Trump, el nuevo Bolívar
Simón Bolívar nace antes de la constitución de Cádiz, por lo que le era ajena la noción de la actual España.

Gabriel Reyes Orona
México sin maquillaje
El polémico presidente tiene admiradores y detractores, pero no se puede negar que hace exactamente lo mismo que Simón Bolívar. Se ha propuesto derrocar a un autócrata, sí, a un tirano de manual, empleando para ello a un ejército bajo su mando. Como el prócer, no lo hace con misivas, procedimientos diplomáticos ni pronunciando discursos, ha desplegado sus huestes. Emprende una cruzada en contra de quien ha abolido la democracia, aplasta derechos fundamentales de inermes ciudadanos y abusa criminalmente de las rentas públicas.
Bolívar nace antes de la constitución de Cádiz, por lo que le era ajena la noción de la actual España. El lejano viejo imperio batallaba entonces con Francia. Él, tenía presente, como patria ancestral, la Puebla de Bolívar, en el país vasco. Su lucha no fue contra la metrópoli que le dio educación, y en la que conoció al único amor de su vida, sino contra aquellos que se aposentaron en la silla para abusar del poder. Las fronteras, para él, simple y sencillamente no fueron suficiente pretexto, ni mucho menos límite, para llevar a los más lejanos confines su muy personal concepción de lo que es la libertad y el respeto al Estado de derecho. Se apropió por la fuerza de lo que hoy son Venezuela, Perú, Ecuador, Colombia, Bolivia y vastas regiones del subcontinente americano.
Luchó contra un imperio opresor. Hoy, Trump lucha contra el más agresivo imperio que campea hoy en el continente, el del narcotráfico. Dirán algunos que el presidente estadunidense alberga el interés de dominar otras naciones, así como del deseo de tener acceso irrestricto a su riqueza, pero sucede que Bolívar cojeó del mismo pie. Gobernó sin recato ni pudor varias naciones, a las que no llegó por las buenas. Gozó de las mieles del conquistador que se impone a cañonazos. El derramamiento de sangre, para imponer la propia voluntad, no es útil referente para distinguirlos.
La lucha contra gobiernos establecidos es tema que bien acomoda a los dos. Aquí se condenan sus acciones, pero la comunidad internacional premia a quien dice que es urgente derrocar al dictador. La OEA guardó cómplice silencio ante los atropellos descaradamente ejecutados por Maduro, mientras que la ONU no proscribió los lamentables crímenes de Estado y lesa humanidad perpetrados por él. Sólo falta que los impresentables organismos, ahora, pretendan salir a decir quién está bien y quién no. Día con día se conoce más de las turbias relaciones del otrora presidente del Partido Socialista Unido de Venezuela, con organizaciones que envenenan a las sociedades en todo el orbe y de la apabullante riqueza mal habida, con la que ha salido a comprar asilo.
Hoy, Maduro busca escondite en las fronteras, ésas que no respetan los cárteles. Si uno u otro es libertador, queda al recaudo de aquellos a los que toca escribir la historia. Qué diría Corina Machado, la premiada con el Nobel, así como millones de desplazados u oprimidos si se les pregunta si la incursión de Trump es, o no, libertadora. Pronto lo sabremos.
No faltará quien diga que Bolívar fue un hombre de su tiempo, pero, sin duda, también tendrá que decir que Trump lo es del suyo. Cínicamente, y sin respaldo ético o político alguno, Maduro se cobija bajo una imagen que fallidamente trata de ser la versión indígena del libertador, cuando es claro que tal presentación no es fiel a la historia. Tampoco lo es que los excesos, de quien se apresta a huir por la puerta trasera, representen decorosamente a los venezolanos de bien. A no dudarlo, es tiempo de poner las barbas a remojar, no vaya a ser que a Trump le dé por emprender una campaña bolivariana.