El infierno de Dante
Ha sido difícil verse al espejo y encontrar una imagen renovada de los partidos a los que tanto criticó.
La venganza es un poderoso incentivo. El origen del partido de Dante Delgado no fue el concurso de personas que compartieran una visión del porvenir. No fue tampoco la búsqueda de establecer una ideología en particular, ni la conformación de un colectivo con formación burocrática afín. Simple y sencillamente se trataba de cobrárselas a quienes lo hundieron o ayudaron a hundirlo. Encontró en el camino a personas que pragmáticamente servirían a su propósito, perfiles que, por muy distintas razones, no se acomodaron en las fuerzas políticas tradicionales.
Se preparó en la mejor escuela de las intrigas palaciegas, aprendió del mejor, de Gutiérrez Barrios. Por ello, nadie le gana a entender las tenebras del poder, ni mucho menos a tejerlas. Tan es así, que quienes le rodean son diametralmente opuestos a él. Alrededor suyo se arremolinan personajes de buena fe; sujetos que no son producto de trifulcas, rebatingas o desencuentros de los cuadriláteros políticos. Por el contrario, se advierte cierta candidez o inocencia en algunos de ellos. Muchos de quienes militan en su divisa le ven como un admirable patrocinador, sí, como un desinteresado benefactor de proyectos ciudadanos.
En su partido no caben los colmilludos priistas, mucho menos, formados políticos de su generación, quienes no le creen ni la hora. Su perfil choca frontalmente con el panismo, y simplemente es la antítesis del perredismo. Con la caída de su poderoso jefe político se quedó solo y no encontró acomodo en el aparato de gobierno. Entendió bien pronto que la estela de enemigos que dejó a su paso no le permitiría retirarse, menos aún hacer una vida tranquila en su natal Veracruz, ya que fue condenado a estar vigente como fuerza viva del sistema político.
Sabiendo que en el tricolor no podría mantener una cuota de poder que le sirviera de capelo, decidió formar un nuevo partido, si algo sobra en su natal estado es gente dispuesta a confabular y a formar parte de asonadas.
Hábilmente detectó proyectos truncos; trayectorias interrumpidas y candidaturas defenestradas, un ejército de inconformes dispuestos a seguirle sin más exigencia que un fistol. Encontró personajes que no quisieron seguir las rutas tradicionales, así como a algunos empresarios que no pudieron colocar a los suyos en los partidos dominantes. Sabía que en este país sobra gente que tenga algo que reclamar o cobrar a los viejos partidos. Fundó entonces una central de agraviados, un cenáculo de la venganza, un crisol de la revancha.
La joven pataleta y berrinche que hace a Samuel al enfrentar a su Congreso cabe perfectamente en el modelo, algún día aprenderá a consensar y convencer, y quizá, hasta a gobernar.
Sin embargo, tarde o temprano, los jóvenes discípulos cayeron en cuenta de que no tienen un proyecto para modernizar las estructuras de poder, ni mucho menos se han trazado como objetivo el ayudar a construir un mejor país para los mexicanos, no, se trata sólo de evidenciar; de acusar; de denostar, y de aplastar a lo que acremente aborrece su patrocinador.
Amargo es el sabor de la estrategia sin rumbo. Durante años pudo ocultar el cobrizo objetivo, pero, con el tiempo, los noveles seguidores han caído en cuenta de que son valorados en la medida de que sirven a un propósito que jamás les fue planteado. Así, el despertar comenzó, se advirtió que el vencer a las reprobadas y desvencijadas plataformas de los partidos de antes, no significa necesariamente que se represente algo mejor.
Para quienes quieren ir más allá de la ocurrente mercadotecnia, ha sido difícil verse al espejo y encontrar una imagen renovada de los partidos a los que tanto criticó. Más de uno se dio cuenta que está al servicio, pero no de México.
