¿Será verdad la posverdad? I
El papel de la llamada prensa escrita ha sido buscar influir en la opinión pública
A principios del Siglo XVII, apareció en China un juego que se popularizó rápidamente por todo Oriente. Yang-Pi, el juego del poder, un pequeño juego de mesa que se practica sobre un tablero en el cual, en cada una de las cuatro esquinas hay diversos símbolos que representan a pequeña escala un modelo imaginario de los principales actores de la política. Al centro del tablero, un círculo que representa el poder absoluto. El objetivo del juego: conquistar el poder, preservarlo y aniquilar a los oponentes.
Por turnos, 4 jugadores participan y mueven las piezas; dirigentes, ideólogos, militantes, militares y activistas forman parte del conjunto que se disputa el poder, y de entre los actores que reproducen y participan de este modelo de organización social, sobresale la figura del periodista, del comunicador y editorialista que con sus notas, opiniones y reportajes busca conducir el curso de la opinión pública. De tal suerte que las propias reglas del Yang-Pi permiten al periodista revelar secretos, generar trascendidos, propagar rumores, crear escándalos y denunciar, además de informar. Todo, con el objeto de que el grupo al que pertenece logre la toma y el control del poder.
Desde entonces y hasta hoy, el papel de la llamada prensa escrita y los medios de comunicación ha sido buscar influir en la opinión pública para crear narrativas favorables a sus causas y legítimos intereses.
La historia de la forma y los métodos que ha utilizado la prensa y los profesionales de la comunicación para intentar moldear a la opinión pública, buscando incidir en sus fobias y preferencias, es diversa y extensa y tal vez el registro histórico más conocido de esta dinámica social sea la propaganda política que acompañó al régimen nacionalsocialista en la Alemania de Hitler.
Encabezada y coordinada por Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del régimen nazi, la maquinaria de la propaganda política del nacismo buscó influir en el pueblo alemán a través de la televisión, la radio, el cine, carteles y prensa escrita, presentando la expansión militar y territorial del Tercer Reich, como una reivindicación a los agravios sufridos por Alemania en el Tratado de Versalles.
El desenlace de la historia ya lo conocemos. Alemania derrotada y las técnicas de su propaganda política, archivadas como un interesante registro documental para el estudio de historiadores e intelectuales de la comunicación política. Hoy, los estudiosos del periodismo y la comunicación nos señalan que como civilización, hemos llegado a la era de la posverdad, un concepto acuñado por primera vez por el periodista David Roberts, quien en 2010 utilizó el término para definir una cultura política en la que la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación se encuentran desconectadas de la política pública.
“La posverdad describe una situación en la cual, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales”, escribía Roberts.
La Posverdad, también llamada “verdad emotiva”, es una construcción noticiosa, un intento consciente por distorsionar la realidad de manera deliberada.
En el origen de la posverdad, se encuentra un antiguo debate sobre la objetividad o no, de la información periodística, las notas, reportajes, artículos y opiniones del periodismo de todos los días.
La información objetiva, comprobable y racional, pierde terreno frente a la información de carácter emocional y frente a la voluntad de creer en algo a pesar de que la realidad demuestre con hechos lo contrario.
Así, la posverdad es pariente de las técnicas y herramientas utilizadas en la publicidad y la mercadotecnia; su intención es generar una información, que aunque falsa, nos mueva o conmueva a creer en algo, incluso cuando ese algo, en los hechos, pudiera parecer inverosímil.
En la próxima entrega hablaremos de cómo se construyen los acontecimientos, de cómo se genera la posverdad y cómo ha influido hoy en día ya, en procesos electorales y cómo, por medio de su interpelación a los sentimientos y a las emociones, banaliza la opinión pública y pone en riesgo la arquitectura institucional de las democracias modernas, al grado de llegar a preguntarnos si ¿Será verdad la posverdad?
