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Primer round

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Tuve oportunidad de presenciar en Washington lo peor y lo mejor de la sociedad estadunidense. Trump convoca a personas que se distinguen por su excesivo patrioterismo, su vestimenta cargada de banderas, expresiones y gritos de entusiasmo ante un discurso agresivo, amenazante, centrado en una visión de quien se siente destinado a salvar a su país y al mundo de un caos que nadie más puede enfrentar.

En contraste, el sábado 21 pude ver decenas de miles de familias, ancianos, hombres, mujeres y niños blancos, negros, morenos, musulmanes, católicos, budistas; algunos disfrazados de la Estatua de la Libertad, la mayoría portando carteles con frases irónicas sobre Trump o haciendo constar su rechazo a la misoginia, al racismo, a la homofobia y al divisionismo que esta persona ha generado en el pueblo que ahora representa.

Conversé con un taxista de origen etíope, con una guatemalteca refugiada, con meseros salvadoreños, con amigos y excolegas republicanos y demócratas. Todos me expresaron sorpresa, miedo y pena, saben que su Presidente no quiere a México y comparten un sentimiento de incertidumbre que nunca antes habían tenido. “Nunca pensé que en mi vida iba a tener un presidente fascista”, me dijo uno de ellos.

Algunos habían sido despedidos abruptamente de sus trabajos en el gobierno. Fueron notificados con menos de 24 horas que tenían que desalojar sus oficinas, sin importar sus años de experiencia, dedicación y conocimiento; entre otros, la importancia de mantener una buena relación con México. Temen que en su lugar podrán llegar nuevos funcionarios con ideologías racistas y xenófobas

No falta quien considera que Trump tiene tal inmadurez emocional que lo hace reaccionar de manera visceral ante quien se atreve a disentir de sus decisiones, como lo demostró cuando el gobierno mexicano dejó claro que no pagará el infame muro que insiste en construir en la frontera común.

En el periódico El País del viernes 27 de enero aparece una columna firmada por Jorge F. Hernández titulada “Mentado muro”, cuyo sumario dice: “El ya peor Presidente en la historia de EU confirma su profundo desprecio, no sólo hacia los mexicanos, sino al mundo hispanoamericano en general”.

Francisco Martín Moreno publica en la misma edición “El Hitler yanqui” y cita a Winston Churchill cuando dijo: “Os dieron a escoger entre el deshonor y la guerra… escogisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”. El líder inglés se refirió así cuando Chamberlain creyó haber logrado la paz con un fascista en ascenso, quien lo engañó y desató el holocausto.

No pretendo decir que México está en una disyuntiva semejante, pero sin duda enfrentamos un reto sin precedente en la relación con nuestros vecinos del norte. He comentado que es imposible que Trump cambie su actitud narcisista a sus 70 años. Esta semana expuso ante el mundo su absoluta incapacidad de aceptar que hay quienes no coinciden con él, su incontinencia tuitera lo hizo caer en ridículo y tener que corregir al día siguiente, después de hablar con el Presidente mexicano, y moderar sus impertinencias. Basta leer las decenas de editoriales y noticias en favor de México. Irónico que Trump haya logrado devolvernos una imagen internacional de firmeza y dignidad.

Trump se tropezó con la piedra que él mismo puso: ¿en verdad pensó que México podría aceptar pagar el muro que de manera terca y absurda insiste en construir? Se acorraló en un eslogan de campaña que ahora lo tiene atado con sus electores que esperan que cumpla sus mentiras y fantasías.

Lo peor de todo es que su carencia de empatía humana lo llevó a ordenar la deportación no sólo de extranjeros con antecedentes penales, sino a todos los indocumentados, sin importar romper familias, dejar sin fuerza de trabajo a miles de negocios; amenaza a las autoridades de las “ciudades santuario” de retirarles los fondos federales si no cooperan en sus inminentes redadas.

No obstante este ominoso escenario, creo que Trump tocó una fibra sensible de los mexicanos que desde el terremoto de 1985 no había generado un sentimiento de unidad tan intenso. El reto es encontrar la mejor manera de canalizar esta voluntad por aportar algo en apoyo del país y, sobre todo, de los millones de mexicanos en Estados Unidos con los que todos estamos en deuda.

Así como Trump representa un parteaguas no sólo para Estados Unidos, sino para la geopolítica mundial, su perversidad nos debe llevar al inicio de una profunda reflexión y debate en México que impulse un cambio que empiece por reconocer nuestras propias contradicciones, divisiones, rencillas, inequidades y abusos. En esa medida tendremos autoridad moral para confrontar al berrinchudo del norte.

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