El pavo

Las utilidades inéditas jamás han sido pronóstico fiable del porvenir financiero

Preguntarle a un banquero sobre las crisis que se avecinan es como preguntarle a un pavo sobre la Navidad. Ambos contestarán que son exageraciones, nada de qué preocuparse. Sin embargo, cuando recordamos que jamás un banquero ha anticipado la debacle, comenzamos a entrar en razón y volvemos la mirada hacia los estados financieros. Las utilidades inéditas jamás han sido pronóstico fiable del porvenir financiero, siendo la calidad de los activos y la estabilidad de los pasivos lo que debemos analizar.

La opinión del obligado, sobre la forma en que ha cumplido los deberes a su cargo, tampoco da una clara idea del estado de las cosas. Sí, no ha faltado quien se reconforte escuchando a los directivos de la banca organizada hablar de una notable capitalización de las instituciones, porque escuchar lo contrario sería una confesión que puede involucrar, desde infracciones administrativas hasta conductas francamente ilícitas, merecedoras de penas privativas de la libertad. De forma que todas las afirmaciones en ese sentido poco o nada abonan para poder diagnosticar lo cerca o lejos que estamos de cielos con nubarrones.

Suele escucharse que la banca mexicana no presenta el perfil de las instituciones emproblemadas en otros países, afirmación que, al igual que las expuestas con anterioridad, refrenda que el estado de negación siempre está a flor de piel, aunque, frecuentemente, no corresponde a los datos duros.

Las blancas frases que abundaron en Mérida la semana pasada no sólo resultan verdades a medias, sino que también hablan mal de quien hace las preguntas, dado que ellas no admiten respuesta diversa. Sí, el pavo jamás analizará de manera cruda, pero fiel, el evento de fin de año, sobre todo porque la regla de oro entre ellos es negar todo, hasta que han perdido la cabeza.

México tiene vasta experiencia en el tema, no importa dónde empiezan las crisis, los catarritos, aquí, se sienten como fulminantes pulmonías e, invariablemente, conducen a la astringencia crediticia o, al menos, al encarecimiento del crédito, a grado de poner en tela de juicio la rentabilidad de los negocios y, por tanto, la viabilidad de mantener estables las fuentes de empleo.

Más adelante veremos más muestras de ilimitada candidez, no faltará quien consulte a los supervisores del sistema bancario, quienes, a lo largo de dos décadas, han aprendido a ser los últimos en ver el problema y, de ser posible, no admitirán que éste exista.

Hace poco más de 15 años, la calidad en la supervisión bancaria pasó de moda. En muchos casos se aprecia nula experiencia y, en otros, peor aún, encontramos trayectorias descendentes que finalmente hacen tierra en puestos burocráticos, tras penosas salidas del sector privado. Sólo cuando ya no pueda mirarse hacia otro lado, los supervisores admitirán que varias instituciones en la presente administración daban muestra de severa falta de liquidez, antes de arribar a la insolvencia, así como que las ya fallidas no son las únicas.

A diferencia de lo que ha pasado en el vecino país, la responsable voz que reconoce la existencia de minusvalías en el activo; el acelerado crecimiento de la cartera vencida y el deterioro en la capacidad de fondear el gasto operativo, aquí siempre ha llegado demasiado tarde. Quizá será porque se piensa que los supervisados prefieren perder la licencia bancaria antes de aparentar fantasías o porque algunos creen que los supervisores han renunciado a ver como meta el final del sexenio.

Antes de preguntar, conviene cuestionarnos quién tiene las respuestas que estamos buscando, digo, a menos que se trate de engañarnos.

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