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Colombia, esperanza de paz

Gustavo Mohar

Gustavo Mohar

En el marco del evento internacional que tuvo lugar en Cartagena, Colombia; de la Alianza para el Pacífico, que es un proceso de integración comercial y económica entre México, Colombia, Perú y Chile, en el cual se han logrado avances significativos en los cuatro años que tiene de existencia; se abordó la evolución que ha tenido el proceso de negociación entre el gobierno colombiano y  las FARC. En México quizás nos es difícil entender la trascendencia de estas pláticas porque no alcanzamos a percibir la tragedia humana que se ha vivido en Colombia.

El conflicto armado lleva más de 40 años, con un saldo de más de 250 mil muertos y cerca de cinco millones de desplazados. Por varios años las FARC controlaron cerca de 50% del territorio, que les permitió tener un lugar de resguardo, de reclutamiento y capacitación para miles de sus seguidores.

El movimiento de ideología marxista cuyo objetivo explícito ha sido cambiar el sistema político, desarrolló una asociación perversa con el narcotráfico, con el tristemente célebre Pablo Escobar. Esto le garantizó ingresos multimillonarios con los que pudo adquirir equipo militar sofisticado, tanto armas de alto poder como de logística de comunicaciones y transporte. Por mucho tiempo la sociedad colombiana fue víctima de ataques masivos con bombas en centros urbanos, enfrentamientos armados y un elevadísimo número de secuestros que afectaba a todos los niveles sociales.

Las FARC secuestraban a las personas por periodos largos y  mantenían a los familiares en una angustia por saber si su pariente seguía vivo o no. Conocí el caso de un joven empresario colombiano secuestrado que durante cuatro años le envió cada mes a su esposa e hijos pequeños una grabación de dos minutos con mensajes de consolación y esperanza.

La iniciativa del presidente Juan Manuel Santos de establecer un diálogo con los líderes guerrilleros ha generado una fuerte polémica. El expresidente Álvaro Uribe ha montado una campaña de protesta y oposición, pues considera un error buscar una solución negociada con un grupo que ha causado tanto daño y al que califica de terrorista y criminal.

En el gobierno existe la convicción de que el objetivo de las pláticas que han tenido lugar en Cuba, es devolver la paz al pueblo colombiano y en ello no deben escatimarse esfuerzos. Las negociaciones han sido lentas, complejas y han estado en varios momentos en peligro de suspenderse. Un paso significativo fue el reciente acuerdo de llevar a cabo de manera conjunta la identificación y desarme de miles de minas terrestres sembradas por las FARC en zonas rurales de difícil acceso, las cuales han causado innumerables muertes y mutilaciones.

En la agenda quedan pendientes temas centrales como: el desarme, la rendición de cuentas, la responsabilidad por la violación a los derechos humanos y definir algún proceso de amnistía o perdón que permita la reintegración de las mujeres y hombres que aún militan en este movimiento.

Es admirable el espíritu y optimismo que se percibe en funcionarios y en general en la población colombiana. La esperanza de alcanzar una paz duradera ha generado un ambiente propicio para las inversiones, una cohesión social notable, una sociedad civil organizada y combativa, así como un sentimiento de respeto hacia las instituciones de seguridad y justicia.

México y Colombia son países latinoamericanos con un origen histórico común, que comparten idioma, cultura, música y un estadio de desarrollo que requiere una mejor equidad, combate a la corrupción y consolidación de sus instituciones. Hoy, los índices de violencia de Colombia son más graves que los que se registran en México, pese a que se eliminó a los grandes cárteles, Cali y Medellín. La desaparición de éstos conllevó al surgimiento de múltiples bandas, con menor alcance en sus ámbitos de operación pero igual de violentas e irracionales, que han resultado más difíciles de desmantelar.

Al igual que en México, las Fuerzas Armadas de Colombia son las que han tenido que enfrentar al narcotráfico y a los grupos guerrilleros, en particular las FARC y al autodenominado Ejército de Liberación Nacional. Este país creó una policía nacional que ha logrado un nivel de madurez que goza de respeto y reconocimiento por parte de la sociedad colombiana.

En México es imposible pensar en algún tipo de acuerdo o negociación con los cárteles y el crimen organizado. Sería una muestra de debilidad institucional que no correspondería con la realidad del país. El hecho de que las FARC estén, hoy, sentadas en la mesa de negociación obedece al debilitamiento causado por una estrategia de combate librada durante muchos años. No sólo buscaban el lucro como lo hacen los delincuentes mexicanos, pues aspiraban a derrocar un régimen y una forma de organización social a cambio de una ideología radical contraria a la del pueblo colombiano. Los logros alcanzados en el caso colombiano dejan lecciones, entre otras, que toma tiempo, perseverancia, liderazgo y visión de Estado enfrentar y desarticular organizaciones delictivas que florecen cuando los gobiernos desestiman los riesgos de su existencia y no se detecta ese mal a tiempo. En México tendremos que aceptar que en materia de combate a la delincuencia nos falta un arduo camino por recorrer,  esperemos que sea más corto y menos lastimoso que el de nuestro socio y aliado.

                *Director Grupo Atalaya

                Twitter: @GustavoMohar

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