La sorna del caudillo
En un abrir y cerrar de ojos, nos devolvieron a la mitad del siglo XIX.
Nadie pudo siquiera imaginar el giro que daría la República en menos de cinco años. En un abrir y cerrar de ojos, nos devolvieron a la mitad del siglo XIX. El gobierno dice que le apuesta a la autarquía, sin advertir que, al importar indiscriminadamente alimentos para llenar anaqueles, está dañando severamente al campo, al cual le regala fertilizantes traídos de Rusia y de los EU, porque no ha podido optimizar las plantas a las que tanto dinero público les ha invertido. Combate la inflación restándonos productividad. Qué decir del entorno financiero, impide competir con los precios del exterior.
López asume que es un logro transformador el reconocer que las deficiencias de la economía mexicana se han subsanado con los ingresos que perciben los mexicanos que expulsa anualmente nuestro ineficiente aparato productivo. Dependemos, cada vez más, de la ya no tan buena voluntad del gobierno de los Estados Unidos.
La pandemia puso en claro que buena parte de las remesas no tienen que ver con la marcha de la economía del vecino del norte, dejando en duda el origen del caudal. Al margen de éste, serán inevitablemente impactadas por la recesión en aquel país. El resultado es de pronóstico reservado, ya que ahora los apoyos gubernamentales allá serán otorgados teniendo claro que los beneficios brincan la frontera.
El burdo manejo de nuestra economía recuerda al de los secretarios de Hacienda de la segunda mitad del siglo antepasado. Van tres secretarios en ese ramo, y dos ya se pasaron al lado de la crítica. Al tercero, desde que llegó, no le hacen caso.
Hoy, al caudillo ya se le nota más lo Santa Anna, que lo López. Abundan los caprichos, pifias y mentiras, pero, como aquel personaje de triste memoria, sabe granjearse la popularidad. A pesar de desfalcar al erario, entregar la mitad del territorio y nombrar a todo tipo de oportunistas en su gabinete, su popularidad creció y creció, ocupando la Presidencia varias veces, hasta que la imbecilidad abandonó al electorado. Acabó desterrado y en el olvido.
El desastre político-financiero que dejó ese López, quien dominó el siglo XIX, no pudo ser superado en décadas. Juárez prácticamente gobernó en medio del campo de batalla, teniendo las fuerzas castrenses el control de la vida nacional. El estruendoso, pero poco exitoso gobierno del masón nos dejó en la ruina. A su muerte, se inició una larguísima disputa por el poder entre militares, quienes ocuparon la silla por casi un siglo. Entre los mandos castrenses, de manera obligada, se buscaba al candidato sucesor, hasta que Ávila Camacho prefirió a quién supiera hacer jugosos negocios, a sabiendas de que su casta se encontraba ya en posiciones clave.
Las Leyes de Reforma fueron forzado producto de las necesidades de un gobierno con las arcas desfondadas, el cual encontró en la Iglesia a un adversario vulnerable que poco o nada podía hacer en su defensa. La medida permitió a Juárez continuar su peregrinar, escoltado siempre por militares, quienes consumían buena parte de los recursos presupuestales. Nunca permitieron que ningún tinterillo hacendario mermara las partidas de guerra. En sus filas se encontraba Díaz Mori.
Con la llegada del antirreeleccionista general Díaz se sembraron ambiciones políticas en el Ejército, y así, la política mexicana tuvo, durante una buena parte del siglo XX, mandos militares al frente del gobierno, los que van desde Carranza, hasta Ruiz Cortines, quien también formó parte de esas filas. El giro, pues, ha sido de 180 grados.
En Palacio, un mal aprendiz de la historia, ignorante de sus enseñanzas. ¡En sus marcas, listos, marchen!
