El ruin monólogo
Hoy, sólo se ansía capitalizar electoreramente los programas sociales.
Esa baja pasión, llamada política, se crea y recrea a partir del diálogo, ya que sin éste se pierde el sentido de servicio cívico que vincula a quien vive de ella con la sociedad.
El político se sabe carente de valores. Ha renunciado a ellos porque continuamente se erigen como obstáculo para alcanzar las metas que se ha trazado, sin embargo, necesariamente debe declararse ferviente guardián de aquellos que alberga la comunidad a la que dice servir, si no lo hace, pronto es relegado y no escuchado. Sabe enfundarse en el disfraz que más adeptos le arriende.
Puede ir de un lado al otro del amplio espectro de las alternativas, pudiendo pasar, sin mayor recato, de ser antimilitarista a ser el más aferrado promotor del control gubernamental por parte de las fuerzas castrenses. Puede declararse de la más furibunda izquierda, para después pedir la unitaria visión propia del fascismo.
Es un sujeto que no vive de su habilidad profesional o técnica, ni de producir bienes, aunque a veces, para lucrar traficando influencias, alegue que vive de su trabajo. Suele decir que ha encontrado la piedra filosofal que hará feliz a las mayorías, hallándose cómodamente instalado en puestos públicos en los que el sueldo llega, pase lo que pase, y los resultados sean los que sean.
La auditabilidad de los políticos de un país, y de quienes forman el Poder Judicial, es determinante en la calidad y eficiencia de los servicios públicos, así como del adecuado desempeño de quienes viven de lo que producen los demás. Los países desarrollados han fomentado la formación profesional y técnica de quienes aspiran a ser gobernantes, confiando el interés comunitario en un modelo institucional, que sirva de balance a las desmedidas pretensiones de quienes prefieren mandar y mandar, en lugar de ponerse a trabajar.
En la medida que la sociedad no sólo asume, sino que sabe defender su calidad de mandante frente a los oficiales servidores, se encuentra más cerca de sacar provecho a los enormes caudales que pone en manos de los burócratas. La polis surgió para optimizar el esfuerzo colectivo, propiciando el establecimiento de condiciones que permitan, a todos, hacer del trabajo, industria o comercio, la base para alcanzar las metas personales. La ciudadanía no busca un preceptor que le imponga, bajo alegación moralizante, una determinada forma de pensar o vivir, ni mucho menos a un sujeto que constantemente se dedique a desviar esos recursos para demagógicamente mantenerse en el poder.
En México, hace tres años se reventó el diálogo, se hace todo menos política, se ha impuesto un grupúsculo minoritario, que llegó apenas con votos que equivalen a menos del 25% de la población. El monólogo que groseramente se espeta día a día desde Palacio Nacional, hace imposible la convivencia, ya que postula una supremacía ideológica que relega la búsqueda del bien común. Hoy, sólo se ansía capitalizar electoreramente los programas sociales.
La democracia es precaria y de baja calidad, cuando se mide con amañadas consultas operadas desde la entraña del sector oficial, más, cuando se tiene como pregoneros a quienes debían servir a la población y no servirse de ella traficando puestos, o, peor aún, regenteando obras tlatoánicas o la justicia.
El partido oficial hizo del cenáculo del diálogo político un muladar, del que sólo sale lodo y donde se mancilla desvergonzadamente nuestro orden constitucional. Pero aún sobran medios y vías para hacer sentir la reprobación, aunque la gritería de la morena barra violente a quienes decidan criticar al instigador.
