Safiro o zafado
No en balde, ante la nula credibilidad en el PAN, el texano mexicanizado prefirió lanzarse a los brazos del cacique. Es mucho lo que los identifica
Nada daña más el combate a la corrupción que los aviesos intereses de quienes ocultan su incompetencia en vanas cruzadas. El resentimiento y rencor acumulados, en ciertos sujetos, brota cuando circunstancialmente alcanzan posiciones de poder. Hacen evidente qué tan vil y miserable puede ser quien usa las potestades dispuestas a servir a la ciudadanía, en provecho propio.
Javier Corral llegó a la gubernatura en Chihuahua haciéndose a la mala de una candidatura, a tirones y jalones, dado que, si bien había armado acuerdos con Dante Delgado y el PRD para operar territorialmente, lo cierto es que no representaba, y menos ahora, a la militancia albiceleste. Negociaciones en lo oscuro se trabaron en las cañerías del sistema electoral, para obtener resoluciones que finalmente lo ungieron como candidato. No fue popular como funcionario público, ya que lo distinguieron la frivolidad y el desinterés por los asuntos de gobierno, vicios que pensó podría ocultar engolando la voz como se hacía en el siglo XIX. Impostó la voz, pero las muertas en Juárez siguieron.
Es cierto que el salto fue enorme, de haber sido ujier de Barrio Terrazas, de pronto se hizo de posiciones que le hicieron aspirar a gobernar el estado natal. En el Senado, al que llegó como primera minoría, y no como el más votado, bien pronto se hizo de enemistades, pero encontró en quienes detestaban a las televisoras al grupo que le daría cabida, voz y guarida, más allá del partido que supuestamente representaba.
Al llegar al gobierno, se vio de cuerpo entero, sin habilidades para administrar, ni para despachar asuntos que implicaran conocimientos en el ámbito de la gestión pública, así que decidió montar una cacería de brujas, cuyo objetivo real fue amagar, intimidar y perseguir a sus opositores.
El argumento empleado fue grotescamente básico y notoriamente elemental, señaló que el gobierno saliente había empleado recursos públicos para apoyar al candidato del partido tricolor. Así es, al igual que López Obrador, se dedicó a atacar a los contrarios en lugar de gobernar. Todo lo basó en intrigas que jamás pudo ni podría probar. No en balde, ante la nula credibilidad en el PAN, el texano mexicanizado prefirió lanzarse a los brazos del cacique. Es mucho lo que los identifica, y bien poco lo que le une al partido que le dio todo lo que tiene.
Señaló que grandes sumas habían sido desviadas a partir de un programa que se identificó como Saneamiento Financiero, de ahí lo de Operación Safiro, armada y operada, dijo, por Videgaray, bajo las órdenes de Peña Nieto, pero, como era de esperarse, al ser una acusación fantasiosa, no existe denuncia alguna, ni proceso en contra de quienes decía fueron los autores del desfalco. Menos la habría después, cuando el tabasqueño ya había concretado el pacto de impunidad que les volvió intocables.
Prefirió atacar y señalar a personas con las que habría tenido desencuentros y destempladas confrontaciones en su accidentado paso por el Congreso general, indicando que eran parte del vehículo de entrega de miles de millones de pesos, pero, al expediente, sólo pudo aportar un contrato por un par de millones de pesos, que dijo fue incumplido. Todo fue testigos de oídas, sí, puros chismes. Así es, un asunto de orden mercantil que, dolosa y perversamente, transformó en hoguera política.
Pero el tiempo a todos pone en su lugar, no sólo fracasó en impulsar a su sucesor, sino que también cimentó el camino para el regreso de quienes dijo no sabían gobernar. Ahora, es un obligado aplaudidor de la 4T, a quien todos los agraviados ven con desprecio. El empresariado estatal, en abrumadora mayoría, relata los traspiés, tumbos y torpezas que le caracterizaron. Corral llama cobardes a quienes ahora lo confrontan a ras del suelo, sin embargo, saldrá a la luz información que revelará a quien toca ese adjetivo.
