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Llegó la hora

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Llevamos meses de presenciar una campaña electoral inédita en el sistema democrático reconocido como uno de los más desarrollados. Una de sus grandes virtudes es la transparencia con la que cada ciudadano ejerce su voto de manera libre y secreta. Por eso nos sorprendió  ver el conteo “voto por voto” que fue necesario realizar en Florida durante la contienda entre el entonces vicepresidente demócrata Al Gore y el republicano George W. Bush. Era irónico que en el país de la tecnología y la informática tuviera que recurrirse al escrutinio de cada boleta para asegurar que se había perforado de manera adecuada el espacio para cada uno de los candidatos.

El asunto llegó a la Suprema Corte de Justicia de ese país y, antes de su fallo,  el señor Gore decidió reconocer su derrota para evitar mayor desgaste al proceso y, sobre todo, a la confianza de los ciudadanos.

Donald Trump ha recurrido a toda clase de excesos verbales, mentiras abiertas, ofensas personales, ataques raciales, misoginia y xenofobia. Amenaza que si no es el ganador se deberá a que la elección fue manipulada por los medios de comunicación y por el gobierno del presidente Obama y por su contendiente Hillary Clinton.

No obstante lo anterior, al escribir esta colaboración prevalece en Estados Unidos un sentimiento creciente de que Trump pudiera ser el triunfador. Sólo así se explica la intensa campaña del presidente Obama y su esposa para apoyar a Clinton y convencer a su electorado de que salgan a votar. El principal temor es que por indiferencia, hartazgo o simple desencanto la base dura del Partido Demócrata decida no ir a las urnas el próximo martes y, en cambio, los fanáticos seguidores de Trump sí lo hagan.

Hace ocho años, Estados Unidos votó por tener el primer presidente negro en su historia, dando una lección que parecía dejar atrás la discriminación racial que tanto daño ha causado en la historia de ese país. Hoy ha resurgido con una enorme vitalidad gracias al candidato republicano que ha destapado los peores sentimientos de un sorprendente número de millones de estadunidenses.

Ha insultado a Hillary Clinton, quien podría ser la primera mujer en llegar a la Casa Blanca, con treinta años de hacer política y la experiencia adquirida en diversos cargos públicos de enorme responsabilidad. No por eso quiero decir que no tenga en su contra poco carisma, relaciones sospechosas con grupos de interés económico, fama de ser fría, ambiciosa y que muchas mujeres no se sienten identificas con ella, sobre todo por su vida marital. 

Lo más grave es que Trump ha escindido a la sociedad de ese país con tal profundidad que tardará mucho tiempo sanar las heridas infligidas. De ganar Clinton, va a enfrentar un escenario con retos de enorme complejidad: tal vez cuente con la mayoría de los llamados “colegios electorales” por los que se acumula un determinado número de votos en función de la población del respectivo estado, pero no necesariamente refleja que ganó en número de votantes, es decir, dadas las características del proceso electoral de Estados Unidos podría ser presidenta sin haber ganado la mayoría de los votos de los ciudadanos.

A ello se suma un factor casi tan relevante como el anterior: el control del Congreso, donde  todo indica que los republicanos conservarán la mayoría en la Cámara de Representantes y hay una pequeña probabilidad que los demócratas recuperen el Senado. De no ser así, es muy probable que Clinton empiece su mandato con una gran debilidad política que le impida legislar sus promesas de campaña (entre ellas, la tan esperada reforma migratoria) y la aprobación de su candidato a la Suprema Corte de Justicia, lo cual paralizaría esa fundamental institución, y, para rematar, es probable que Trump y su movimiento mantengan sus ataques, ahora por la vía de solicitar que la investigación iniciada por la FBI derive en un juicio político a la Presidenta recién electa.

De todo lo anterior lo que resulta evidente es que el futuro inmediato presenta escenarios de mayor o menor incertidumbre, donde el triunfo de Trump será una conmoción mundial dado que Estados Unidos es, sin duda, la mayor potencia económica y militar  de la cual depende en gran medida el rumbo que tomen los mercados financieros, el comercio internacional, los conflictos bélicos y la percepción que tendremos todos sobre lo que depara el futuro. De ganar Hillary Clinton, tal vez se dé un inicial respiro generalizado por haberse evitado una catástrofe, pero en realidad tampoco se tendrá un escenario con altas expectativas sobre el rumbo que tomaría la política interna y la política exterior de ese país.

Pocos países en el mundo tienen más que ganar o perder que México. Esta elección demostró que debemos dejar atrás la idea que la relación bilateral debe mantenerse al margen de las discusiones que tienen lugar en el ámbito interno en materia económica, política y social, no podemos seguir siendo indiferentes a lo que pasa “al otro lado de la frontera”, como tampoco lo hará la o el  que triunfe el martes 8 de noviembre. Cómo hacerlo bien requerirá de inteligencia e imaginación. 

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