Dinero ajeno

Quizá vendiendo zapatillas chillonas, que han dejado bien claro que sirven para correr, correr y desaparecer, pueda sacar lo que no debió sacar del erario.

Ahora resulta que Samuel García asume los platos rotos que no rompió, claro, con el dinero del contribuyente regio, y no, con el que dice le dan en pago a manos llenas casi a la fuerza. Dice haber estudiado derecho, pero cada que toma una decisión, es más que ostensible el descuido de la legalidad. Seguramente no le habrán informado que el presupuesto estatal no le autoriza a pagar lo que el oscuro grupúsculo que le llevó al poder se rehúsa a solventar. Es claro quién debió, y debe pagar, no magros 400 mil pesos, sino todos los gastos médicos, hospitalarios y funerarios causados por su imprudencia. Quien no sabe cuándo parar un evento, no debe organizar uno, sea del color que sea.

Es una desgracia. Malo que haya sucedido, pero también malo es que quien tiene que asumir la responsabilidad no entienda que el evento no era de carácter oficial, y que, usar el dinero público para mantener las alforjas llenas del organizador de tinglados ajenos al correcto despacho de los asuntos públicos, simple y sencillamente, no se vale. Es cierto que el gabinete que ha integrado, a modo de corte palaciega, está para aplaudirle cuanto abuso cometa. Gusta de rebasar la línea de lo permitido, así como regodearse en lo prohibido. Para eso se rodea de esos personajillos, que en unos cuantos meses echaron por la borda todo el buen nombre y prestigio que pudieron tener, para ahora tener qué decir, qué tanto es tantito. Debajo de una carpa, y con tres pistas, gobiernan una entidad que bien grande les queda.

Luego andarán como El Bronco, que acabó siendo tronco, gimoteando por los rincones y rogando para que los saquen de la prisión. Al igual que aquel, al que sólo saliva le sobrada, les dolerá que los pongan en donde guardan a los que incurren en peculado; abuso de funciones, y otras actividades irregulares que, por alguna extraña razón, se vuelven parte del cotidiano ejercicio del poder de todos los que se marean al subirse a un ladrillo. Quien tuvo el infortunio de andar esa noche en malas compañías sin saberlo, tiene que ser indemnizado y sacado en paz, y a salvo, de los gastos que deba de realizar para atender su salud, o la de quienes le acompañaron a ver para que sirven las babuchas chillonas.

Cobijado en la creencia de que nadie se opondría a que se indemnice a las víctimas, Samuel metió la mano en donde no debe, para sacarle el golpe a quien sí la debe. Sin embargo, quienes debían haber puesto el orden para que el culpable diera la cara ante los afectados, resultaron tan ineptos, como aquellos que, a nivel federal, han dado muestra de su incapacidad para ocupar una responsabilidad que les queda más que holgada, guanga. No abrieron la boca, y así la mantendrán, en tanto no les acerquen un micrófono que crean les hace lucir conocedores.

Podrá hacernos la imitación de Marín Corona, que tanto le gusta hacer para entretener al respetable, pero, por mucho que siga los pasos del Piporro, no hay que perder de vista lo que otros deben sacar de su bolsa para reparar lo que su incapacidad organizativa y negligencia ocasionó.

Quizá vendiendo zapatillas chillonas, que han dejado bien claro que sirven para correr, correr y desaparecer, pueda sacar lo que no debió sacar del erario.

Es oportuno invitar a quien se toma unos minutos para leer estas líneas, a que advierta que un equipo que no sabe cuándo el vendaval y los nubarrones obligan a tomar oportunas medidas que eviten la catástrofe, no debe estar a cargo de nada que involucre el bienestar de los demás. Es claro que el oportunismo puede llegar, pero nunca se sabe hasta dónde puede parar ni a quiénes puede perjudicar.

Tarde o temprano habrá que hacer cuentas, hablar de permisos, seguros e inspectores, pero, hoy por hoy, andar sacando la chequera para evitar que otros den la cara, no es sino saludar con dinero ajeno.

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