Refinando

La popularidad no es, sino una veleidosa condición que los gobernantes disfrutan mientras regalan lo que hallaron en las arcas públicas

El hubiera y otras formas de describir lo que no pasó comenzarán a ser recurrentes en la diatriba de los políticos, tanto de aquellos que aspiran a ser oposición, como de aquellos que conforman la ya falleciente administración de López. De manera ilusa, con la inauguración de Dos Bocas, hay quienes han propalado la idea de consolidación de un proceso de cambio, al cual, con inexcusable arrogancia, se quiso denominar transformación. Sin embargo, el discurso oficial comienza ya a sonar a lo mismo de siempre.

Así es, postularon, con otras palabras, la renovación moral de la sociedad, y aludieron, con sinónimos, el cambio que propalaba el vendebotas. Los baratos conceptos de campaña empleados, desde hace décadas, sólo fueron refritos, siendo reemplazados por términos que parecían distanciar a las huestes de la izquierda fake de aquellos que los antecedieron. Pocas nociones han sido tan mal pirateadas en México, como la de ser parte de un movimiento de izquierda. Es claro que se trata de sujetos sometidos incondicionalmente al poder público, que ni remotamente se ajustan al más básico perfil de izquierda. Son tan de derecha, como los que nos gobernaron durante los últimos 100 años, la única diferencia es que no lo sabían, dado que no habían alcanzado el poder. Cojean del mismo pie.

En esa turba de ignorantes que conforma la administración pública, el sometimiento incondicional al dirigente se interpreta como sello de distinción, creyendo con ello alejarse de los políticos que se decían revolucionarios o de aquellos que sirvieron de cómoda oposición durante 70 años. En realidad, la diferencia es sólo cosmética, lo único que les aglutina es la adoración a un falso profeta de la justicia social, al que sólo le faltó militar en el PAN.

El aeropuerto de Santa Lucía, que es todo menos internacional, fue la primera muesca que dejó claro que la popularidad no es, sino una veleidosa condición que los gobernantes disfrutan mientras regalan lo que hallaron en las arcas públicas. La refinería va a ser la puntilla de ese estado catártico que tanto parece disfrutar el Presidente, verá como no sólo será criticada por quienes considera sus adversarios, al ser la más cara en su categoría, habiendo casi triplicado los primeros números que se manejaron al hacerse el anuncio del necio proyecto, sino que dará ocasión a que los petroleros, o al menos, quienes cobran mucho más que el titular del Ejecutivo en la petrolera chatarra, hagan pedazos a Nahle.

Obsolescencia, sobreprecios, incompatibilidad operativa, incosteabilidad y muchos más adjetivos de reprobación definirán un modelo constructivo que superó a la Torre de Babel. Se ha mantenido en la más completa opacidad la realización del proyecto más aberrante que haya realizado gobernante alguno en nuestro país, el cual marcará para siempre la gestión de López. Veremos cómo desde dentro del gobierno, los otrora “distinguidos luchadores sociales”, recuperan la capacidad para denostar, agraviar y reprobar funcionarios públicos, pero esta vez, lo harán con los de casa.

El elefante verá la luz en estado de coma, y no saldrá de ahí, a menos que existan funcionarios dispuestos a dilapidar y desviar recursos en la operación de una instalación cuyo funcionamiento, por graves deficiencias de diseño, no alcanzará niveles de eficiencia razonables, y así seguirá hasta que el petróleo sólo lo compren los países hundidos en el peor subdesarrollo, erigiéndose como el gran monumento a no ser igual, pero sí lo mismo, como diría el compositor que tanto agrada al morador de la guarida nacional.

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