿Se imagina usted a un Presidente mexicano encabezando una reunión de trabajo con líderes empresariales sentando a su yerno a su lado? La lista de hechos insólitos es casi interminable, cada día parece hacer algo impredecible, el cubrimiento que hacen los medios ha creado una especie de torbellino noticioso, que no deja de ocupar las primeras planas.

Pero me parece más relevante lo que empieza a salir a la superficie sobre lo que el proyecto trumpista está desencadenando. Me hace recordar la zaga de Star Wars que presenta la lucha entre el bien y el “lado oscuro”, formado por seres malignos que han habitado en mundos secretos y deciden salir de sus cavernas, de sus mundos alejados y destruir el orden establecido.

El señor Steve Bannon, su principal asesor y quien se autoproclama leninista con un récord de ideología extrema, dijo de manera pública en un evento, ante un grupo ultraconservador: “Donald Trump persigue desconstruir el sistema”. Bannon, quien mezcla ideas racistas, de supremacía blanca, misoginia, con odio al “sistema” representado por las instituciones financieras y los grandes capitales, proclama a la vez una supuesta defensa de la clase obrera y rural marginada; goza hoy de un acceso privilegiado al Presidente y a las reuniones en las que se discuten los temas más sensibles para la seguridad nacional de Estados Unidos.

“Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, el lema de campaña de Trump, recuerda el discurso que permitió la llegada al poder del nazismo. Sin embargo, hay diferencias obvias de contexto en cada caso. Estados Unidos tiene instituciones sólidas, equilibrio de poderes, una amplia libertad de expresión, goza de un alto grado de desarrollo económico —que si bien incluye una fuerte desigualdad, el nivel promedio de ingresos de su población es de los más altos en el mundo—, cuenta con el mayor poderío militar en el mundo y en sus centros de investigación trabajan decenas de premios Nobel. En su vasto territorio convive un mosaico de culturas y visiones políticas y sociales; desde el liberalismo y modernidad de San Francisco o Nueva York hasta el conservadurismo más primario en Iowa.

Por eso es que parece imposible que un proyecto con tintes anárquicos o fascistoides pueda imponerse. Pero Trump y su grupo cercano tienen hoy el inmenso poder de la Casa Blanca. Obama dijo que la realidad de esa oficina modera a cualquiera, pues hasta hoy con Trump ése no ha sido el caso.

Lo anterior se reflejó ayer cuando, como parte de su ataque sistemático a la libertad de expresión, prohibió el acceso a la sala de prensa de la Casa Blanca a los periodistas acreditados ante ella de CNN, la cadena televisiva más vista en el mundo, el legendario The New York Times, el inteligente y novedoso medio digital BuzzFeed y Politico, una de las firmas de periodismo de fondo
más respetadas.

La mayor parte de su gabinete está integrado por personas que comparten sus valores y la visión de un Estados Unidos que, según ellos, se perdió por el abandono de los valores que compartían los anglosajones que lo fundaron. Su nacionalismo es reaccionario, en el sentido de no aceptar que el mundo ha cambiado, que hay una realidad multicultural que no tiene regreso, que la tecnología de la información y las comunicaciones alteran día a día la economía, que la ciencia descubre a un ritmo vertiginoso nuevos planetas, nuevas medicinas, nuevas fuentes de energía y que los medios de transporte acercan a todos los países. En suma, que estamos en una etapa de cambios fundamentales que están presentes en múltiples aspectos del mundo y es Estados Unidos el país que lidera esta transformación.

Por eso, nada está decidido. En ese país, apenas empieza la batalla interna, estamos a poco de más de un mes que se dio el cambio de administración en Washington. Hay señales que muestran un desorden o, dicho de otro modo, una cierta esquizofrenia en el gobierno de Trump. Nadie sabe si lo que sostiene en un mitin o en un encuentro feroz con la prensa es en realidad su política y se traducirá en hechos o si fue un arranque del momento.

En México tenemos claro que sí construirá su “hermoso muro”, que ya ordenó la deportación de migrantes indocumentados y que quiere cambiar las reglas establecidas en el TLC. Lo que no sabremos hasta dentro de unos meses es si el mensaje ponderado y experimentado de los secretarios Kelly y Tillerson será respetado por su jefe. Como dice el refrán: “Hechos son amores...”. Veremos.

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