Quinto
Si en algo se parece a sus antecesores, es en presentar números vaciladores.
El pasado 1º de octubre comenzó a correr el quinto año de gobierno, sí, a partir de ese día quedan dos años para el fin del sexenio. En la política nacional es sabido que, a diferencia del mundo taurino, el refrán reza: “No hay quinto bueno”. Así es, con la llegada de la fatídica anualidad, los presidentes recobran humanidad, quedando desprovistos de los ropajes con los que se disfrazan de grandeza, eficiencia y aptitud para gobernar, y, hasta, en los casos patológicos, de personajes con dimensión histórica.
El mareo que aqueja a los presidentes electos desde el día en que concluye el proceso comicial crece y crece, durante los primeros cuatro años, aumentado por lisonjas y adulaciones expresadas por quienes buscan colarse en el gabinete, o en cualquier otra posición rentable a la que no hubieran podido acceder por méritos propios. Todo es porvenir y luz en el horizonte, aunque no se tenga con qué llenar los zapatos.
El cacique en turno no ha sido la excepción, por el contrario, organizó un evento diario en el que manda mensajes de iluso optimismo a quienes no quieren ver y reconocer que es un error estar con Obrador. La condena será impuesta el próximo año, en el que tendrán que admitir que es un horror permanecer con Obrador.
Si en algo se parece a sus antecesores, es en presentar números vaciladores. Todas sus estadísticas y gráficas se construyen sobre peticiones de principio que no pasan la prueba de la risa, sin embargo, teniendo el monopolio del micrófono, le permiten tomarle el pelo a quienes se encuentran en el bajo nivel de educación promedio.
Al decirnos que no le quitó el sueño el admitido hackeo, de paso, admitió que no está en él comprender los alcances, repercusiones y gravedad del asunto. Es cierto que llegó al poder sin la preparación y experiencia requeridos para analizar y valorar asuntos de Estado, lo cual, tampoco le quita el sueño, ya que procede de la vieja escuela, ésa que pregona que quien sea popular es quien debe presidir, sin importar que no se cuente con calificaciones para hacerlo, por lo que tampoco es necesario acompañarse de un gabinete de expertos. Al dicho de: “Mientras sigan aplaudiendo, seguiré haciendo como que gobierno”, se derruyen instituciones y cada día retrocedemos más, poniendo en un grave predicamento al que lo suceda.
Hoy, más que nunca, debemos distinguir el Estado mexicano del partido oficial, así como advertir que lo que más convenga a uno, no necesariamente conviene al otro. Ante una salud de pronóstico reservado, y la evidente falta de compromiso con el largo plazo, deben operar los mecanismos de salvaguarda que se entretejen en la Carta fundamental.
La sociedad mexicana, ésa que López dice no existe, sino como un invento neoliberal, debe tomar conciencia de que lo que está en juego no es otro proceso electoral más, ni el siguiente quítate tú para ponerme yo.
Los equilibrios deben restituirse en beneficio del interés colectivo y no de un partido, basta ya de secretarios, legisladores y jueces de consigna. Es vergonzoso ver cómo en las decisiones gubernamentales lo único de destacar es el cinismo, el cual emerge diariamente ante la apremiante necesidad de plegarse a lo que indebidamente piden los nuncios presidenciales.
Lo que sucede en nuestro país reclama un activismo decidido y frontal, intolerante con las ocurrencias, observador, y hasta censor, de los tantos funcionarios que han faltado a su deber, ante el miedo de ser investigados. Basta de funcionarios de cuarta, operadores de un gobierno de quinta. El que no quiera molestar al Presidente haciendo lo que debe hacer, debe irse ya.
