¿Oliverio López?
Ha sido la resistencia a repetir el error, lo que ha mantenido viva la imagen del terrateniente que se hacía pasar por paladín de los desposeídos.
El resentimiento que albergan los más necesitados, con lastimosa razón, ha venido ahondándose por generaciones. Escapan de las más apremiantes condiciones económicas, tan sólo unos cuantos, y poco a poco.
México no es tierra de oportunidades, pero sí de conquista para toda la caterva de oportunistas que se autonombran políticos y que, hacinados en partidos, movimientos, frentes o alianzas, han venido acrecentando ese terrible sentimiento en los mexicanos. Cada sexenio, desde Luis Echeverría, hay más pobres, y algunos ya ni siquiera son reconocidos en los amañados censos y encuestas del Inegi.
López no ha sido excepción, no sólo no combate la pobreza, sino que la ha fomentado, dilapidando recursos públicos en programas sin estructura conceptual; sin objetivos claros ni horizontes en que se midan resultados, menos aún ha puesto condiciones para que los beneficiarios de ellos escapen al lumpen al que la politiquería del asistencialismo los ha condenado. Tan sólo están bautizados con nombres ocurrentes, que no son, sino palabrería que viste al burócrata que hace cantera electoral con ellos.
La miseria humana no conoce de épocas, fronteras ni está reservada a clases sociales, ella ataca a quien sea, pero se apodera, de manera dramática, de personas que ambicionan el poder. Hace ya más de un año que he venido refiriendo el triste paso de Robespierre por la gestión pública, comparándola con el del rencoroso caudillo que nos gobierna. Con agrado, he visto que destacado columnista dedicó uno de sus mensajes a ampliar la comparativa.
Hoy, creo que también podemos hacer ciertas referencias a Oliverio Cromwell, un puritano, cuyo ciego fanatismo lo llevó a cometer todo tipo de tropelías y abusos en nombre de la justicia. Gustaba de encerrar y hasta torturar a los que se le oponían, y, pregonando la hermandad de la comunidad, avasalló y aplastó a quienes le parecían obstáculo para consolidar el poder absoluto. La mano férrea, que no fue sino tiranía, dejó bien convencidos a los ingleses de que el camino del autoritarismo es bueno para quien lo ejerce, pero no para quienes lo sufren. Gustosos volvieron al modelo anterior, el cual no han abandonado hace siglos.
La ira incontenida; la verborrea imparable, y el uso selectivo de la justicia, generó una reacción favorable, moldeó la monarquía parlamentaria, y sentó las bases de un potente poder judicial que ha sido exitoso, razonablemente, en combatir los excesos de quienes, por decisión de los gobernados, llevan las riendas del país. Por supuesto, hay quienes le admiran, pero no advierten que ha sido la resistencia a repetir el error, lo que ha mantenido viva la imagen del terrateniente que se hacía pasar por paladín de los desposeídos.
Le ofrecieron la corona, pero prefirió conservar el nombramiento que se inventó. Al “protector” no le aplicaban las ataduras que se pactaron con los reyes en la Carta Magna, de su boca brotaba la ley, y nadie cambiaba letra o coma alguna.
López es y será polémico, no es hombre de Estado, ni de leyes. Es y será amado y recordado por todos aquellos que ven en él al mazo vengador que piensan reivindica su resentimiento, y por quienes ven toleradas las actividades informales, irregulares y hasta delictivas; claro, a cambio de incondicional apoyo.
Marcó, con el hierro de la injusticia, a un pueblo, ese, que en consulta lo colocó dentro de los primeros 10 británicos de mayor peso en la historia, todos lo recuerdan, pero nadie quiere repetir la receta. Sembrar rencor es peligroso, la cosecha suele ser ingrata, así le pasó a Cromwell.
