Inflación e ignorancia son mala combinación, más, si aquella ocurre cuando los encargados de normar la economía han dedicado buena parte de su vida a la palabrería. Entre expertos, suele haber opiniones encontradas respecto a las mejores formas de atender el desbalance provocado por un incremento de la demanda, cuando la oferta es insuficiente, pero de ésos, no hay en el gabinete.
Aunque no lo parezca, la elevadísima inflación en los Estados Unidos es buena noticia, ya que las autoridades de aquel país, en pocos meses, encontrarán la forma de colmar la demanda, en tanto que, en México, no puede haber noticia más mala, porque aquí, sólo podemos esperar que Clouthier le recite unos poemas al aparato productivo, o que, desde el Banco de México, hagan un arqueo contable a la escasez. Así es, no van a tomarse medidas eficaces para alentar la productividad, por el contrario, el plan del gobierno es incentivar la desinversión y el desabasto.
La idea que tiene el residente de Palacio es forzar la estabilidad de precios por decreto, le llame como le llame, sin que le preocupe la rentabilidad; la tasa de retorno de lo invertido, o la cobertura de costos de quién produce básicos. Así es, se trata de un boleto directo a la depredación de las cadenas productivas, cuya última estación es el desabasto; los mercados negros, y la profundización de la informalidad.
La esquizofrénica vuelta al subsidio, no sólo de la gasolina, sino de productos cuya elevación provocaría, o más bien, adelantaría el desencanto en el movimiento de cuarta que nos gobierna, está a la vuelta de la esquina, con lo que Lopezpierre nos devolverá a la yarda cero del desarrollo. Esto es, a ese gris momento en que el país perdió credibilidad en los mercados nacional e internacional, sí, allá donde los llamados tecnócratas, comandados por Silva Herzog, tuvieron que sepultar las aberraciones financieras y económicas que los populistas pensaban les asegurarían votos indefinidamente.
Claro, tampoco éstos lo hicieron mejor, avanzaban no más de dos yardas por año, recibiendo penalizaciones hacia atrás, cada que el grupúsculo entronado en la silla presidencial salía con las típicas raterías que tan bien pintan a ese segmento de la población que vive de los demás. No importa el color, divisa o siglas del partido, entre más encumbrados se encuentren, son más hábiles para vivir opíparamente sin trabajar, ya que son magos embolsándose aportaciones.
Jamás se pelearía con Rusia, sabe que se le acaban los fertilizantes antes de que sus ciegos seguidores lleguen a las urnas a depositar el tributo que les asegura seguir recibiendo la dádiva mensual. Así que, vivimos una etapa en la que el término cortoplacismo toma una nueva dimensión, radicalizándolo, tornando casi inmediata la cosecha de tempestades, conocidas éstas como crisis.
Dado que el proyecto se agota en su imagen personal, no le importa que el que sigue encuentre las arcas vacías y llegue hundido en la necesidad de mendigar por financiamiento externo para pagar los más inmediatos gastos.
Es más, para él, ese escenario es quizá el mejor, porque parecerá que su imagen sube, cuando en realidad, la del sucesor se hunde.
La inflación es un reto que pone a prueba la calidad de la burocracia. Ha decidido molestar al gran tigre del norte, pensando que hacerse la víctima frente al poderoso lo redimirá ante su grey. No ha medido el alcance de un zarpazo. El tigre de aquí ya está cansado de comer aire y promesas. Se asume inmortal domador, pero no hay nada más dañino para la popularidad, que una crisis mal manejada.
