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Aylan, una imagen…

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

Estas muertes se sumaron a otras miles que han sucedido en las aguas del Mediterráneo en los últimos meses. Ya en otra columna señalé que la creciente llegada de migrantes de África y Oriente Medio a las costas europeas podría ser el inicio de un éxodo masivo derivado de la violencia del extremismo islámico, la miseria y las guerras que tienen lugar en sus países.

En Europa, antes de la muerte de Aylan, las autoridades habían reaccionado con una política de disuasión y rechazo que incluía la intercepción en el mar de las embarcaciones atestadas con hombres, mujeres y niños. También preveían planes para destruir los barcos en los puertos de donde zarpan y presionar a los gobiernos de origen para que colaboren en evitar este éxodo (como si no fueran corresponsables, en particular de la masacre que está sucediendo en Siria). De inmediato surgieron voces xenófobas que exigían “mano dura” con los migrantes al asociarlos como emisarios del Estado Islámico o, al menos, delincuentes potenciales.

Todas estas acciones parece que se olvidaron al publicarse la imagen del cuerpo inerte de Aylan y de la inesperada reacción de Angela Merkel, canciller alemana, quien ha sido insultada en Atenas, Lisboa y Madrid porque se le identifica como una mujer fría y calculadora, implacable en sus exigencias de disciplina económica y financiera. Su respuesta dio un giro valiente y radical al proponer a la Unión Europea enfrentar este asunto como una crisis humanitaria sin precedente desde la Segunda Guerra Mundial.

Ante su Parlamento, Merkel anunció que su país está dispuesto a recibir 800 mil refugiados, a los cuales ofreció proporcionar apoyo para facilitar su inserción en la sociedad “por ser necesarios para la productividad y el desarrollo económico de Alemania”. Impulsó a la Unión Europea a aceptar cuotas de refugiados, de tal manera que a la fecha se estima que más de un millón de personas podrían ser recibidas en el Viejo Continente. El tema es hoy materia de intensos debates en varios países.

¿Puede una imagen, por dramática que sea, cambiar la política migratoria no sólo de un país, sino de un grupo de países? ¿Cómo explicar que esta crisis de refugiados inmigrantes, cuyo fin no se vislumbra en el corto plazo, logró en principio hacer a un lado la actitud restriccionista vigente en Europa desde la crisis de 2008?

Ante lo que está sucediendo en Europa, no podemos dejar de ver la crisis migratoria que también se gesta en nuestra región. Un informe reciente del Migration Policy Institute analiza la situación de los deportados desde Estados Unidos y México hacia Guatemala, Honduras y El Salvador de 2010 a la fecha. Rebela que en ese periodo se detuvo y retornó a su país a cerca de un millón de personas, que el incremento mayor de detenidos menores de edad se da en los niños de menos de 12 años. El estudio concluye que estos flujos se derivan de la pobreza endémica, el desempleo y, de manera creciente, por el deterioro de la seguridad, en especial para los menores que se niegan a integrarse a las pandillas de sus comunidades. Sólo en 2014 se identificaron 20 mil niños y niñas detenidos en la frontera entre ambos países, ocho veces más que en 2010.

De esta crisis de flujos de personas se derivan tragedias de migrantes mexicanos y centroamericanos muertos en su intento por transitar  nuestro territorio y cruzar la frontera norte, pero que no han sido publicadas.

Hombres, mujeres y niños ahogados en el río Bravo, cuerpos deshidratados de padres abrazando a sus hijos menores de edad en el desierto de Arizona, cuerpos destrozados por animales salvajes, decenas de cadáveres imposibles de identificar por su avanzado estado de descomposición que en algunos casos se presume son de origen mexicano sólo porque en los bolsillos de sus pantalones se encontró la imagen de la Virgen de Guadalupe, niñas guatemaltecas en tugurios prostituidas con el engaño de ser trasladadas después a Estados Unidos…

Cabe preguntarnos: ¿qué necesitamos para aceptar que ésta también es una crisis humanitaria, que es urgente establecer una política regional que sume los esfuerzos y recursos de Estados Unidos, México, Guatemala, Honduras y El Salvador para atacar las raíces que explican este movimiento masivo de personas? ¿Qué imagen, que llegue al dominio público, se necesita para provocar una reacción que remueva las conciencias y obligue a los políticos de la región a asumir su responsabilidad y actuar con carácter de urgencia?

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