El antijusto

Su pecho no es bodega, ni el atril presidencial es basurero para descargar la ira que lleva dentro. Lo que dice no proviene de quien sirve a la nación

El cacique ha topado con pared. Nuestra Constitución no se amolda a lo que él pensaba era la democracia. En realidad, él defiende y postula una grotesca y vulgar tiranía de la mayoría. Parecería que una y la otra son lo mismo, pero no, las distingue la razón, la prudencia y altas miras puestas en la armoniosa convivencia social.

Le guste o no, también la mayoría se equivoca, y puede arrastrar a la República al callejón de la sin razón. La toma de decisiones hoy se hace por una turba violenta, ignorante y necia que no mira al bien común, pero ella se ha impuesto, a pesar de que apenas pasa de panzazo en las encuestas.

El de Macuspana hace rato declaró la guerra a la Carta Fundamental, dado que, para él, ni la ley es la ley, ni la Corte le puede decir lo qué debe hacer. Asume que puede redefinirlo todo, o al menos, lo necesario para hacer lo que le plazca, su visión nada tiene de izquierda, y sí, mucho de absolutismo.

Su pecho no es bodega, ni el atril presidencial es basurero para descargar la ira que lleva dentro. Lo que dice no proviene de quien sirve a la nación, dado que todas las barbaridades que profiere en las mañanas nada tienen que ver con las potestades que la Constitución encarga a quien tiene como deber ejecutar la ley. Sí, ésa que cambia y atropella cada vez que la encuentra a su paso.

Las muy desinformadas opiniones que expresa en la matinal diatriba no provienen de un estadista, se trata de traumas y obsesiones que carga el sujeto que coyunturalmente porta la banda. No ha aprendido, ni aprenderá, a deslindar el yo oficial, del yo instigador, ya es un febril adicto del poder.

Está enviciado de autoritarismo crónico. No sólo el fentanilo aniquila la cordura y el respeto por los demás, hay quienes, al no asimilar la investidura, caen en un agresivo frenesí que todo lo destruye.

Es por eso que el Poder Judicial federal no debe rebajarse a dar pelea callejera a sus tribales huestes, ni al uso de la intriga o de la pendenciera descalificación, debe dar batalla desde la excelencia en el ejercicio de la función jurisdiccional.

La presidenta Norma Piña debe poner especial atención en contar con un Consejo de la Judicatura a la altura que hoy reclama una sociedad ávida de justicia, para lo cual precisa hacer una mesurada, pero profunda revisión, de quienes han llegado a la judicatura por vacancia, o mediando manipulados procesos de examinación. Urge desarticular la incondicional red tendida durante la oscura gestión Zaldívar, abandonando, lo más pronto posible, la injusticia que deriva de encargar a secretarios, el resolver asuntos que sólo a jueces y magistrados, de capacidad probada y aprobada, compete decidir.

Las vacantes cubiertas de manera forzada y precipitada, con ujieres que no han sido sometidos al examen de rigor, degrada la gestión, pero, sobre todo, lastima a los justiciables, dejando la huella indeleble del error judicial.

Los ministros han sabido ver en el Ejecutivo Federal la necia arrogancia que al gobernado agravia, no obstante, deben también deben ser capaces de reconocerla cuando se apodera de órganos jurisdiccionales que, al saber que han errado, se escudan en la trinchera de la última palabra, pasando, impunemente, de una injusticia, al expediente de la siguiente víctima.

Desde instancias internacionales, llegarán decisiones que pondrán en evidencia lastimosas sentencias, producto de la precipitación; la improvisación, y el descuido. Se podrá, claro, seguir la ruta de la cómplice defensa a ciegas, o bien la de no repetir, en la Judicatura, la triste y lesiva actuación que hoy reprueban en los otros dos Poderes.

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