México en pausa 

Todos esos cuyos logros se miden en saliva, bien porque dedicaron toda una vida a denostar o a bloquear reformas que jamás entendieron, hoy piensan que están haciendo historia, cuando no han hecho sino el más grotesco ridículo. Esos legendarios opositores, que a la ...

Todos esos cuyos logros se miden en saliva, bien porque dedicaron toda una vida a denostar o a bloquear reformas que jamás entendieron, hoy piensan que están haciendo historia, cuando no han hecho sino el más grotesco ridículo. 

Esos legendarios opositores, que a la hora de tomar el timón siguieron criticando a quienes lo tuvieron, justo ahora que van en ruta a encallar, se rasgan las vestiduras porque no son aplaudidos ni mucho menos reconocidos como salvadores de la patria. Bien ganado tienen el desprestigio, el cual los acompañará al final de sus estériles y abyectas trayectorias. 

Ya en el séptimo año entenderán que no se trataba de seguir jugando al terco opositor de los que ya no gobiernan, sino de cristalizar avances y hacer posibles resultados que otros no rindieron. A la fecha, son tan malos como cualquiera de sus antecesores. Sus obras y cuentas son tan magras y mediocres como los del peor tricolor, con la diferencia que han dejado clara su condición primitiva y rústica, como la de aquellos políticos autocráticos que surgieron de movimientos armados y asonadas en el siglo XIX. Sin autoridad moral alguna, acudirán a las medidas de presión, así como a los violentos amagos, tan gustados por aquellos que, ante el fracaso, apuestan a callar las críticas.  

Dicen que los que no aprueban las sandeces que proponen son traidores a la patria, cuando ellos no son sino apátridas, huérfanos políticos de una ideología, que fue importada de países que ya la olvidaron. Llegaron porque los otros reventaron de tanto robar y engañar, dejándoles, a petición del crimen organizado, la oportunidad de hacer lo propio. No en balde Peña entendió que el cambio de estafeta era ineludible, rindiéndose a quien le ofreció un criterio de impunidad, y no ante un partido que se burló y mofó de él junto con toda la población. 

Triste, pero comprobamos que la izquierda mexicana no es sino una derecha frustrada, financiada y comprada por hampones que ansían alcanzar, de la noche a la mañana, el rango de capo supremo. No son sino simples y voraces sustitutos de quienes fueran imbatibles rivales en otras administraciones. El único pecado de los defenestrados es el no haber engordado la cuenta de quien, opíparamente, vivió de ser el necio bastión del no. Baste echar un ojo a su comité asesor, que debe más impuestos que Pemex y que cocina más negocios turbios que aquel comité de desincorporación salinista. Sus cercanos ponen y quitan embajadores, secretarios y demás funcionarios a placer, y, por supuesto, no pierden licitaciones, porque todo es adjudicación directa.  

Hace décadas que no hay sentencia por traición a la patria, éste no será el sexenio en que las haya, pero el mote provocará la desaparición de lo poco del diálogo que quedaba, teniendo que gobernar lo que resta del sexenio a macanazos y patadas. La figura del hombre de Estado se añora ya como un lejano anhelo. Sí, morenistas, su líder no levantó el vuelo, no dio la talla ni el perfil, menos aún muestra las hechuras de quienes llegaron a los libros de historia. Será uno más del montón, de esos que no supieron distinguir la acción del Estado de pueriles caprichos. 

 En 48 horas cambiaron la Ley Minera, y en otras tantas, en unos años, volverá a donde estaba, no porque los de antes fueran mejores, sino porque ella es el producto de un largo proceso de conformación técnico-industrial. 

Les guste o no, las detestadas concesiones dieron ocasión al nacimiento, hace 500 años, del país que, por fortuitas veleidades del destino, cayó en sus irresponsables manos. 

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